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Los nicaragüenses cuentan con una abundante cultura mitológica que favorece la conformación de relatos dantescos y folclóricos. Mucha gente señala que en este país no hay región alguna en la que no se sepa de los mitos o relatos mágicos a los que se clasifican como leyendas nicaragüenses.

Leyendas nicaraguenses

Leyendas Nicaragüenses

Nicaragua concentra un imaginario negro, fantástico, hechicero, maravilloso y ancestral que modela las convicciones y supersticiones de sus pobladores. Dentro de los mas importante mitos y leyendas nicaragüenses resaltan el Cadejo, la coyota de El Viejo y el cacique Diriangén. En esta nación es muy importante la difusión de las leyendas y mitos por medio del relato verbal, por lo que hablar de espectros, espíritus y criaturas sobrenaturales, buenos o malos, es algo habitual.

América Central es núcleo y sitio de confluencia de una civilización mestiza debido a su localización geográfica particular. Aborígenes, africanos y europeos han fraguado crónicas, cuentos y relatos míticos que aluden a la tradición indígena-ancestral de la zona. Al hablar de las leyendas nicaragüenses, hay quienes afirman que no hay una sola población de este país en la cual la gente no sepa de al menos una leyenda.

En pocas palabras, en Nicaragua, hay numerosas historias mágicas que se han traspasado a través del tiempo. En los relatos a continuación, se podrán observar aquellos relatos y leyendas nicaragüenses que han permanecido hasta la actualidad y que siguen siendo de interés para todo aquel quien las lee.

Leyendas Nicaragüenses Populares

A continuación se reseñan algunas de las leyendas nicaragüenses que han quedado enganchadas en el gusto popular, lo que es debido a la identificación del su pueblo con lo relatado, lo cual consideran como propio.

La Carreta Nagua

En ciertas noches, cuando la oscuridad se hace más insondable, se dice que la Carreta Nagua sale de ronda, lo cual es anuncio de calamidades para los pobladores locales. La escasos testigos de sus apariciones señalan de que se trata de una carreta vieja la cual presenta unas deplorables condiciones.

Esta situación ocasiona que sus ruedas produzcan ruidos excesivos, suscitando que la gente permanezca en sus casas hasta que el estrépito finalice. En lugar de un toldo, la carreta se hallaba cubierta por un lienzo de color blanco. De otro lado, quien conduce la carreta, no es otra que la muerte, la cual suele viajar en compañía de una filosa guadaña siempre recostada sobre su hombro izquierdo.

Sustituyendo a los caballos, los animales que son utilizados de remolque son un par de bueyes, cuyo aspecto da la impresión de haber sido sacados de un cementerio. Uno de ellos posee una piel de tono negruzco, mientras el otro cuenta con un pelaje muy parecido al color del melocotón. Lo insólito es que nunca dobla en las esquinas, ya que al conseguirse con una o aproximarse a un callejón, sencillamente desaparece y reaparece en otro lugar del pueblo.

Desafortunadamente, no se consigue a nadie que sepa confirmar de donde proviene la Carretanagua. Aun así, averiguando en profundidad, uno se puede percatar que, de alguna manera, ese transporte presagia el fallecimiento de un lugareño. Ya que de acuerdo a lo señalado  por un amigo nicaragüense, en cada oportunidad que se oye el rechinar de sus ruedas, una persona perece al próximo día sin explicación alguna.

Leyendas Nicaragüenses La Llorona

Dentro de las leyendas nicaragüenses, La Llorona es un personaje popular de esas tétricas crónicas que atemorizan el sueño de las colectividades campesinas. Sus quejidos se reconocen dentro del coro nocturnal de animales y del ritmo incesante de aguas de cañadas y ríos. Ese recital sombrío es el mismo que ha truncado el sueño de generaciones completas en los poblados esparcidos en los enigmáticos espacios vírgenes de nuestro continente.

En Nicaragua se escuchan los lamentos de la Llorona llevados presurosos por los antojadizos vientos que proceden de las cuatro esquinas del planeta. Lo que se comenta es que la Llorona se expresa mediante un quejido extenso y lastimero, secundado por el llanto doloroso de una mujer cuya cara nadie ha podido ver.

En la barriada de El Calvario de León, se conocía que en las cercanías del río, tras el Zanjón, discurre el quejido de la Llorona. Era contado por las lavanderas del río que, apenas caía el sereno de la noche debían recolectar la ropa aún húmeda y en un solo fajo se la llevaban, ya que sino lo hacían la Llorona se la arrojaba al río. De acuerdo al decir de las lavanderas, la Llorona es el alma en pena de una mujer que había echado a su niño al río.

Acerca de la Llorona se escuchan muchas versiones pero algunas exponen que ese llanto enigmático es el hondo dolor de una progenitora cuyo hijo se ahogó en el pozo al tanto que aseaba la ropa en el río. Pero ¿de quién se trataba? ¿Quién podría esclarecerlos de quien es esta misteriosa alma en pena? En búsqueda continua por saber más y más sobre éste y otras figuras de la tradición oral de nuestro pueblo, navegamos en dirección a la isla de Ometepe.

Doña Jesusita, es el nombre de la ermitaña anciana que conociendo de nuestro interés por investigar las crónicas del pueblo comenzó a relatarnos sobre la procedencia del llanto de la madre en aflicción.

“…En aquellos tiempos antiguos, existía una mujer y su hijita de unos 13 años, ya madurita se hallaba la mujercita. Ella se encargaba de lavar la ropita de sus nueve hermanos de menor edad y cargaba el agua para la casa. La mamá no se agobiaba en reiterarle a la hija en cada momento en que la veía callada moler el maíz o preparar la masa cuando el chisporroteo de la leña resonaba bajo el comal de barro: – Mijita, jamás se combina la sangre de los esclavos con la de los verdugos.

Ella denominaba verdugos a los blancos ya que la muchacha era india. La hija, al atardecer salió a lavar al río y cierto día se acercó un blanco que se paró a beber en un pozo y le saludo al pasar. Los blancos jamás intercambiaba palabra con los indígenas, solo para darles órdenes. La cuestión fue que ella quedó encantada del blanco y estos siempre sacan provecho de las mujeres. Fue así que bajo un gran tronco de ceibo usado para lavar ropa, allí por el río, se veían a diario y ella se abrió a él.

– Mañana, blanco, nos conseguimos a igual hora, -le despedía siempre. Obviamente, apenas llegar el blanco y la indiecita salió barrigona, pero la familia aún no se había enterado de su entrega. Comentan que ella se iba a escondidas bajo el guanacaste, para no ser vista por las lavanderas y no la acusaran con su mamá.

Pasado el tiempo, ya pronta a dar a luz, arribó un navío a la isla, aquí en Moyogalpa. El blanco decía adiós, se marchaba para su tierra y como a ella le llegaba la hora de parir, le imploraba para que se la llevase. Empero ¡a que lugar se la iba a llevar! La indiecita sollozaba y sollozaba, afligida, a moco tendido.

Él se marchó y a ella le provino un ataque por el que se desmayó. Al despertar al próximo día, a su lado se hallaba un niño y en vez de adorar a aquel bebecito, lo tomó y airada le dijo:- Mi madre me recordó que la sangre de los verdugos no ha de combinarse con la de los esclavos.

Fue así que se acercó al río y arrojó al muchachito y ¡pan! Se cayó al lanzarlo al agua. Al momento se escuchó una voz exclamando: ¡Ay! madre… ¡ay madre!… ¡ay madre!… Al escuchar esa voz la muchacha sintió arrepentimiento por lo que había realizado y se introdujo al agua intentando rescatar al niño pero mientras más lo seguía, más se lo llevaba la corriente y lo alejaba más escuchándolos siempre el mismo lloriqueo: ¡Ay madre!… ¡ay madre!… ¡ay madre!

Al no poder seguir más tuvo que salirse del río, el cual ya había arrastrado al chavalito, pero el clamor del niño que en ocasiones se escuchaba a lo lejos en otras parecía cercano: ¡Ay madre!… ¡ay madre!… ¡ay madre!…La joven apesadumbrada y trastornada con dicho gimoteo, se volvió loca. Así estuvo profiriendo gritos, por eso le llamaron La Llorona.

La mujer trastornada pereció y su alma quedó errante, por eso se le escuchan sus alaridos en las noches… “Por allí camina La Llorona, hasta tanto se le escucha por todo el río.” Hoy día las madres para poner contentos a los muchachitos que sollozan por pura malcriadez, les afirman : – Allí viene la llorona…

El Sisimico de Las Segovias

Fornido, peludo, fiero y de grito estridente, el Sisimico moraba en lo más profundo de las selvas de Las Segovias. Antropomorfo como el gorila y el orangután, se obsesionaba con raptar mujeres, disfrutar de ellas y dejarlas, de acuerdo a las versiones de mayor popularidad. En otra se le muestra como un anciano, sin fortalezas como para secuestrar sus hembras, siendo similar a una única sombra larga.

Aun así en poblados aledaños de las sierras de Dipilto y Jalapa se oía una versión en la que el Sisimico finaliza alegre con su presa: la cocinera de una casa próxima a Murra, a la cual había atrapado al surtirse de agua en una fuente. El Sisimico, surgiendo de la espesura, la elevó en vilo y se la arrojó a la espalda. Tras mucho vagar, arribó a una caverna, en la cual introdujo a la mujer y cerró la entrada con una roca. Al mediar la noche retornó colmado de frutas y carne cruda para ella.

Tras un tiempo después, la cocinera concibió a un niño. El Sisimico tomaba al bebé entre sus brazos y con su lengua lamía sus pies y  cabeza, exhortando con sus gestos a que ella hiciese igual. El niño fue enseñado a hablar por la mujer así como se le mostró las cosas del mundo.

El gallo que anuncia el alba fue el animal que más atrajo el interés del niño ya que ostentaba un bello ropaje y una cresta de color rosa roja. La mujer engendró más adelante un Sisimiquito que no padecía del frío ya que estaba protegido por un delgadísimo y tupido pelaje. Al fallecimiento del Sisimico, ejecutado por cazadores despiadados, la mujer estuvo dedicada al cuidado de su niño y de su Sisimiqui.

Leyendas Nicaragüenses La  Novia de Tola

Apenas a 13 kilómetros al norte de Rivas se localiza un pequeño poblado que es famoso por un hecho histórico, que en su tiempo fue el mayor alboroto social de la época. Tanto así que de él se han producido versiones que se pueden definir como míticas y folclóricas, pero que en el pueblo aún permanecen personas que son testigos de que aquí surgió la verídica historia de la Novia de Tola.

Se conocen de varias versiones sobre ésta, una de las leyendas nicaragüenses, la novia de Tola, pero todas concuerdan en que el mismo día del matrimonio de una muchacha de nombre Hilaria con su pretendiente Salvador Cruz, éste la dejó plantada aguardando delante de la iglesia ya que otra mujer con la que tenía amores y que residía en las afueras del pueblo le tomó la delantera y le malogró la boda.

De acuerdo a una de las interpretaciones, Hilaria estaba dichosa con los planes de su boda con quien sería el amor de su vida. El acto religioso se preveía realizar en Belén, ya que para esos tiempos en su originaria Tola no existía parroquia católica.

Aconteció que en el día previo a la boda los novios habían pactado verse en la iglesia de Belén, pero Salvador resolvió que antes de la boda pasaría a despedirse de la Juanita, que era otra muchacha con la que tenía amoríos a ocultas. Al llegar a su casa, ésta, sabiendo que Salvador se casaría con Hilaria, lo tomó con fuerza y le dijo: “tu no te casaras con otra, sera conmigo” y lo llevó directamente con el padre para que los desposara, plantado así a la novia oficial, delante de la iglesia.

Otra interpretación que comparten en Tola es que al momento que Salvador Cruz vino a decir adiós a su Juanita, en el mismo día de su casamiento, ésta le dio de tomar abundante chicha de maíz hasta dejarlo bien “picado” para impedir que volviera al encuentro con Hilaria, que ataviada con el acostumbrado traje blanco de novia, aguardo y aguardo en el atrio de la iglesia, hasta que se persuadió que su prometido jamás llegaría.

A partir de entonces se originó la leyenda de la Novia de Tola, que hizo famoso a este municipio y proporcionó a nuestro idioma una frase que ahora se emplea mucho cuando alguien permanece en espera de otra persona y ésta no aparece, por lo que bien le va aquello de “Te dejaron aguardando como la Novia de Tola.”

El Duende de la Piedra de Cuapa

En Guapita, existían dos señores que eran progenitores de una muchacha bien hermosa de nombre Florita, y vivían próximos a esa piedra (la del monolito) en la cual moraban duendes. Aconteció entonces que los duendes se habían encariñado con la muchacha, y los señores se enojaba ya que éstos les creaban muchos problemas, por ejemplo, le ocultaban los reales y todas los objetos de la señora.

Ocurrió que en una ocasión en que ella encendía el fuego, se le habían extraviado los reales, y para todo culpaba a los duendes, y enorme fue su asombro al ver los reales enrollados en un papelito en el cual ella los tenía escondidos, que casi se le incendiaba. Fue así que la señora, airada comenzó a despotricar de los duendes: «Estos malditos duendes que causan muchas molestias…», y así se la pasaban ocasionando zanganadas.

Ella encendía un radio con música para ahuyentarlos y traía músicos que tocaban guitarra ya que se decía que con música los duendes se iban. Pero ocurrió que cierto día los duendes dijeron: ‘Me las voy a cobrar, me les llevaré el burro con que traen el agua». Fue así que  se llevaron al burro y lo subieron en lo más alto de la piedra.

Aconteció que en la mañana el señor comenzó a buscar su burro para buscar agua y no lo consiguió, en eso escuchó el rebuzno del burro arriba: «Ya conocía yo que había sido obra de estos bandoleros duendes que no hayan que hacer, que ya no me hagan la vida imposible, voy a tener que mudarme de aquí’, exclamaba el señor.

Al escucharlo, los duendes se mostraron y le afirmaron: «Mire, si usted nos entrega a la muchacha, nosotros le hacemos bajar a ese burro». Fue así que les dijo que sí y le descendieron al burro, pero les mintió y no les entregó a la muchacha. Los duendes prosiguieron fastidiando.

Ocurre que al final los señores se mudaron del lugar y se llevaron a la muchacha, bultos de ropa, cántaros y todas sus pertenencias. De acuerdo a ellos, ya iban a vivir en paz en otro sitio alejado de los duendes. Empero en eso, la señora se paro y exclamó: “¡Ahh!, saben de qué me olvidé…. me había olvidado de la bacinilla.

Pero al decir ella eso, los duendes responden: «No, ya que aquí la llevamos». Fue así que enfurecidos tuvieron que retornar a su mismo lugar ya que entendieron que adonde fueran, siempre irían detrás esos duendes.

Leyendas Nicaragüenses De Terror

Las leyendas nicaragüenses terroríficas tienen un lugar reservado dentro del gusto del pueblo de este país, ya que son un medio de compartir vivencias que lo desconocido, las tinieblas y el miedo colectivo incentivan.

Leyendas Nicaragüenses El Padre sin Cabeza

Se relata en una de las leyendas nicaragüenses más populares que en el año 1549 en la localidad de hoy León Viejo, invitados por su madre doña María de Peñalosa, los hermanos Hernando y Pedro, hijos del segundo gobernante de Nicaragua don Rodrigo de Contreras, planificaron el asesinato del primer Obispo en tierra firme fray Antonio de Valdivieso, protector de los Indios e intermediador de las apetencias de los funcionarios y el clero.

Fue muerto a puñaladas a manos del cruel capitán Juan Bermejo. Con el fallecimiento de este religioso, el primero asesinato cometido en América, los homicidas se dividieron la región, su población, las piezas de valor y las gemas episcopales del Obispo.

Tras este crimen, que colmó de enojo y de malos augurios a todos los fieles, surge una leyenda que dice, que en los años iniciales de la existencia de la localidad de León Viejo, el sacerdote de su iglesia fue degollado de un solo machetazo en el atrio de su mismo santuario, por dos fornidos hermanos, y que su cabeza habría sido hecha rodar hasta el borde del lago Xolotlán.

Allí se habría sumergido originando una enorme ola que se alzó sobre la superficie y se desplazó hacia la ciudad, cada vez de mayor tamaño y fuerza, alcanzando a reventar en el lugar donde mataron al religioso y enterrando a la ciudad.

Superado este evento catastrófico, los indígenas comenzaron a ver en los atrios de los templos y en las calles desiertas de los poblados, un bulto negro que se ocultaba bajo el peso de la tétrica oscuridad. Al pasar del tiempo ciertos pobladores se percataron de que la terrorífica y sombría presencia era nada menos que un sacerdote sin cabeza.

Los que lo han podido verle relatan que el padre sin cabeza viste sotana y zapatos negros, en su cintura porta un cordón que sostiene una modesta campana, la que hace sonar al tanto que camina y lleva colgado un rosario en lo que le resta como cuello.

Relata la leyenda que el cura sin cabeza marcha en pena por el mundo, de visita en los templos de las distintas ciudades, orando las súplicas o el rosario, en busca de su iglesia y su cabeza. Algunos señalan que el padre se muestra solo el Jueves y el Viernes Santo, para asistir a las iglesias y que al momento en se halla enfrente a cualquiera de ellas rinde respetos en la puerta del perdón.

Leyendas Nicaragüenses La Cegua

Una de las leyendas nicaragüenses de mayor popularidad es la de la Cegua, la cual a través del tiempo se ha venido difundiendo entre nuestra gente campesina, y toma forma al emerger de los labios de cualquier simple narrador de esta condición.

De acuerdo a la conseja, se refiere a mujeres malignas y carentes de escrúpulos que al anochecer se camuflan cual espantajos colocándose en la cabeza un trenzado como crines de caballo, y con la cara pintada emergen a altas horas de la noche por los calles solitarias buscando al amante que ha perdido su camino o al hombre que ha hecho burla de su cariño.

Esta es la tan citada Cegua, muy diferente a como la expone el escritor guatemalteco Soto Hall, que la muestra como espectro del otro mundo. Unos años atrás, cuando retornaba yo de la frontera de Honduras luego de inspeccionar a nombre de la Compañía Hulera, hube de pernoctar en una de las fincas vecinas a la guarda-raya ya que caía la noche.

Ubencio Hernández era el nombre del administrador, el cual era un anciano de gran estatura, fornido y bronceado por el sol. Don Ubencio, quien guardaba un espléndido catálogo de relatos y leyendas nicaragüenses, me dijo esa noche en torno al fuego crujiente de la cocina y delante de una agrupación de intrépidos campistas, una de sus numerosas aventuras de hechiceros y aparecidos.

Don Ubencio, como introducción a su relato tomó un chilcagre de su bolsa, escupió chirre por la orilla de sus labios, se introdujo medio puro en la boca y, con un apretón de dientes, lo rompió por la mitad. Todo el juego de muelas de aquel anciano campesino se desplazaba con placer masticando el chicle de tabaco.

– Como usted vé – empezó don Ubencio -, en la vida todos hemos sido aventureros; y mis aventuras han sido numerosas y divertidas. De lo que voy a decir, he sido muy amante de las mujeres y quizás por ello es que me han ocurrido tantas vainas, pero alguna experiencia se ha ganado para cuando sea viejo.

– En cierta oportunidad – siguió indicando don Ubencio – me había agarrado la noche en el llano, ya que venía de la casa de una noviecita, cuando se me dio por mirar para atrás y observé que una luz me venía escoltando, proseguí mi camino sin darle relevancia, pero repentinamente empecé a preocuparme y de nuevo vi para atrás.

La condenada luz ya casi me pisaba los talones, le apreté las chocoyas a mi montura para que acelerara y así poder distanciarme de la luz que cada vez la tenía más próxima, pero tal sería mi sobresalto cuando al tomar una vuelta del camino observé que la luz se había incrustado en las ancas del caballo.

He de confesarles que fue la primera oportunidad en mi vida que me atemorice al ver aquella inmensa pelota verde en las nalgas del caballo. Todo mi cuerpo se pintó de verde, al igual que el caballo y una sección del camino por donde yo marchaba.

La cabeza se me engrandeció, se me ablandaron las piernas y las riendas se me soltaron de las manos. Eso es lo último que recuerdo hasta que me conseguí recostado en una hamaca. Unos peones de la finca que fueron los que me localizaron, dijeron que estaba tirado en mitad del camino desmayado.

Empero lo que más rememora don Ubencio es de la Cegua que se le apareció hace años, lejos al otro lado de la frontera y muy próximo al poblado de Namasigüe. Don Ubencio era de Honduras y cuando le aconteció el encuentro con la Cegua era capataz de campo en la Finca San Bernardo, posesión del nicaragüense don Perfecto Tijerino.

Don Ubencio se había aproximado al poblado de Namasigüe, como es habitual en busca de amores libres. Al disponerse a retornar a la finca era algo tarde y la noche iba cayendo cuando aún iba de camino. Hubo lluvia y la noche estaba muy fría, aun así a don Ubencio no le afectaba ya que tenia encima unas buenas copas de aguardiente. La luz de la media luna iluminaba débilmente en el respaldo occidental de un cielo que empezaba a colmarse de titilantes puntos brillantes.

Un brisa que provenía de los cerros aledaños balanceaba lastimeramente la espesa arboleda del camino desolado. Don Ubencio, irreflexivo como consecuencia de las copas iba inclinado sobre la montura mientras la bestia marchaba instintivamente. Al bajar al río el caballo, el capataz despertó de su borrachera debido a una carcajada de mujer arrojada de la orilla contraria al tiempo que un pitido agudo lastimaba los tímpanos del hombre.

Leyendas nicaraguenses

Aun en su borrachera pudo diferenciar entre las tinieblas de la ribera dos fardos sentados sobre una roca que surgía de las aguas, aunque en ese instante no le era posible determinar sus sexos, ya fuese por los vapores etílicos o por la compacta oscuridad que reduce la respuesta ante el peligro. Aun así, logró incorporarse, y alzándose sobre los estribos colocó la mano sobre su frente como si fuese una pantalla y hurgó las sombras.

A escasos instantes de estar en esa posición su mirada se fue adaptando a la oscuridad y pudo diferenciar en sus mínimos detalles a las figuras que antes no le eran precisas. Eran de unas damas, mejor dicho, de unas ceguas, ya que don Ubencio pudo observar que tenían disfraces. De sus cabezas colgaban unos guindajos como trenzas, estaban cubiertas por paños negros, y sus dientes, que mostraban fulgores de fósforos, los entrechocan como los de un perro con rabia.

UHHHH LA CEGUAAAAAAAAAAA Don Ubencio escuchó que las mujeres danzaban y canturreaba sobre la roca, pero solo pudo escuchar las últimas palabras de la tonada. No le prestó atención a las plegarias de la hechicera, al pie de una mata de ruda. Don Ubencio, siempre puntual y divertido en todo, aún frente al mismo peligro, les refutó: Ahora deseo que me digan propia puerta del Perdón, y en medio de todo la gente cuál es la más tronconada que se había reunido para verle.

Las ceguas no mostraban señales de querer huir; al contrario, quietas observaban sin parpadear al capataz. Ante la postura desafiante de aquellos espantajos, don Ubencio, en vez de temerles se encolerizó, y corriendo ansioso empujó su caballo a medio río al tiempo que les arrojaba una frase de esas que son como invocaciones y que don Ubencio había memorizado.

Hasta que arribe adonde el padre cura no las recomendé como una defensa a los daños que pudieran ocasionar. La Cegua era una mujer que sufrió constantes conquistas amorosas, había sido mi amante y que por desleal a su cariño, la había dejado y la gran perra no bastándole se volvió loca. «Qué suerte venís! más suerte es mi Dios ¡ la Santísima Trinidad me liberé de ti! La Ceguaaaaaaaa Qué suerte venís! más suerte es mi Dios ¡ la Santísima Trinidad me libre de ti!

Dos balazos fueron disparados al aire; una cegua se escapó, al tanto que la otra, en postura hostil, se mantenía de pie sobre la roca emitiendo estruendosas carcajadas que hacían temblar hasta las mismas piedras del camino. Don Ubencio, revizándose los bolsillos, extrajo un vasito de mostaza y, persignándose, le dijo de nuevo: – Entonces si no te capiás, al tanto que le arrojaba  un puñado del polvo amarillo.

La cegua, entendiendo que estaba perdida, se acercó para echarse a las mismas patas del caballo. De esta manera me despido, y es que imploraba clemencia jurando reformarse. – Allá se lo vas a contar al padre cura -, fue la contestación del hombre exaltado, y atándose con el cabestro del caballo se la arrastró hasta donde el cura del pueblo, quien tras echarle agua bendita la puso en penitencia.

Un Padre Nuestro para despojar del poder de hechizar, ya que de acuerdo a lo contado por don Ubencio, las condenadas lo orán al revés para conseguir poder contra la persona a esa lección que le dí. Con ello tuvo lo suficiente para no volverme a ver al salir, ya que eso fue hace muchos años y no la he visto desde entonces – finalizó diciéndome don Ubencio, al tanto que encendía un puro con la mecha agónica de su candil.

Muertos o Aparecidos

Algo que angustia a los tunantes de Monimbó es el Muerto o Aparecido. Que los tunantes consigan al Muerto, es cosa tan usual como conseguir a las ceguas. Aun así, aquél es de más temer y produce mayor pavor que éstas. En las tinieblas de la noche el tunante reconoce atravesado en las calles o senderos del barrio, un fardo blanco. Al instante el trasnochador es apoderado por un miedo terrorífico, una variedad de calambre; y no puede volverse atrás. La apariencia del bulto es vaporosa.

El indígena, recuperado de la impresión inicial, se sirve de su cutacha de cruz; y, si va apresurado, marcha velozmente y la pasa metiendo de punta en la cabeza endeble del muerto. Incontinenti desvanece a éste, como por ensalmo; y se escucha el ruido de un mosquero revuelto. Si el tunante no esta apurado, se aproxima despacio al fardo acostado, le encaja la cutacha en la cabeza y empieza de ipso facto a suplicar sus oraciones que, a pesar de que las lleva en el bolsillo, las ha memorizado.

En la medida que va orando, el fardo vaporoso va adquiriendo resistencia y solidez, hasta quedar transformado en un ser humano completo, varón, pleno de vida. Al suceder esto, cuando se realizó la cogida del fallecido, el tunante se retira para su choza; y el ex-muerto se colma de aflicción y de pena. Y transcurre así unos cuantos días, hasta que perece de veras. Falleció de pena, comentan todos los vecinos.

Eso sí, el ex-fallecido no es conocido para toda la población del barrio. Le dispensan atenciones, lo ayudan y lo sepultaron, pero por espíritu de solidaridad. No más. Numerosos creen que hay igualmente ciertos hombres que cuentan con el poder de vomitar su alma, para convertirse en fantasmas. Otros afirman que toman algún «brebaje» o «preparación» para poderse transformar.

El propósito del muerto o aparecido es el de ejecutar venganzas o deterioros por antagonismos amorosos, celos, o controversias por intereses. Pues si el tunante vigilado no anda precavido, queda peor que tenido como cegua: amanece fallecido, con marcas moradas en el cuello y otras partes del cuerpo…

La Leyenda del Coronel Joaquín Arrechavala

Nacido en Madrid, España en el año de 1728, siendo sus progenitores: José Antonio Arechavala y Abrocia de Vilchez. Llegó a Nicaragua remitido por el Rey de España Carlos II de Borbón. Fué promovido a coronel el 14 de febrero de 1791. grado que mantuvo hasta 1821 cuando fue proclamada la emancipación de Centroamérica en Guatemala. Falleció en el año de 1823 a sus 95 años de edad.

La riqueza (en Latino América siempre es reprobada por el colectivo), y al morir una persona adinerada, permanece errante en la tierra entre los vivos (de acuerdo al credo popular de la época), quedando las almas espantando a la gente. Se ha hecho usual entre la gente comentar que el rico nunca sabrá lo que es paz eterna, y todo se mantendrá hasta que su riqueza no sea distribuida de algún modo.

En la Ciudad de León, Santiago de los Caballeros, Arrechavala es la figura de mayor popularidad, cuyo alma espanta por las noches en los caminos de la ciudad. Doña Mireya que reside en el Barrio Guadalupe, lo ha observado transitar por el frente de su casa y nos relata el testimonio:

«Era una noche muy oscura, tan sombría que no podía ver mi mano, y eso que me hallaba sentada en la acera frente de mi puerta a eso de las once de la noche.. (por qué estaba fuera esta señora a esa hora de la noche ..esa es otro cuento.. )

En tal época el país era ocupado por los americanos. Repentinamente se escuchó un ruido extraño y pude oír el trotar de un caballo que provenía de Laborío (el poblado indígena). En mi casa previa había nacido el gran músico autor leonés José de La Cruz Mena, del cual se señala que falleció de lepra. Y ocurre que donde hoy está el Museo Rubén Darío, aún allí se hallan las marcas de las barrotes de las ventanas dobladas..ante su ira ya que quería dejar la cama en la que se hallaba postrado.

Fue allí era en donde yo moraba..el caso es que escuché el tropel del caballo que tomó para el lado del Cuartel de la 21. El Jinete se detuvo y ató al caballo. Yo hablaba para mí misma: Quién podrá ser el americano que pasará por aquí ? .. la sangre de cristo !!!

Y yo implorándole a Dios que no me fuese a decir algo por permanecer a estas horas de la noche al frente de mi casa. Yo me confié a dios y a los santos, Santo Dios mío..Santo poderoso.. Santo Inmortal.. libérame de todo espanto y de todo daño. Dios mío yo no conocía que hacer.

Así fue que cuando éste iba transitando próximo a mi casa, y con rumbo hacia mí. Dios mío yo no conocía qué hacer. El miró atrás y yo le vi el perfil de su rostro..era un hombre buenmozo. El prosiguió caminando, luego le escuché sonar la espuela.

¿Qué era eso ? me comenté yo. Continuó marchando hasta que arribó a la esquina de los Montenegro y fue allí que se bajó y se detuvo en medio de la calle ejecutando ejercicios militares. Ya se fue él para lo que hoy es la casa de los Madrices y le propinó tres toques a la puerta. Yo pensé que allí residía ese americano, pero le vi la capa que era antes de color marrón. cuando pasó frente de mi casa se veía de azul turquí.

Luego se detuvo en la misma esquina de los Madrices y repitió los mismos ejercicios y tomó para la parte trasera del Colegio San Ramón y de la Asunción. Mas cuando iba ya a arribar a la esquina halló a un hombre, que al transitar cerca de mi le cuestioné. ¿Pudiste ver a aquel americano que va por allí? No he observado a nadie, lo que usted vio fue seguramente a  Arrechavala.

Realmente ese era Arrechavala que había dejado su montura en las cercanías de mi casa. De estas leyendas nicaragüenses existen numerosas otras. De acuerdo a lo que se cuenta, Arrechavala dio ayuda para la edificación de la Capilla de San Sebastián y aportó un donativo para reconstruir la Recolección. Igualmente regaló la imagen de San Sebastián de Jesús Atado a la Columna y la Virgen de Dolores.

El Coronel Arrechavala apenas permitía ser visto por algunas jóvenes, y los hombres comentaban que ya lo iban a atrapar pero cuando sentían, era que el coronel les estaba propinando latigazos (este no permitía ser visto por aquellos). Al llegar las festividades de la Virgen de Guadalupe, el ordenaba adquirir todas las flores de los jardines de León para engalanar a la Virgen.

Se dice que él tenía poseía fincas y casas. Una de sus fincas fue la que llevaba el nombre de los Arcos e igualmente fue, de acuerdo a lo que se cree, el dueño del ingenio San Jacinto.

Leyendas Nicaragüenses La Mona

La Mona, igualmente llamada como Mona Bruja o Mico Brujo, es una figura de las leyendas nicaragüenses de procedencia chorotega. De acuerdo a este relato, la monas eran hechiceras que, a través de oraciones aborígenes ancestrales, se les caía la piel y les crecía el pelo, se les extendían las manos y los pies, convirtiéndose en un ser parecido a un mono grotesco de enorme tamaño.

Las monas se podían mover con gran rapidez por medio de los árboles, usualmente para dañar a sus enemigos de modo sorpresivo. Lo perpetraron en medio de carcajadas espantosas y gritos alarmantes que congelaban la sangre de sus víctimas, atontándolas o quitándoles el habla por el resto de la vida.

El modo de librarse de estas criaturas era cuando la víctima controlaba su temor y exclamaba rezos cristianos de contra, incrustaba una cruceta (un machete con forma de cruz) en el piso, lanzaba un puñado de maíz, de granos de mostaza o de sal, y arrojaba el sombrero boca arriba, de manera que provocaba que la Mona amaneciese recolectando los granos, sin liberarla hasta que se arrepiente de sus encantamientos y prometiera no volver a importunar a nadie en toda la región.

La leyenda de la bruja que se convierte en mona a la cual se le ha dado otros apodos, siendo el más usual el de Mico Brujo, común en Guatemala y El Salvador. En Nicaragua, son muy frecuentes los relatos de brujas que se convierten en médicos brujos (o monas brujas), ceguas y puercos («chanchas»). Las monas habitualmente son mujeres indignadas que se convierten para ir a buscar a los hombres que las dejaron.

Cuenta la leyenda que las mujeres acuden al árbol de chilamate, cogen una de sus flores que surge precisamente al mediar la noche y pronuncian el hechizo para convertirse. Las viejas de los pueblos modestos recomendaban a los hombres que salieran con la ropa interior al contrario para espantarla.

En Costa Rica, el vocablo de «Mona» a secas es más usual en la costa del Pacífico, en las regiones de Guanacaste y Puntarenas, ya que en ciertas interpretaciones más enraizadas al Valle Central se le denomina «La Chancha» (se convierte en cerdo o danta), y además, se conocen las leyendas nicaragüenses de otro espanto parecido, el Mico Malo, el cual, no obstante, se asume que no es una bruja con figura de mona, sino el mismísimo Diablo en persona.

Origen

La leyenda de la Mona emerge del sincretismo entre los relatos de los nahuales mesoamericanos y las brujas del medioevo europeo. El mito de las hechiceras que se convierten en monas está vinculado con la costumbre mexicana de los nahuales, variedad de chamanes de las civilizaciones mesoamericanas que contaban, entre otros poderes, con la capacidad de transmutarse en animales, en ciertas ocasiones con fines malintencionados.

Con el arribo de los invasores españoles a América, la tradición de las brujas del medioevo europeo se combinó con la de los nahuales mesoamericanos, originándose así numerosos relatos sobre personas que podían adoptar formas animales, leyendas nicaragüenses que subsisten hasta la actualidad, al igual que las de la Mona, la Cegua y el Cadejo.

La Mona como relato se origina en el pueblo chorotega, los cuales son de procedencia mesoamericana, quienes preservaron cuantiosas de las costumbres, mitos y tradiciones de las civilizaciones azteca y maya, entre las cuales están la creencia en los poderes de los nahuales. A través de la colonia, existió una variante de la leyenda de la mona en las denominadas «voladoras», mujeres que podían adoptar la figura de enormes pájaros que surcaban los cielos.

Leyendas Nicaragüenses Históricas

Merced al grandioso pasado histórico de los pueblos de esta nación, se han desarrollado numerosos relatos de esas experiencias que también poseen cierto contenido fantástico, a las cuales se les denomina leyendas nicaragüenses históricas.

Muerte del Cacique Diriangén

En las poblaciones Maribios, al igual que casi todas los Azteca-Maya eran frecuentes los casos de nahualismo, en el cual los hombres se transforman en el animal protector al cual se les asignó, de acuerdo al calendario maya, el día en que nacieron. Los caciques empleaban al jaguar como el signo divino de fortaleza. El Dios Jaguar mora en el mundo sombrío de los muertos.

Narra la leyenda sobre el fallecimiento de Diriangen, quien ascendió de noche al Cerro Casitas para transformarse en el Dios Sol avanzada la madrugada. La ceremonia y su ritual eran apenas una parte para lograr el pacto con el centinela del cerro para calmar a todos los dioses enojados ante los hombres.

Con alaridos, bailes y oraciones que le otorgaban el poder de ser mediador entre los hombres y el Señor de los Cerros, para que el centinela del cerro le permitiese ingresar al mundo de la sombras fácilmente.

La leyenda dice de un ceremonial enigmático, impenetrable y de iniciación, el cual le permite establecer una vinculación mágica con la naturaleza en forma armoniosa. Diriangen ascendió a la cima del cerro y se arrojó hacia las tinieblas del mundo de los fallecidos. Este ritual se practicaba para conservar el ciclo del día y la noche.

El cacique Diriangen fallece al precipitarse desde un punto que puede localizarse en la loma la Rústica (Bella Vista) o en la orilla sur del cráter inferior (la Hoyada de Ortiz), de haber acontecido en este sitio, su cuerpo descendió de cara al Pacífico, hacia la preciosa llanura Maribia.

La leyenda señala que su espíritu asciende al cielo en vuelo usualmente hacia el occidente. El Dios Jaguar y el cacique en la leyenda retaban a la muerte para después renacer entre las sombras del mundo de los muertos. El relato narra que los conquistadores fueron en busca del cuerpo del cacique por todo la zona, pero lo único que consiguieron fue un jaguar.

El Espanto del Roldán en Cosigüina

El cerro Roldán en la colectividad de Cosigüina recoge una crónica algo tétrica, ya que se cuenta que numerosos años atrás un hombre que habitaba en la finca de San Cayetano, ascendió hasta lo más elevado de este montículo, intentando conseguir al ganado que se le había extraviado. No obstante, el hombre jamás retornó a su hogar y desde entonces, la gente empezó a oír espantosos lamentos procedentes del cerro primordialmente en las fechas en que se conmemora la Semana Santa.

Algunos señala, que es el alma de aquel individuo quien implora a Dios para que lo deje ingresar al cielo. Sin embargo, hay otro conjunto de personas que indican de qué se trata de un alma que lo único que desea es asustar a los moradores de la población.

Al marcar el reloj la 1:00 de la madrugada en jueves santo, lo más recomendable es no salir de casa, ya que en la soledad de las calles se logra oír un alarido de terror que les pone de punta los pelos a los hombres y a las mujeres, las hace correr inmediatamente a estrechar a sus pequeños hijos. De su lado, quienes son fieles la religión católica en Nicaragua señalan que puedes alejar a este espíritu, confiándote a la santísima Trinidad.

Leyenda de Chico Largo del Charco Verde

Esta es otra de las leyendas nicaragüenses que tienen lugar en el periodo de semana Santa, época en la que no se puede dejar de aludir el relato de Chico Largo del Charco Verde. Este es el nombre que se le ha dado a una laguna que se localiza en Nicaragua y que exactamente dispone de ese color, ya que en sus profundidades se desarrollan gran diversidad de algas marinas, así como igualmente se halla rodeado de árboles de distintos tamaños.

Se cuenta que mucho tiempo atrás, dicho cuerpo de agua era regido por una criatura denominada Chico Largo, la cual no permitía que hombre alguno se bañase en sus aguas, ya que señalaba que no eran meritorios de ello. No obstante esto, existieron ciertos hombres que lograron desafiar esa regla, desencadenando el enojo del protector, quien no dejó pasar mucho tiempo sin usar su encantamiento para transformarlos en reses.

Mas adelante, ofrecía los animales a los comerciantes que se localizaban en las cercanías, a los que, de igual manera, se dice que les otorgaba una gratificación, si conseguían deshacerse de las reses lo más rápido posible. Específicamente, se comentaba que los colaboradores de Chico Largo obtenían «siete negritos», mismos que habrían de ser entregados a otro individuo en un lapso no superior a una década. De no ser así, sufrirían la furia del protector de Charco Verde.

Leyendas Nicaragüenses Ometepetl y Nagrando

­ Los Náhuatl estaban en busca de la tierra prometida en la emigración inicial al istmo de Rivas y la consiguieron en Ometepe. Prosiguieron la profecía del Alfaquí y a través de su estancia allí elaboraron este mundo de relatos, cerámica, efigies y petroglifos.  Ometepe es un templo completo de arte rupestre y de hermosa cerámica aborigen. Sus pobladores hasta han conseguido un objeto que al parecer es la pieza de un telescopio para observar los astros del firmamento.

Tan legendaria es la isla, que se habla, ­y más de uno lo confirma, de un río en el cual el que se da un baño padece de cambios en su personalidad. O bien, siempre se da por seguro con mucha responsabilidad que los volcanes Concepción y Maderas, son los mismos pechos de la indígena Ometepetl.

Una crónica de amor al parecer es la génesis de este modesto terruño, ahora llamado como Isla de Ometepe, cuya longitud es de 276 kilómetros cuadrados y está localizada en medio del Lago Cocibolca o Coatl, hermano mellizo de Xolotlán o Lago Xolotlán. Al menos así lo refiere la historia relatada por el profesor Hamilton Silva Monge, quien ha destinado gran parte de su existencia a buscar entre las posesiones de Altagracia, petroglifos y una novísima cerámica.

Ha sido tan inquieto que ha efectuado valiosos descubrimientos que en su mayor parte se localizan en el museo de Altagracia del cual es director. El profesor Hamilton, como es apodado en su pueblo, preserva fresco la memoria que dio origen a Ometepe; una hermosa crónica de amor y romance que ha quedado estampada en un libro de su autoría.

Niquiranos y Nagrandanos Impidieron un Gran Romance

Ometepetl era la fascinación de todos los indígenas mancebos, ya que su figura era bien delineada y su conversar dulzón y sonoro. La crónica de amor se inicia con el encariñamiento de Ometepetl y Nagrando, ambos originarios de dos tribus en pugna. Ometepetl era parte de la tribu de los indios Niquiranos y Nagrando de los Nagrandanos.

De acuerdo a las leyendas nicaragüenses relatadas por el profesor Hamilton Silva, Ometepetl era una doncella hermosa, alta, cabello lacio, de buena figura. Su sonrisa encantaba y su mirada impresionaba, por lo que ella era admirada por todos los indios jóvenes.

«Nagrando era corpulento, con brazos tal cual árbol madroño, piernas como de árbol tempisque, nariz como de águila, experto en la pesca y la caza: era un guerrero», dice la leyenda. Las familias de los dos muchachos estaban enemistadas a muerte y las leyes proclamadas por los teytes no aprobaban su matrimonio.

Cierta tarde de verano Nagrando se consiguió con la bella Ometepetl y los dos se enamoraron. En ese instante Xochipilli hizo que sonara la tonada de la brisa en la totalidad de los pastizales, Quetzalcóatl desató exhalaciones por todo el cosmos y Ehécatl hizo descender sereno y todos los teotes diseminaron bendiciones sobre aquel naciente amor. Al tanto que, Coatl se alegraba y los pájaros liberaron sus trinos.

Los dos jóvenes se prometieron amor, aun así el gran cacique Niquirano ordenó buscarlos para encerrar a Ometepetl y asesinar a Nagrando. Estos fueron por apoyo entre sus fieles amigos para escapar. En soledad y ocultos se dieron besos, abrazaron, rezaron y luego se cortaron las venas.

De tal manera que el gran Lago Cocibolca no es más que la sangre derramada de los jóvenes, los dos volcanes de la isla son los senos de Ometepetl y la Isla de Zapatera es el cuerpo muerto de Nagrando, que no adelantó mucho en la desdicha de su muerte.

Leyenda de la Inmaculada de Nicaragua

Vamos a hacer referencia a la procedencia que se atribuye a la figura de la Virgen de Concepción que anualmente levanta tanto fervor entre los granadinos. Es una de las leyendas nicaragüenses que se han venido pasando de padres a hijos hasta la actualidad, sin que haya nada opuesto a esa fervorosa tradición, preservada – como se dice – de padres a hijos.

Relatan las historias de esta añeja Sultana del Gran Lago que allá, en cierto día se desconoce de qué año, detrás de unas lavanderas que se hallaban en la costa de nuestro lago, observaron acercarse una caja que flotaba sobre las aguas, sin llegar a hundirse como si no tuviese nada.

El evento debe de haber sucedido por los años de 1712. La fecha podía establecerse entre los siglos XVII e inicios del siglo XVIII. Lo verídico es que al tanto que las mujeres estaban lavando, repentinamente, se mostró al lado de ellas una caja de madera la que, al buscarla traer hacia la orilla, se distanciaba aguas adentro.

Confabuladas aquellas lavanderas se dirigieron a decirle a los frailes del Convento de San Francisco lo que habían observado con sus propios ojos, para que con sus exorcismos expulsara aquello que parecía demoníaco.

Abastecidos los frailes de hisopos, y portando el cordón de nuestro Padre San Francisco bien ajustado a la cintura, emergieron los padres del Convento secundados por aquellas simples lavanderas que las llevaron al lugar de la playa en el cual habían observado flotar la caja, la que se dejó tomar por los frailes con los cordones que atados a sus cinturas portaban, y con gran facilidad, afablemente, fue traída a la orilla.

El enigmático objeto fue llevado a tierra y abierto por los confabulados frailes, asistidos por algunos varones que se habían sumado al grupo, éstos observaron, sorprendidos, que el cajón llevaba contenido una imagen de la Virgen, cuidadosamente labrada en madera, llevando en sus brazos al Niño Jesús y con la luna como banquillo a sus pies.

Jamás se ha podido conocer la razón de la aparición de esta imagen en el litoral de Granada, a pesar de que es posible conjeturar que fuese el resto de un naufragio y que las corrientes con vientos del oriente llevaron por el Río San Juan o el Desaguadero, hasta Granada.

Los franciscanos rindieron cuenta del descubrimiento al Cura de la localidad y los capitulares, o quizás al señor Obispo que habitaba usualmente más tiempo en Granada que en su Sede por motivos de residir aquí mayor cantidad de familias españolas y por la comodidad de la comunicación por mar.

Estos resolvieron que la imagen fuese adorada en la iglesia parroquial y que, como contaba con la media luna, debía ser denominada la Concepción de María. (Aún no estaba declarada como dogma de fe el enigma de su pura Concepción; pero los pueblos cristianos, instintivamente, lo tenían como regla de fe).

El Castillo de la Concepción se denominaba la Fortaleza sobre el Río San Juan que liberó a Granada, en más de una oportunidad, de ser destrozada y saqueada por los piratas ingleses. Esa fervor tan extendido en España y sus colonias, debe haber tenido influencia para clamar a la imagen hallada con el título de Nuestra Señora de Concepción.

La Inmaculada Concepción de María

Desde tiempos remotos se realiza en Palestina una festividad para conmemorar la CONCEPCIÓN DE MARÍA, pero no se asegura que hubiese sido procreada sin pecado original. Hasta que el Papa Pío IX, el 8 de Diciembre de 1854 anuncia como doctrina de Fe. La iglesia celebra a la Santísima Virgen bajo su advocación de María.

De la Virgen María, una signo grandioso se mostró en el firmamento, una mujer con el sol por traje, la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de una docena de estrellas. Dogma proclamado por el PAPA XII, el 1° de Noviembre de 1950. «La siempre Virgen María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo al concluir su vida terrenal».

La virgen es una costumbre del pueblo de Nicaragua y mayormente se radica en la ciudad de León, dándose el primer grito de «la gritería» en el barrio de San Felipe.

Gritería de Penitencia

El 14 de Agosto se conmemora «la gritería» en víspera de la festividad de la Asunción de la Santísima Virgen María. Fue establecida por el Obispo de León Dr. Isidro Augusto Oviedo en oportunidad de la quinta erupción del Cerro Negro, desencadenada el 14 de Julio de 1947.

El Cerro Negro en este momento recuperaba día a día más fuerza, la arena era perenne, el volcán arrojaba lava, piedras ardientes, fuego y bramidos atronadores, la gente escapaba del lugar, se tapaba con paraguas, gafas, turbantes, etc. Se llegó a pensar que la misma Catedral iba a padecer en ella una catástrofe si no le retiran la arena que ya se amontonaba en el techo.

Se alistaron procesiones de rezos con la imagen de la Virgen suplicando la intersección en frente de su bendito hijo. Es a partir de entonces que se conmemora «la Gritería Chiquita».

La Leyenda de Yaguare

Un príncipe indígena de la raza matagalpa que residía con su tribu allá por río Yasica, había escapado con su novia y prosiguiendo las recomendaciones de un viejo sacerdote aborigen habría de buscar con su prometida Birgit (luego llamada Yasica por su gran actividad) un sitio en el nacimiento del río Takiwaska, al costado del gran Cerro de Agua en el cual había una gran roca y las fuentes de una corriente de agua clara.

Allí habría de asentarse y crear su pueblo que más adelante se conocería como el de mayor tamaño e influencia de los pueblos de los indios matagalpas. Se considera que por eso se denomina Yaguare a la quebrada que se origina en el cerro Apante y cruza el poblado de Matagalpa.

De acuerdo a una de las acepciones, el vocablo Matagalpa quiere decir Cabeza Mayor, procedente de la lengua Matagalpa de orígenes Macro-Chibcha. (Matal: cabeza superior, Galpa: casa o pueblo).

Su postura principesca, traje y aparentes joyas demuestran que la figura en referencia era un señor de su raza aborigen, así como el sitio central y espacio privilegiado en que fue enterrado en la proximidades del viejo poblado de Molagüina, bien podría conformarse en la efigie del príncipe del romántico relato del pueblo matagalpino, Yaguare, fundador de Matagalpa en unión a su novia la valiente, perseverante y laboriosa Yasica.

En un modesto cerro, ubicado en el área sur de la localidad de Matagalpa, la familia de don Nazario Vega (quien edificó la Catedral de Matagalpa) consiguió allí por el año 1890 lo que aparenta ser el sepulcro de un personaje verdadero de la civilización de los indios matagalpas.

Los familiares de don José Vega, sobrino de don Nazario, han preservado por más de una centuria una de las piezas halladas allí. Se trata de una efigie de cerámica de una figura indígena de muy gratas facciones en una postura muy noble, es decir que se halla sentado en una posición majestuosa, está orlado con collares, pendientes, aros, brazaletes, estolas, tiene una corona con plumas al parecer de quetzales, y con las manos cruzadas delante al modo de un gobernante precolombino.

Cierto tiempo atrás, su protectora, doña Nelly Vega de Cisneros, solicitó que se conservará en el Museo de Historia de Matagalpa ubicado en Selva Negra y podría ser mudada al Museo Nacional del Café, al ser concluido esté. Éste es un museo cuya construcción cuenta con el empeño de la Alcaldía de Matagalpa bajo la conducción del ingeniero Sadrach Zeledón, con ayuda de la sociedad civil y patrocinio internacional.

Algo después de 1880 la Iglesia restringió que se siguieran sepultando figuras en las iglesias por razones de sanidad. Se comenzó a usar en Matagalpa un camposanto en una colina elevada en la zona suroeste del Barrio Laborío. Las familias más destacadas de la ciudad eran enterradas en ese sitio por su particular protección contra inundaciones.

Allí fue edificado por don Nazario Vega el panteón de sus suegros don León Cantarero y doña Aureliana Tinoco, sucesores de los primeros españoles que se habían establecido en la inmediaciones desde los inicios de los tiempos coloniales, de acuerdo al registro del año 1690.

Allá por 1870, cuando don Nazario estaba levantando una extensión del sepulcro para el restante de su familia, consiguió lo que aparenta ser un cementerio aborigen o al menos la tumba de un figura real de la cultura de los indígenas matagalpas. Su sobrino José Vega la preservó hasta que tres generaciones a posteriori, su nieta Nelly Vega lo hizo público.

Leyendas Nicaragüenses para Niños

A continuación haremos referencia a relatos o leyendas nicaragüenses que habitualmente se les cuentan a los niños antes de irse a dormir. Por su desarrollo son parecidos a los cuentos clásicos de Europa, con la sola condición de que estos particularmente contienen elementos propios de esta nación Centroamericana.

El Punche de Oro de Sutiaba

De la localidad de Sutiaba proviene una de las leyendas nicaragüenses de mayor interés que hemos conseguido. La gente de edad avanzada relata que en cierto lugar de esa población hay un tesoro oculto. Pero allí no culmina todo, lo que atrajo poderosamente nuestro interés es que se dice que de cuando en cuando el tesoro transita cautelosamente las calles en las noches. Este acontecimiento tiene lugar solamente un par de veces al año.

Su ocurrencia inicial es en la temporada de la Semana Mayor, mientras que su segunda aparición se efectúa ya en el mes de agosto.  Evidentemente, no nos referimos a algún cofre flotante, ni de un alma en pesar que transporta pesadas bolsas de dinero en sus espaldas, sino que hablamos del legendario Punche de Oro de Sutiaba.

Este cangrejo de color oro emerge de las honduras del Océano Pacífico y nada hasta arribar a la puerta de la iglesia de mayor importancia de ese pueblo. Ahí aguarda hasta que los iniciales rayos del sol del Jueves Santo resplandecen sobre su metálica piel. Se conoce de ciertas personas que han intentado capturar al Punche de oro, ya que se cree que quien lo atrape podrá conseguir el lugar preciso en en el cual fue sepultado del tesoro y por ende devenir en un individuo muy rico.

Desafortunadamente para todos los buscadores de fortunas, solo hay mala noticias y es que, como es usual en estas leyendas nicaragüenses, no se puede dejar de aludir que, según los relatos, aquellos que llegan a tocar al cangrejo, dejan de hablar de modo inmediato por lo menos por una semana.

Otra interpretación de esta mismo relato nos señala que el Punche es el alma de un anciano cacique, a quien el ejército español sentenció a morir mediante la horca en un palo de tamarindo. Tal árbol mítico se mantiene colmado de frutos a lo largo de todo el año. Sin embargo, nadie puede probar de ellos,ya que de hacerlo perecen instantáneamente.

Leyendas Nicaragüenses El Cadejo

En numerosas leyendas latinoamericanas se hace referencia al nombre del Cadejo, animal muy semejante al perro, el cual cuenta con una versión «benigna» y una «maligna».

En las noches, el cadejo blanco hace compañía en su regreso a casa a los hombres que trabajan hasta muy altas horas de la noche. Su objetivo primordial es el de cuidar que puedan llegar sanos y salvos a su casa, ya que han pasado todo el día trabajando para llevar el sustento a sus familias.

Por el contrario, el cadejo negro anda en busca de aquellos individuos que permanecen fuera de sus domicilios por motivos como la bebida  y/o fumar y como se debe entender, estos son comportamientos que no se deben imitar. En el supuesto de que el perro negro consiga a uno de estos sujetos, les morderá con tal fuerza que se les quitaran las ganas de volverlo a hacer por el resto de su vida.

No obstante, si el cadejo blanco se presenta a tiempo a la escena, los dos canes pelearan hasta que alguno quede vencedor. Algo que no se ha dicho es que estos perros tiene un mirada con un brillo muy particular que permite que una persona pueda observar desde muy lejos que un cadejo se aproxima.

Leyendas Nicaragüenses La Mocuana de Sébaco

Luego de la conquista española, sus soldados arribaron a Sébaco, donde fueron recibidos por un indígena honorable y bondadoso quien hacía de alcalde de esa región. La población le respetaba y le quería, ya que era un hombre muy sensato, y su único interés era el bienestar de los demás.

En efecto, no quiso enfrentarse a los ibéricos, sino que, por lo contrario, les hizo varios obsequios. Entre ellos resaltaba la entrega de tamarindos elaborados de oro macizo, los cuales, según indicaciones del cacique, habrían de ser un presente para el rey de España.

El único condicionante que el hombre pidió fue que debían subir a sus embarcaciones y no retornar nunca más a suelo nicaragüense.No obstante, los conquistadores deseaban el tesoro sólo para ellos. Esto provocó que el cacique ocultara todo el oro en un sitio del cual solo su hija y él supieran de su ubicación.

Al pasar el tiempo, los soldados españoles fueron muriendo progresivamente. Tras unos años, otros navíos llegaron a Sébaco. Sin tomarse mucho tiempo, uno de los soldados se dedicó a cortejar a la joven hija del cacique, quien prontamente le indicó el sitio en el cual se hallaba escondido el tesoro.

Tras extraer el oro del escondite secreto, el novio de la joven la enclaustró en una caverna, obstruyendo la entrada para evitar que huyera. Aun así, había algo que el sujeto desconocía y es que la muchacha sabía de todos los túneles secretos de todas las cuevas. Tras numerosos intentos, al fin la muchacha pudo evadirse de su encierro, pero ya era muy tarde para su mente, ya que desafortunadamente la joven había enloquecido.

Después de unos cuantos años la mujer pereció y se transformó en lo que a partir de esa fecha se conoce como la Mocuana, un espectro que convida a los extranjeros a seguirla hasta la caverna en la cual fue confinada, tras lo cual los abandona a su suerte. Hasta la actualidad nadie ha podido observar su rostro. Apenas se ha podido apreciar su esbelta y delicada silueta y su extensa cabellera de color Ébano que oculta completamente su espalda.

Leyendas Nicaragüenses Cortas

Como es de todos sabido, en estos tiempos, la mayor parte de la gente se halla muy ocupada efectuando todo tipo de tareas. Por ello muchas de las leyendas nicaragüenses ancestrales se ha resumido, sin perder la esencia original del relato, para que aquellos que tienen limitado su tiempo pueden disfrutar de un rato ameno.

La Iracunda Serpiente de Catedral

Una peculiaridad de las leyendas nicaragüenses es que con frecuencia en esas crónicas se hace alusión a la pelea inconclusa entre el bien y el mal. En este instante, se rememora la leyenda de la airada serpiente de catedral, en la cual se señala que una víbora de magnitudes increíbles moraba debajo de la Catedral.

La longitud de este ofidio es tan grande que su cola logra tocar las bases de la Iglesia de Sutiaba. La razón por la que no ha logrado desplazarse de esa ubicación, es debido a que su cuerpo se halla sujetado por uno de los cabellos de la Virgen de la Merced. La serpiente ha intentado liberarse por años, no obstante, aunque se mueva, se estire o se contraiga, su cuerpo prosigue completamente atrapado por ese «pelo divino».

Aun así, la gente considera que en algún momento la serpiente podrá liberarse y será entonces cuando acontezca la desgracia a esa ciudad nicaragüense, ya que los movimientos de ese ser provocarán que la tierra se reblandezca y se produzca un terremoto del cual solo algunos podrán salvarse. Adicional al sismo, se cree que el agua subterránea que se localiza en la ciudad, igualmente brote a la superficie, ocasionando severas inundaciones.

Leyendas Nicaragüenses La Teodora Coyota de El Viejo

En El Viejo, en tiempos que era villa, existió la Teodora Valdivieso: una mujer que se iba del lecho, dejando en sueños a su cónyuge, para convertirse en Coyota en la parte trasera de su rancho y al decir este conjuro: Abajo carne, abajo carne, la Coyota iba a juntarse con una manada de coyotes que vagaba a orillas del pueblo, en caza de cerdos, gallinas y chompipes. El altivo jefe de la manada y la Teodora se querían en gran medida.

A su retorno, la Coyota sería  humana de nuevo diciendo: Arriba carne, arriba carne. Un día el marido, quien la espiaba, le arrojó un puñado de sal y a la Teodora no se le llegó a subir la carne, quedando Coyota por la eternidad. Ciertos romerantes de la Virgen del Hato dan por seguro que, lanzando lúgubres lamentos, ella hubo de volver a la manada en la cual  procreó una prole con el jefe de la misma. Ellos la vieron atravesar la árida llanura y el espeso bosque seguida de cuantiosos cachorros.

El Barco Negro del Gran Lago

Mucho tiempo atrás atravesaba una embarcación de Granada a San Carlos, al acercarse a la Isla Redonda, le hicieron señales con una sábana. Los marineros, ya desembarcados, vieron que los residentes, desde los ancianos hasta los bebés, morían envenenados. Se habían alimentado de una res muerta picada de toboba. – ¡Trasládennos a Granada! – les imploraron. El capitán les respondió: – Llevo unos chanchos a Los Chiles y si me distraigo se me pueden sofocar.

– Pero todos aquí somos gente – señalaron los moribundos.

– Igualmente a nosotros -contestaron los lancheros- con esto nos ganamos el pan.

– ¡Por dios! – gritó el más anciano de la isla-¿no se dan cuenta que si no nos llevan nos matarán?

Estamos comprometidos -indicó el capitán, antes de dejarlos sin pesar alguno. Pero la anciana, al levantarse del tapesco, les arrojó la maldición:

-¡Así como no abrieron el corazón, no se les abrirá el lago!

En busca de San Carlos, ya no llegaban a tierra. No veían cerros ni estrellas. Llevan años estando perdidos. Ya la embarcación se ha ennegrecido, con las velas putrefactas y los aparejos rotos. Numerosa gente del lago los ha observado. Los marineros les vociferan:

¿Por dónde está San Jorge? ¿y dónde Granada?

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