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Desde tiempos inmemoriales se han relatado mitos griegos para niños acerca de sus dioses. A estas leyendas se les denomina mitos, ya que en ellos se cuenta sobre las aventuras donde los dioses griegos exhiben todos sus poderes, lo que los hace del agrado de los mas pequeños de casa.

Mitos Griegos Para Niños

Mitos Griegos para Niños

Cada cuentista narra historias adecuándose para los más chicos de casa y así surgen los mitos griegos para niños, los cuales fueron diseñados a su propia medida. Cualesquiera potestad, dirigencia, rango y temperamento que los dioses tuviesen eran invariables de una leyenda a otra. Por ejemplo, Zeus era el soberano de todas las deidades, y solo Zeus podía arrojar rayos.

El universo mágico de las ancestrales divinidades griegas era un mundo colmado de polémicas, luchas, guerras, obligaciones, temores, alegrías, condenas y amores. Numerosos mitos griegos para niños se fundamentaban en moralejas sobre recompensas o sanciones, tanto para mortales como para los dioses, con lo que se quería dar lecciones en estos mitos de Grecia para los más chicos.

Mitos Griegos para Niños: Apolo y Dafne, Una Historia de Amor Imposible

Dentro de los mitos griegos para niños, Apolo era la deidad de la poesía y de la música, del augurio y de la luz, igualmente era el dios de los arqueros, lo que indicaba que su habilidad con el arma era muy buena. Tal seria su excelencia con ella que él solito pudo aniquilar a la temida serpiente Pitón que se ocultaba en el monte Parnaso.

Pitón era un animal terrorífico que buscaba sangre a cualquier hora. Un engendro inmenso cuya meta era matar manadas de corderos, vacas, pastores e inclusive a hermosas ninfas que paseaban por el campo. Los pobladores se encontraban totalmente desesperados y buscaban a alguien que les socorriese. Y así, tras implorar a los dioses, descendió Apolo y se exterminó a la bestia con una andanada de flechas.

Resulta que luego de su hazaña, Apolo se tornó terriblemente arrogante. Todo el tiempo hablaba de sí mismo y alardeando de su coraje. Su proceder era tan presumido que a lo largo del día solo se dedicaba a repetir estas palabras: – De los arqueros del mundo, soy el mejor, por lo que nadie me puede ganar.

La situación llegó a tal grado que ya no sólo era envanecido y arrogante sino que se destina a mofarse y despreciar a los otros. En ello se encontraba cuando cierto día de paseo por el bosque se halló con Eros, la deidad del amor, y, como tenía que ocurrir, Apolo se inmiscuye con él y terminaron discutiendo.

Eros, aun siendo un dios, parecía un niño inocente, un modesto angelito quien podía volar de un lugar a otro con sus alitas, su menudo arco y sus flechas presto a hacer enamorar a todos. Al verlo Apolo solo pensaba en lo irrisoria que era su imagen, en particular el arco que le lucía como de juguete. De tal manera, que entre carcajadas, le señaló: – ¿Qué pretendes hacer con esas armas?, Yo, como deidad de los arqueros, soy el único con mérito para llevarlas.

Eros, hastiado como los otros dioses de la nueva postura de Apolo, le respondió. – No te mofes de los demás que cualquier día tus bromas te serán cobradas. Quizás mis flechas no hayan acabado con  ninguna serpiente pero que no te quede duda que con ellas he logrado grandes proezas pues han podido llevar el amor tanto a deidades como a mortales.

El diálogo se complicaba cada vez mucho más, pues el proceder de Apolo no podía ser más pretencioso e inaguantable. Así que Eros, hastiado e irritado le indicó:

– Por toda tu existencia tendrás presente este momento. Prometo, por tu padre Zeus, que recibirás tu merecido. Eros consumó su amenaza usando su más potente arma: el amor. En ese día Eros arrojó dos flechas: una eras de oro y la otra de hierro. La primera con punta de diamante se empleaba para enamorar a la gente, en contraste, la de hierro con punta de plomo ocasiona lo contrario, un repudio total al amor.

Eros lanzó la flecha de oro apuntando al corazón de Apolo y este de ipso facto se enamoró apasionadamente de Dafne, una de las ninfas más hermosas de la zona. Empero, ¿imaginan a quien fue destinada la flecha de hierro? Justamente, en Dafne.

Nunca había Apolo sentido interés alguno por la preciosa ninfa, pero desde entonces no la podía sacar de su mente. Pensaba todo el día en ella, tanto que dejó de lado sus aficiones predilectas. Solo quería pasarse el día entero contemplando a su hermosa amada.

Por otro lado Dafne, no estaba interesada en Apolo, aún más, al verlo se lanzaba a correr o se ocultaba por los árboles ya que le angustiaba lo insoportable que era. Pues, de tanto esquivarlo, en cierta oportunidad no le fue posible y un día se lo consiguió de frente. Apolo quiso aprovechar la ocasión para pedir su mano pero la contestación de Dafne no dejó duda alguna: – Nunca me casaré.

Apolo no lograba entender… pero si él era una deidad… cómo le separaba así… ¿era nada para ella? Dafne en un arranque de sinceridad despejó sus dudas.

– No desechó tu amor Apolo. Lo que me sucede es que no necesito el amor de nadie. Vine libre al mundo y quiero continuar así.

No obstante las palabras de Dafne, Apolo, porfiado como todo enamorado, no perdió la ilusión. Ni siquiera se molestó con ella. ¿Cómo podría enojarse con el amor de su vida? Solo deseaba abrazarla, estar a su lado, quererla… Pero al darse cuenta  Dafne de lo obsesionado que Apolo estaba por ella, se sintió atemorizada y resolvió escapar al bosque.

Y así se inició una carrera, o más precisamente, una verdadera persecución en la que Apolo acosaba a la ninfa. Dafne se hallaba muy atemorizada, tanto así que cuando se consideró alcanzada por Apolo se aproximó al río Peneo, que en verdad era su padre, a quien le pidió amparo.

Peneo aun estando ligeramente molesto con su hija, ya que no lograba entender la obsesión de Dafne con no desposarse y no tener hijos y la alegría que le darían, la vio tan angustiada que decidió darle ayuda.

Repentinamente Dafne se detuvo y su cuerpo se puso rígido como una roca, y una delgada costra recubrió su pecho y endureció su vientre, sus brazos se transformaron en ramas, su cabello se convirtió en copa… Peneo creyó que el mejor modo de ayudar a su hija era quitándole su apariencia humana y hacerla un árbol, en el primer laurel que nació de la tierra.

Al ver Apolo lo que había sucedido se puso a llorar, ya que no lo podía aceptar. Puesto que ya no era probable que su amor por Dafne fuese retribuido, apenado del dolor se aproximó al árbol, le abrazo y resolvió que ya que no se quería casar, que haría de ese su árbol sagrado, lo acogió como símbolo y con sus ramas elaboró una corona. Desde ese día el laurel, término que en griego quiere decir Dafne, se transformó en símbolo de victoria de allí que sus hojas se emplean para coronar a los generales triunfantes y reconocer a los más prominentes atletas y poetas.

Eco y Narciso, o las Terribles Consecuencias de Ser Vanidoso

A Narciso, en los mitos griegos para niños, se le conoce como un joven bellísimo del que todas las muchachas se enamoran, pero él desestima el amor, no le interesa ninguna y a todas repudia. Al nacer, sus progenitores consultaron a un vidente llamado Tiresias sobre el futuro de su hijo y éste les dijo que Narciso podría llegar a la vejez si no se contemplaba a sí mismo.

No parecía difícil que esa profecía se cumpliese, solo tenía que retirar de su mirada los espejos y otros objetos donde se pudiese reflejar su cara. Al pasar de los años, Narciso, ya mayor, devino en el objeto pretendido por todas las ninfas y mozas de la región, pero siempre se mostraba indiferente a sus encantos, quizás debido a que no era consciente de su lindura.

Entre las numerosas muchachas heridas por su proceder se hallaba una ninfa de nombre Eco. Sí, sí… se denominaba como el fenómeno acústico que ocurre al reflejarse la onda del sonido en un objeto y retornar hacia quien la ha generado. Aquí le contaremos uno de los más populares mitos griegos para niños, que trata sobre esta ninfa y sabremos el por qué de su nombre.

Erase una ninfa de los bosques llamada Eco, habladora e indiscreta que había sido escarmentada por Hera, esposa de Zeus. Y es que a la bondadosa de Eco le encantaba conversar y entretener a Hera, al tanto Zeus, del que ya sabemos por otros mitos que era un donjuán, se la pasaba en grande con otras féminas.

Al darse cuenta Hera que las charlas de Eco han servido para encubrir los pecados e infidelidades de su esposo, se enoja mucho con la ninfa y la condena. Desde ese instante Eco ya no podrá hablar normalmente, de una modo natural. Su voz sólo podrá decir las últimas palabras de aquello que se le haya dicho. Ahora si se entiende el por qué de su nombre, ¿cierto?

Eco humillada e incapaz de entablar conversación se encerró en una caverna en lo más hondo del bosque. Cierto día allí arribó de paseo el joven Narciso, absorto como era usual con sus propios pensamientos. Al verlo Eco quedó enamorada del precioso joven, pero intimidada por sus limitaciones no fue capaz de aproximarse a él. Lo que ella desconocía era que sus posibilidades eran muchas.

Narciso vio como grato el camino por el que paseaba ese día, así que la frecuentó repetidamente. A la espera estaba Eco quien le proseguía desde lejos, con miedo a que le viese, hasta que cierto día, un ruido que produjo al pisar una ramita le advirtió a Narciso de su presencia, revelándose.

En vez de seguir caminado Narciso se quedó en su espera. Al darse cuenta Eco de que había sido descubierta se turbó, para luego, en el instante en que Narciso le habló, ella se sonrojó – ¿Qué buscas por aquí? ¿Por qué me persigues?- le interrogó Narciso. Unas interrogantes a las que Eco solo pudo contestar: – Aquí… persigues…

Narciso prosiguió hablándole pero Eco no tenia el poder de manifestar sus sentimientos. Al final, tal cual la ninfa que era, fueron en su auxilio los animales, que de cierto modo le hicieron saber a Narciso que Eco se había enamorado de él. Ella le observó atenta, anhelante… pero la risa gélida de Narciso le destrozó.

Y mientras Narciso se burlaba de ella, de sus sueños, del amor que guardaba en su interior, Eco resolvió perecer de pena. Angustiada se escondió en su caverna, donde se quedó quieta, inmóvil, sin alimentarse, repitiendo en voz baja, como un susurro, las últimas palabras que le había escuchado a su adorado… «que tonta… que tonta… que… ton… ta…».

De ella únicamente permanece la voz que aún escuchamos. ¿Saben dónde, cierto? Exactamente. Pero como bien se expone en los mitos griegos para niños los malas acciones que hacemos no son gratuitas, en oportunidades traen consecuencias.

Al ver las otras muchachas despechadas, recordemos que ademas de Eco había muchas otras, el final de Eco imploran al cielo por venganza. Némesis, la deidad de la justicia y la fraternidad griega, quien había contemplado todo desde el cielo les oye y ocasiona que, en un día muy cálido, luego de una cacería Narciso se recline sobre una fuente para saciar su sed.

Y en el momento cuando está a punto de tomar agua, ve su rostro reflejado. Y como lo había pronosticado Tiresias, esta imagen le trastornó en gran medida. Resultó totalmente deslumbrado por su gran belleza en el agua. Encariñado consigo  mismo e inconmovible ya para los demás falleció en ese lugar. Algunos señalan que de debilidad, absorto perpetuamente en su contemplación.

Señalan otros que enamorado quedó de su reflejo, por lo que quiso reunirse con el y pereció ahogado al arrojarse a las aguas. En lo que concuerdan todos es que en el sitio de su muerte surgió una nueva flor a la que se nombró como él: el narciso, flor que prolifera sobre las aguas de los ríos, mostrando siempre su reflejo en ellos.

Démeter y Core, o lo que el Amor de una Madre puede Llegar a Conseguir

En los mitos griegos para niños, se conoce a Deméter como la deidad de la naturaleza, la fertilidad y la agricultura, de la tierra sembrada que da de comer al género humano. Una destacada figura que al dar al hombre la posibilidad de sembrar, le faculta pasar de la condición salvaje a la civilizada, pero un personaje del que igualmente había que tener miedo ya que de ella dependían las cosechas.

Démeter había engendrado una hija lindísima con Zeus, llamada Core (la doncella) a la que adoraba por sobre todas las cosas. Imagínense la hermosura de la joven que cierto día Hades, el soberano de los infiernos, resolvió subir unos momentos a la superficie y al ver a la joven se obnubila tanto que pensó, sea como sea haría deCore su esposa.

Se señala que Hades pidió autorización a Zeus para oficiar la boda pero que éste, al no poder oponerse a tal casamiento, (no olvidemos que Zeus y Hades son hermanos) no quería ni pensar en las consecuencias que podría tener la respuesta de Démeter si le quitasen a su hija, por lo que resolvió dar una solución diplomática en la que no dejaba clara su posición.

En vez de calmar a Hades lo que Zeus logró fue todo lo opuesto, enojarse y envalentonarse. Cierto día que Core se encontraba buscando flores con sus amigas las ninfas fue secuestrada por una criatura que salió de una grieta en la propia tierra. ¿Se imaginan quién era esa criatura que emergió del fondo? Obviamente, Hades que a la fuerza quería llevar a su adorada al inframundo, sus dominios, en un carro llevado por negros caballos.

Al retornar Démeter y no conseguir a su hija, cree enloquecer. Angustiada inicia una peregrinación por nueve días con sus noches en búsqueda de la hermosa Core. Al día diez, en compañía de Hécate, la deidad lunar, resuelve ir a visitar a Helio, el dios del Sol y la Luz, que todo lo observa y lo sabe, para que reconociese, lo que ya le habían dicho otros: Hades fue el secuestrador.

Démeter se encontraba tan airada que, en lugar de retornar al Olimpo, siguió deambulando por la tierra negándole a los árboles proporcionar frutos y a las hierbas crecer. Los cultivos y las fuentes se tornaron secos y llegó a tal nivel la desesperación para los hombres que poblaban la tierra, que sus lamentos subieron hasta el Olimpo, lastimando con sus alaridos sedientos y famélicos al mismo Zeus.

No le quedó más remedio a Zeus que ponerse de un lado en la situación, por lo que mandó a Hermes (¿se recuerdan del mensajero de los dioses, el de las sandalias con alas?) al infierno con un recado que decía así: – Por favor retorna a Core, si no estaremos todos en peligro.

Y otro aviso para Démeter en el que le aseguraba que podría volver a estar con su hija. Con solo una condición, que ella no hubiese degustado comida del infierno, pues aquel que lo hiciese ya no podría dejar ese lugar.

Se lo imaginan, ¿verdad? Core, quien por días, desde su rapto, se había opuesto a recibir cualquier alimento, inclusive un pedazo de pan, en el preciso instante en el que iba a salir del infierno para retornar con su madre, tomó una granada del jardín y comió siete granos, con el infortunio de haber sido vista por un jardinero de Hades.

Piensen en este momento la alegría de Hades, quien mantendría a su reina y el enojo y la angustia de Démeter, quien más afligida que nunca, profirió el siguiente alarido: – Nunca retornaré al Olimpo y nunca habré de retirar la maldición que he arrojado sobre la tierra.

Ante tal situación, el fin del mundo se aproximaba, por lo que Zeus debía conseguir una solución y lo mejor era requerir a su añeja madre Rea, igualmente madre de Démeter y de Hades, para que mediara. El pacto al que llegaron fue el siguiente: Core viviría tres meses cada año con Hades como Soberana del Tártaro, llamándose Perséfone y los otros nueve meses, se mantendría al lado de Démeter.

Y así ocurre cada año, al Core retornar con su madre es primavera, los praderas florecen y los árboles aportan sus frutos y cosechas hasta el fin del otoño. Empero, ¿como procede Deméter al partir su hija al infierno? Pues enojarse, o, quizás, sencillamente entristecerse. Por lo que llega el invierno, la tierra ya no da frutos, se vuelve infértil… hasta que Démeter y Core se vuelven a juntar.

Mitos Griegos para Niños: Ulises y el Caballo de Troya

Uno de los mitos griegos para niños clásicos comienza así: Mucho tiempo ya habían permanecido los griegos delante de las puertas de la ciudad de Troya, a la que habían proclamado la guerra una década antes. Una y mil veces habían tratado de ingresar a la ciudad , pero nunca lo lograban. La ciudad se jactaba de ser inexpugnable pero gradualmente el cansancio y el abatimiento comenzaba a hacer efecto entre los soldados.

Una década era suficiente tiempo para estar lejos de sus casas y familias y además sin conseguir ningún resultado. A pesar de los años y el cansancio aún existía un capitán con fama de sagaz y tramposo, quien aun seguía esperanzado. Ulises era su nombre, rey de la modesta isla de Ítaca, y quien nunca se daba por vencido por lo que se dedicó a pensar una estrategia que retornó la alegría a sus soldados y al fin pudiesen conquistar Troya.

Luego de pensarlo mucho, cierto día se le ocurrió una excelente idea. A pesar de que ciertamente parece que quien se la  inspiró fue la deidad Atenea, que transformada en brisa se aproximó a Ulises y le cuchicheó al odio un plan. Al tenerlo claro Ulises fue con sus tropas y les dijo: – Conozco cómo invadir Troya. Inmediatamente, Agamenón, el dirigente máximo de las tropas griegas, le interrogó qué habrían de hacer. A lo que Ulises contestó sin duda: – Recoger el campamento. ¡Hora de marchar!

Se imaginan que Agamenón se mantuvo incrédulo, había enloquecido Ulises. ¿Como podría pensar alguno en levantar el  campamento y retornar a casa como perdedores, sin pelear hasta lo último?.

Ulises creyó entender lo que pasaba por la mente de Agamenón, así que lo calmó: – No te inquietes, no he enloquecido. No vamos a retirarnos. Recoger el campamento es apenas la primera fase de mi plan.

Ulises le contó todo su plan a Agamenón, a quien le pareció una idea extraordinaria e iniciaron su organización. En solo tres días, al otear los troyanos la gran planicie que se prolongaba tras los muros de la ciudad, se sorprendieron ante lo que observaban. Ésta se hallaba desierta, ni un soldado allí, los griegos habían recogido el campamento y se les veía a lo lejos en sus navíos con rumbo a su tierra.

– ¡Se habían retirado! ¡Los griegos abandonaron la lucha! La noticia se propagó rápidamente, en las calles de Troya ese era el tema de conversación. Nadie comprendía cuál era el motivo para este retiro súbito de los griegos, pero daba lo mismo. Al fin lo habían logrado, la guerra había concluido, por lo que ya no habría lugar para mas sangre, ni pesar, ni heridos, ni lloro.

Pero repentinamente desde lo mas elevado de la muralla dos guardias, indicando hacía lo lejos, expresaron: – Los griegos han olvidado algo en su sitio de acampado.

Efectivamente, entre las tiendas desoladas, se podía ver una escultura de enorme tamaño que el mismo soberano Príamo quiso evaluar de cerca, así que en compañía de un comitiva de notables dejó la ciudad y se aproximó hasta donde se hallaba tal escultura. Al llegar allí se consiguieron con un bonito caballo, elaborado en madera, en cuyos patas se encontraba la siguiente nota:

– Este obsequio de los griegos es una ofrecimiento consagrado a Atenea para que nos facilite retornar sanos. Los troyanos eran un raza muy religiosa que mostraba gran respeto por las divinidades, así que jamás hubiesen osado a ocasionar cualquier ofensa a estas.

– Ya que es una dádiva a los dioses, no se puede destruir… – afirmó uno de los notables. – Claro que no- respondió otro -, lo trasladaremos a nuestra ciudad y lo ubicamos delante del templo de Atenea.

La totalidad de los allí presentes acordaron los mismo, ahora que la guerra había finalizado no iban a enfadar a la diosa, de tal manera que auxiliados con cuerdas remolcaron el caballo a lo interno de la ciudad.

Tras situar al caballo delante del templo de la deidad se inició el festejo para los troyanos los cuales se ocuparon en comer, beber y danzar a lo largo del día. Teníamos que celebrar el triunfo, así que cuando anocheció ya todos cansados se fueron a dormitar. Nada se escuchaba en la ciudad, ni un mosquito, pero fue precisamente en ese instante que, del interior del equino, surgió lo siguiente:

– Es la oportunidad para atacar ¿Sabes quien dijo eso? Sí, sí fue Ulises. El caballo no era una ofrecimiento para Atenea sino un engaño con el que poder ingresar en la ciudad. Había sido elaborado por ellos mismos con madera y había dejado su parte interna hueca para allí poderse ocultar Ulises y una veintena de combatientes. A través de todo el día se habían quedado inmóviles y en silencio. Ciertamente fue duro ya que el calor que hacía dentro del caballo no se podía aguantar pero había valido la pena.

Ulises y sus soldados salieron de la efigie y fueron raudamente a la muralla para abrir los portones de par en par y que, de esa manera, sus soldados, esos que al parecer retornaban en sus barcos a casa, evidentemente otra farsa parte del plan, pudieran adentrarse en la ciudad. La guerra había finalizado pero no como los troyanos calculaban…En ocasiones una excelente idea puede más que una década con armas.

Mitos Griegos para Niños: El Rey Midas

Erase una vez un monarca llamado Midas que moraba en Frigia, un país consagrado por los dioses en donde no eran poco los dones. Los árboles usualmente estaban colmados de frutos, el ganado se desarrollaba saludablemente y robusto y sus pobladores llevaban una vida plácida y eran individuos bienaventurados pues podían regocijarse de los gozos que su próspera tierra les daba.

En particular su soberano Midas, alguien quien desde que nacimiento estaba señalado para ser enormemente rico, quien destina gran parte de su tiempo de paseo por la pradera. Pero igualmente alguien que jamás se resignaba con la fortuna y poder con que contaba, siempre anhelaba más.

Cierto día arribó repentinamente en Frigia el dios Dionisio con toda su comitiva. A Dionisio se le tenía como el dios del vino y de la fiesta, puesto que él y sus compañeros se dedicaban todo el día a bailar, cantar e inclusive a beber excesivamente para luego quedarse dormidos en los sitios menos adecuados, como le ocurrió al viejo y erudito Sileno quien se alejó del grupo al dormitar a la sombra de una rosedal en el jardín de Midas.

Tras reposar al fresco por toda la noche, al amanecer fue hallado bajo el rosal por un jardinero que le llevó ante el rey. Midas, en su cualidad de gran anfitrión, atendió a Sileno con gran cortesía y fue su invitado por diez días. Al transcurrir ese tiempo Sileno y Dionisio de nuevo se encontraron, la felicidad del Dios era inmensa ya que veneraba al anciano sátiro quien había sido su instructor y mentor.

– ¿Dónde has estado, mi estimado Sileno?- le interrogó Dionisio. Te he extrañado mucho. Y Sileno le relató que se había dormido y Midas le había atendido como un gran anfitrión. Dionisio muy complacido por lo que escuchaba resolvió recompensar a la persona que tan bien había actuado y había amparado a su maestro. De tal manera que al próximo día fue a buscar a Midas y le señaló:

– Te otorgó el don que desees. Dime, ¿qué es lo que más te encantaría poseer en este mundo? Midas no aceptaba creer su buena fortuna, ya que por largo tiempo estuvo pensando sobre que podía solicitar.

Ciertamente no era una sencilla decisión, más aún para quien como él enormemente rico y que tenía casi todo lo que se puede anhelar en la vida. Fue entonces que meditó que existía un don con el que ninguno contaba, aun siendo tan rico.

– Quiero que todo lo que pueda tocar se transforme en oro- le indicó a Dionisio

– ¿De verdad lo quieres así? – le cuestionó el dios con bastante extrañeza

– Sí, sí. Absolutamente seguro

– Será así, desde este momento todo aquello que toques se transformará en oro.

Quedó fascinado con el don adquirido y se retiró al jardín a comprobar su nueva capacidad. Al inicio la cosa no pudo funcionar mejor: apenas pudo tocar una roca y ésta se transformó en oro.

Perdido en su alegría arrancó una rosa, que asimismo se convirtió en oro y más adelante cogió del piso un terrón de tierra y al instante tenía el aspecto  de una barra de oro. – Soy quien más fortuna tiene en el mundoooooo- empezó a exclamar.

Pero su felicidad apenas duró ya que prontamente se percató de que tal vez su escogencia no había sido la más acertada. Midas contaba con un perro que lo escoltaba a todos lados y al que profesaba un inmenso cariño. Y resulta que, cuando ese día el can se aproximó a su amo para ser acariciado, en el instante en que éste pasó su hocico por la rodilla del soberano se transformó en oro.

Mas aun allí no concluyó todo. Midas poseía una hermosa hija, muy tierna, que le agradaba correr súbitamente y abrazar a su progenitor. Ya se pueden imaginar lo que ocurrió cuando, como cada noche, se aproximó a la habitación de su padre por su beso de buenas noches, convertida en oro quedó. Al rey Midas verla, destrozado de aflicción cayó de rodillas y comenzó a arrepentirse. – ¡Que mal te hice! ¡Que mal te hice!  ¡Si la codicia no me hubiese cegado, mi hija estaría viva!

El mismo se encontraba cerca de la muerte, puesto que todo lo que tocaba se transformaba en oro. No se podía alimentar ni beber nadar, ya que el pan que se llevaba a la boca quedaba convertido en oro y al rozar la copa con sus labios toda ella se hacía oro. Inclusive sus propias lágrimas devienen en oro. Angustiado corrió en busca de Dionisio y de rodillas le imploró:

– Por dios sálvame. Retírame el don que me has dado o falleceré. Y Dionisio le respondió que a pesar de que se había portado como un verdadero estúpido le daría su ayuda.

– Si deseas salvar tu vida has de tomar un baño en la fuente del río Pactolo y así dicho don te abandonará. Si anhelas que tu hija retorne a la vida has de hacer igual con ella.

Y así procedió Midas, tras seguir las instrucciones de Dionisio logró recuperar su vida, rescatar la de su hija y la del perro. Y a partir de entonces éste parece ser el motivo por el que tanto oro se consigue en el río Pactolo, ya que fue allí el lugar en el cual Midas se bañó para ya no ser la persona más rica y desgraciada del mundo.

Aunque verdaderamente ya que conocemos las aventuras de este rey no podemos saber si aprendió muy bien la lección. Se los contaremos por acá.

Ícaro, el Joven cuya Imprudencia le Llevó a Volar Demasiado Cerca del Sol

Ahora bien, este es uno de los mitos griegos para niños, donde aparece Dédalo como protagonista y empieza contándonos de una situación sumamente injusta, pues en ocasiones al premiar a uno se deja en desdicha a otros sin haberlo merecido.

Les diremos cómo pasó. Minos, soberano  de Creta, había ordenado construir un laberinto en el que quería dejar encerrado a su horripilante hijo, el Minotauro. La propuesta del arquitecto fue muy clara: debía levantarse una fortaleza de la que nunca nadie que hubiese entrado pudiese conseguir la salida.

Así ocurrió por mucho tiempo, hasta que llegó por allí uno de los héroes habituales de la mitología griega: Teseo, quien no solo pudo aniquilar al Minotauro sino que adicionalmente logró la nada despreciable proeza de salir del laberinto y evadirse de Creta.

Eso sí, es conveniente recordar que en su escape del laberinto, la bella Ariadna, desempeñó un papel decisivo. Ésta era una de las dos hijas del soberano Minos, la cual se había encariñado apasionadamente de Teseo y le proporcionó un hilo para que pudiese marcar el camino por el que había ingresado.

Al darse cuenta Minos de que Teseo había podido evadirse del laberinto, se irritó tremendamente y fue en búsqueda de Dédalo: – ¡Que los dioses te condenen! ¿No te había mandado que diseñaste un laberinto del que nunca nadie pudiese escapar? ¡ Me has incumplido y quien a no me cumple lo paga caro!

Y muy caro fue su pago, ya que el castigo que el soberano Minos impuso a Dédalo fue espantoso. Lo confinó en el laberinto, pero no siendo suficiente, resolvió multiplicar su dolor al encerrar con él a su hijo. Sumado a ello, como Minos sabía que Dédalo, como diseñador del lugar, sabría cómo huir de él, colocó en la entrada dos centinelas con una instrucción muy clara. – ¡De intentar escapar, hay que decapitarlos!

El hijo de Dédalo, de nombre Ícaro, era un jovenzuelo de catorce años valerosos y osado con una personalidad alegre con la que se ganaba la adoración de todos. Por lo que no se extrañaba que todo el pueblo de Cnosos lamentase el futuro de un joven al que sabían que no verían de nuevo. Aunque el pesar más grande era el sentido por su padre, Dédalo que por días fue incapaz de proferir palabra.

Si ya era penoso pensar que él fallecería allí dentro, confinado en su propia obra, la posibilidad de que su joven y adorado hijo pereció con él, sin haber vivido y disfrutado la vida, se le hacía inaguantable. Así que al pasar los días iniciales de encierro, empezó a pensar, a ingeniar el modo en el que pudiesen escabullirse de ese lugar. Si la puerta se encontraba resguardada por centinelas, quizás las ventanas fuesen su única vía de escape.

– ¡Tengo una idea! ¡Nos transformamos en pájaros!- afirmó Dédalo cierta mañana al despertar.

A lo que Ícaro contestó:

– Pero, ¿qué quieres decir, papá?-

– Lo que quiero decir es que el único modo que tenemos de huir de aquí es volando como las aves.

El infortunado Ícaro, sin creer lo que se le ocurría a su padre seguía señalando en tono tranquilo:

– Papá eso no es posible, los hombres no vuelan.

A lo que Dédalo, con una gran sonrisa, respondió:

– ¿Estas incrédulo con tu padre? ¡Ven, alegrémonos y dame tu ayuda! ¡Desde ahora vamos a tener muuuucho que hacer!

El aspecto del laberinto, a través de los nueve años desde que fue construido, ya no era el mismo. Sus corredores se habían colmado de hierbas, la lluvia había conformado estanques no contemplados, las abejas habían elaborado panales en las vigas y por muchas esquinas se habían acumulado restos de animales y vegetación.

Todo lo cual fue empleado por Dédalo para la nueva idea que daba vueltas en su mente. Laboró por días sin reposo, hasta que cierta  mañana le enseñó con orgullo a su hijo los dos pares de alas que había elaborado con los palitos y las plumas que había conseguido, Al verlas Ícaro gritó con entusiasmo: – ¡Luciremos como los pájaros más raros del mundo…!

Con unos cordeles que consiguieron, se amarraron las alas al cuerpo y empezaron a aprender a manipular el nuevo aparato. Cuando lograron moverlas con gran agilidad se aproximó el momento de partir pero previamente Dédalo impartió las últimas indicaciones a su hijo:

– Óyeme Ícaro: por favor, cuando emprendas vuelo has de controlar cuán alto lo haces. Es de gran importancia no volar muy bajo ya que cuando alcancemos mar abierto el agua podría humedecer tus alas y éstas se harían tan pesadas que te harían precipitarse al mar.

Ícaro no estaba muy atento a lo que le decía su progenitor. Su mayor entusiasmo era por lo que se aproximaba y lo único que tenía en mente era iniciar el vuelo. De modo que para que su padre se callara le ofreció una sonrisa y le dijo sin pensarlo mucho: – Quédate tranquilo, papá: me elevaré tan alto como pueda-

Tal respuesta le hizo tener presente a Dédalo la cera de abejas con la que estaban pegadas las plumas, lo cual solo logró aumentar su preocupación: – No Ícaro, si vuelas muy alto, el sol puede derretir la cera…Tu vuelo ha de ser a mi lado y todo saldrá bien. – Así será papá-  contestó Ícaro sin convencerlo mucho- Entonces, dispongámonos a volar.

Ícaro comenzó a agitar las alas rápidamente, de arriba hacia abajo tal y como había ejercitado con su padre. Prontamente su cuerpo se fue levantando, al inicio pausadamente para lentamente ir ganando velocidad. Mas luego, a los pocos segundos, giró la cabeza buscando del laberinto, éste se podía ver a lo lejos diminuto, como si fuese una maqueta.

Al ver Dédalo que su hijo había logrado levantar vuelo salió tras él, en busca de un lugar lejano en el que principiar una nueva vida. Todo andaba como lo habían planeado, aunque los dos no se divertían por igual con el viaje. A Dédalo le tomó algo adaptarse, se encontraba incómodo con las alas por lo que por algún tiempo voló lentamente, enfocado en ajustarse a las nuevas condiciones.

En contraste Ícaro, desde el momento inicial, gozó de la novedosa experiencia que le proporcionaba la ingravidez. Se hallaba feliz, parecía que había nacido para volar, así que en cada ocasión batía sus alas con más vigor volando más y más alto…

En el momento en que Dédalo se adaptó a sus alas y logró volar con cierta desenvoltura empezó a virar la cabeza buscando a su hijo. Súbitamente el terror logró invadir su cuerpo. ¡Ícaro no se encontraba por ningún lado! Dédalo avistó a la derecha, a la izquierda, a lo alto… pero no lo encontraba.

Ícaro impetuoso y temerario, como todo joven, no había oído las palabras de su padre y había puesto mucha confianza en su propia destreza. Deseaba volar más alto que los mismos pájaros, había buscado llegar al sol y éste, ante su arrogancia, le había escarmentado derritiendo sus alas. Al Dédalo ver hacia abajo observó a Ícaro extendido sobre el mar…

Mitos Griegos para Niños: Aracne

Uno de los mitos griegos para niños que hoy vamos a compartir ocurre a orillas del Mediterráneo, en un extraordinario país llamado Lidia, el cual era célebre no solo por el verde de sus praderas y la hermosura de sus costas, sino por la púrpura, un raro molusco que moraba en sus playas.

Empero, ¿qué había de particular con este molusco que todos en Lidia buscaban afanosamente? Porque, en realidad, si lo observamos en una foto, su aspecto no es más que el de una concha enroscada de color gris sin mayor atractivo, por cierto.

Lo que hacía tan peculiar a la púrpura era que en su interior resguarda un verdadero tesoro: un tinte de color carmesí muy intenso que daba a los tejidos con él teñidos un gran valor. Soberanos, monarcas, princesas, todos se interesaban en viajar hasta Lidia y cancelar grandes sumas de oro por adquirir una tela teñida con este extraordinario pigmento.

Ahora bien, en esta localidad en la que el dinero circulaba abundantemente vivían Idmon el tintorero con su hija Aracne, la cual era una doncella muy hermosa e inteligente que desde sus primeros años se había destacado por sus destrezas en el arte de operación del telar.

Los tejidos que emergen de las manos de Aracne eran tan maravillosos que la gente quedaba boquiabierta. Lucía como si sus bordados cobrasen vida y pudiesen salir de la tela en cualquier instante. Aracne era la que mejor sabia tejer en Lidia. Mientras la consideración y la fascinación que la gente sentía por su trabajo hacía crecer su respeto, igualmente crecía la arrogancia y la altanería en ella.

Imagínense qué tanto se tornó engreída que cuando la gente, al dispensarle la mayor de las cortesías, resolvió designar digna alumna y heredera de la diosa Atenea, patrona, entre otras numerosas cosas, de las hilanderas y bordadoras, ella repudió tan grande distinción pues su talento no se lo debía a nadie. ¡Aracne era la mejor tejedora que jamas existió y existirá en él mundo! ¡Mucho mejor que Atenea!

Cómo le pasó por la mente a la arrogante Aracne proferir tal barbaridad. A nadie en sus cabales se le ocurriría equipararse con la Diosa y menos sentirse superior. Solo sería producto de la altivez que le había hecho perder el rumbo, que le había trastornado. Obviamente, al ser escuchadas estas palabras por Atenea, ésta entró en cólera y empezó a bramar:

– Pero quien se ha considerado ésta joven- ¿Superior a mi?  ¿Superior a una Diosa? Es el momento para que yo le enseñé a esa tal Aracne algo de humildad.

De tal manera que la deidad Atenea resolvió dar un buen castigo a la envanecida de Aracne. Para lo que se camufló de una ancianita de pelo canoso y con ayuda de su bastón fue con rumbo al taller de la joven. Una vez en ese lugar la deidad, sin pronunciar nada, se tomó un tiempo para contemplar las telas y luego preguntar a Aracne:

– ¿Lo has tejido tú? – interrogó Atenea. – Obviamente -contestó la joven en modo altanero- En Lidia, solo yo puedo tejer una tela así. Soy, sin espacio para dudas, la mejor tejedora.

– Oh, que sorpresa, –prosiguió hablando la viejecita-. Yo pensé que telas tan maravillosas solamente podrían surgir de las manos de la diosa Atenea. – Dios mío, mi tejido es muchísimo mejor que el de la diosa.

– Pero, joven , cómo te atreves a decir eso. ¿Acaso, desconoces que los dioses castigan duramente a quienes les menosprecian?

– Yo no menosprecio- prosiguió diciendo Aracne- me dedico a decir la verdad. Atenea en comparación conmigo es una simple aprendiz…

– Ay muchacha, muchacha… no enojes a Atenea, que su furia puede traerte consecuencias horribles…

– ¡Que se enoje !¡Que se moleste!… le digo que si Atenea estuviese frente a mi la desafiaría, en este instante a una competencia

Todas esas palabras ya fueron muchas. Súbitamente las arrugas de la cara de la anciana se desvanecieron, su pelo se tornó oscuro y sus ojos recuperaron el brillo juvenil. Frente los ojos de Aracne se encontraba una hermosísima mujer de la cual supo inmediatamente quién era.

– Atenea, ¿eres tu de verdad?

– Claro que soy Atenea. Y ahora que sabes quien soy, ¿sigues manteniendo el coraje y el atrevimiento de creerte la mejor hilandera de Lidia?

– No te vayas a equivocar, no estoy temerosa, Atenea – le señaló Aracne – Sigo con el mismo pensamiento y ya que aquí te encuentras por qué no nos medimos. Te aseguro que mi tela será mucho más espléndida que la tuya.

Atenea arrojó una atemorizante mirada a Aracne y le indicó: – No tengo duda de tus habilidades con los hilos. Todos conocemos de tu enorme capacidad… pero eres muy arrogante, en ocasiones uno debe saber oír a los otros… Así que si lo deseas nos medimos… solo deseo que lo hagamos limpiamente y de que no terminan arrepintiéndose.

La competencia devino en todo un suceso al que fueron decenas de personas para poder observar en el sitio el desafío. Al igual que Aracne, Atenea principió a agilizar sus manos con una destreza y velocidad sorprendente y ambas ejecutaron trabajos extraordinarios.

Atenea hiló un tapiz en el que enaltece el poder divino En contraste la retadora Aracne optó por bordar pasajes en los cuales los dioses no aparecían muy bien, destacando con ello la noción de que las deidades no siempre tenían que estar por encima de los hombres.

Al ser terminados los lienzos, se compararon los dos, y para asombro de Atenea no le parecía muy claro que el suyo fuese el mejor acabado. Eso, junto a la manera irreverente con la que Aracne había considerado a los dioses, hizo que la diosa Atenea entra en cólera -cierto que esta parte no actuó correctamente-.

Ahora sí, por vez inicial Aracne reconoce su error y acepta que por su arrogancia había ido muy lejos. Termina dándose  cuenta que, quizás, el modo en que había retado a la diosa no había sido el más correcto y sintió vergüenza. Al verla la diosa en ese condición, le señalo.

– Ha sido muy grave tu fallo, de tal manera que mereces un castigo. Desde este instante vivirás tú y tu descendencia pendidos de un hilo, eso sí, trabajando en lo que mejor saben hacer: tejer. Luego de dicho esto, los brazos y las piernas de Aracne se fueron contrayendo, sus dedos se extendieron, su cuerpo se convirtió en una bola, y su pelo la envolvió completamente. La hermosa y vanidosa joven se había transformado en…una araña.

Desde ese día Aracne dedicó el resto de su vida hilando delgadísimas redes por todos los esquinas de Lidia, un arte que heredó a sus descendientes quienes habrían de pagar la falta de una joven muchacha que se atrevió a considerarse mejor que las deidades.

Mitos Griegos Para Niños La Caja de Pandora

De acuerdo a los mitos griegos para niños, Zeus y Prometeo crearon al hombre, pero los dos tenían una visión distinta del rol que debían desempeñar éstos en el mundo. Al tanto Zeus estaba embelesado con la naturaleza primitiva con la que contaban estos primigenios seres, Prometeo en contraste, un ser honesto, inteligente e instruido, adoraba a la raza humana y anhelaba que los hombres prosperaran y sabía que con su apoyo lo lograrían.

Por lo que la postura de Zeus, oponiéndose a fomentar el desarrollo de la especie humana por temor a que algún día le pudiesen rivalizar, le parecía completamente despreciable. Si él y Zeus habían comenzado la creación de la raza humana su deber era concluir su trabajo. No eran unos sencillos animales los que habían creado, por lo que debían ser educados para que así lograsen evolucionar. Cierto día, dándose valor, le señalo a Zeus:

– Hay que explicarles el misterio del fuego, sino nunca lograrán ser en algo distintos a infantes inermes. Debemos finalizar la obra que hemos iniciado.

Por más argumentos que Prometeo aportaba, no conseguía cambiar el pensar de Zeus así que resolvió proseguir su trabajo silenciosamente. Ascendió, sin ser visto por nadie, al Olimpo y encendió un carbón, cuyas brasas ocultó dentro de un hueso. Con gran cautela se lo bajó a los humanos y les mostró cómo utilizar el fuego.

No piensen que esta fue el único modo en que Prometeo había auxiliado a los hombres. Regularmente las deidades no eran muy honestos con los hombres y siempre, al prepararse un sacrificio, ellos se reservaban la mejor parte para dejar a los mortales las sobras. ¿Conocen lo que concibió Prometeo? Pues pudo burlar a los dioses.

Preparó un par de montones, el primero muy grande y ostentoso únicamente estaba compuesto por huesos recubiertos de grasa; el segundo, mucho más modesto estaba colmado de carne. Obviamente, Prometeo muy cortés, dejó escoger de primero a los dioses y fue Zeus, alardeando de su codicia, quien seleccionó el montón más grande. Se pueden figurar su molestia al verse así timado.

Así discurrían las cosas. Los mortales con el apoyo de Prometeo hacían muy relevantes avances. Les instruyó a cómo moldear vasijas, a edificar casas mucho más sólidas, a templar el metal con el que poder elaborar armas para la defensa… Todo marchaba muy, pero muy bien hasta cuando Zeus, atento desde el cielo, vino a darse cuenta que en la tierra algo estaba encendido… HABÍA FUEGO… y velozmente supo que de nuevo había sido burlado.

Zeus muy lastimado y encolerizado resolvió no atender las palabras de Prometeo quien seguía tratando de hacerle pensar que los mortales no iban a competir con él si eran amados y les daban buena educación. Zeus no quiso saber más de Prometeo, estaba tan molesto con su mentira que resolvió castigarle y sancionar a la humanidad. ¿Cómo lo logró? De esta manera fue.

Mandó que Prometeo fuese trasladado a las montañas y fuese encadenado a una roca y que le sometieron al siguiente martirio: cada día de su vida un águila sanguinaria comería de su hígado, el cual todas las noches crecería de nuevo para que la tortura pudiese iniciarse nuevamente.

El castigo le duró numerosos años a Prometeo, se cuenta que por más de treinta mil años sus alaridos seguían colmando  el aire. Su padecimiento levantaba compasión pero nadie osaba liberarlo hasta que Hércules estuvo de paso por allí con los Argonautas, aniquiló al águila y trajo a Prometeo consigo.

Pero el escarmiento de Prometeo no fue para Zeus suficiente resarcimiento por lo que ordenó a Hefesto, el herrero, que moldearse a una mujer en fango. Luego mandó a la diosa Atenea que diese vida a la efigie y le enseñase las artes de la costura y la cocina; a Afrodita que le diera hermosura y Hermes debía instruir el truco y el engaño. La nueva criatura creada se llamaría Pandora, bella entre las bellas.

Nos podemos imaginar que las intenciones de Zeus al conformar a Pandora jamas fueron las mejores: era ella quien habría de encargarse del castigo de los mortales. Para lo cual Zeus ordenó acordar el matrimonio de Pandora y Epimeteo, el indiscreto hermano de Prometeo quien adulado admitió con gusto a pesar de lo advertido por Prometeo, de que algo no le parecía bien.

Cierto día a Pandora se le dio una modesta cajita que debía portar siempre consigo, solicitando que no la abriese de ninguna manera. En esa cajita estaban confinadas todas las calamidades de la tierra: la fatiga, la vejez, la corrupción, el padecimiento, la pobreza, la envidia…

Al inicio Pandora, alegre con su nueva vida, se había olvidado del cofre, pero con el pasar de los días el gusanillo de la curiosidad empezó a intranquilizar y resolvió abrir la caja. De tal manera que un día, viendo que su marido se encontraba dormitando, procedió a abrir el cofre y empezaron a salir, raudos como el viento, todos los males que desde ese momento nos atribulan.

Pandora, angustiada, trato de cerrar la caja pero ya era muy tarde, lo que contenía ya se había diseminado por todo el mundo. La realización de Zeus se había consumado: la especie humana ya no podía ser bondadosa como había deseado Prometeo y desde ese momento en nuestra existencia íbamos a encarar continuas dificultades con las que habríamos de luchar.

Pero la victoria de Zeus no fue plena ya que una pequeña cosita había permanecido abandonada en la caja: LA ESPERANZA, merced a la cual contamos con un fuerte propósito para seguir viviendo. Bonita la moraleja de éste, uno de los mitos griegos para niños.

Filemón y Baucis, Toda una Vida y más Amándose

En un ancestral territorio de Asia menor de nombre Frigia, en lo elevado de una montaña subsisten dos árboles milenarios, un roble y un tilo circundados por un vieja muralla. En sus ramas entremezcladas usualmente se encuentra alguna corona de flores y muy próximo a ese lugar se halla un lago fangoso de cuyas aguas sorben sus raíces.

Cierto tiempo atrás arribaron a esa misma zona Zeus y su hijo Hermes los cuales habían resuelto dejar de ser deidades por un día y tomar la forma humana para comprobar la acogida de los hombres. Tocaron en mil puertas rogando que les facilitasen una cama en la que superar la noche pero la forma de ser de los pobladores era intolerante y egoísta y los dioses no consiguieron refugio en ninguna lado.

Hasta que al fin, en la parte más alejada del pueblo, consiguieron una pequeña cabaña con techo de hierba y cañas. En ella moraban el anciano Filemón y su cónyuge Baucis, un pareja muy pobre pero dichosa. Habían convivido toda su vida juntos y alegres y plácidos en su modesta choza subsistían a pesar de su pobreza.

Al aproximarse Zeus y Hermes a la sencilla cabaña, la honesta pareja salió a encontrarlos. De prisa el anciano les dio asiento y Baucis, su esposa, se dio prisa en recubrirlo con toscas telas. Sin aguardar un momento, la viejecita fue rauda al otro lado de la estancia para atizar el fuego sobre el que disponían el caldero, en el que prepararon una sopa con los pocos recursos con que contaban.

Para que a los extranjeros no se les prolongase la espera se dedicaron a entretenerlos con una charla ingenua, sumado a lo cual vertieron agua en un balde para que sus visitantes pudiesen enfriar los pies, extenuados como habrían de estar de tanto andar.

Las deidades admitieron todo lo que les era ofrecido con una cordial sonrisa y tras arreglar el diván en el que transcurrirá la noche, la anciana Baucis, encorvada y con mano trémula preparó la mesa frente al diván, en la que dispuso todos los manjares que podía brindar a sus huéspedes.

Aceitunas, cerezas salvajes que Filemón acopiaba en otoño fueron dispuestos y los cuales Baucis se dedicaba a confitar en una sopa espesa y transparente; se dispusieron achicoria, remolacha, un queso campestre, miel, nueces, higos y dátiles, sumados a los huevos y la sopa que con gran cariño habían preparado para ellos en su añejo caldero.

Todo fue servido por Baucis en los únicos recipientes con que contaban, además de disponer de los vasos de madera labrada en el que tomarían el vino. Indudablemente lo mejor de la cena eran las caras hospitalarias de los ancianos. Al tanto todos se regocijaban con el sabor de la comida y la bebida, Filemón se dio cuenta de que, a pesar de que los vasos se llenaban una y otra vez, la vasija del vino nunca se agotaba, y siempre estaba llena.

Fue entonces que atemorizado supo a quiénes hospedaba. Angustiados, él y su anciana pareja imploraron a sus huéspedes que fueran clementes con ellos y tuviesen compasión por la humildad con la que les habían recibido. Y sin intentar preguntar fueron afuera para tratar de coger a la única oca, añeja y enflaquecida como ellos, con que contaban para ofrecérsela a sus divinos invitados.

Obviamente la oca era más veloz que ellos y fue a esconderse dentro de la casa, precisamente a un lado de Zeus y Hermes que entretenidos observaban la escena. Tras los ánimos haberse calmado ligeramente y los pobres ancianos alcanzaron a tranquilizarse oyeron de los labios risueños de Zeus lo siguiente:

– Ciertamente, ¡Somos deidades! y hemos bajado a la Tierra para verificar la hospitalidad de los humanos. Lo verdadero es que sus insociables vecinos se han comportado totalmente desalmados por lo que merecen un castigo; en lo referente a ustedes, salgan de esta casa y sigannos a lo elevado de la montaña.

Los viejos hicieron caso y con apoyo de sus bastones, comenzaron como pudieron, el ascenso a la empinada montaña. Al apenas faltarles diez pasos para alcanzar la cumbre, echaron un vistazo atrás y observaron cómo todo su poblado se había transformado en un mar agitado en el que solamente, como si fuese una  isla, emergió su sencilla cabaña.

Al tanto veían atónitos aquella escena, angustiados por el destino de sus vecinos, su cabaña se transformó en un elegante templo de techos color oro y piso de mármol sustentado por columnas. Fue cuando Zeus les habló con rostro bondadoso y les interrogó: – Díganme, ancianos, ¿cuál sería su deseo más grande?

Luego de cruzar unas cuantas palabras entre los dos ancianos, Filemón, con voz trémula, contestó: —¡Deseamos ser tus sacerdotes! y cuidar de tu templo como antes cuidábamos de nosotros. Y ya que hemos sobrevivido cuantiosos años en amor y paz, haz que los dos nos vayamos de esta vida el mismo día y hora. De esa manera jamás habremos de vivir el uno sin el otro.

Y así ocurrió, Zeus les otorgó sus deseos. Los dos fueron los custodios del templo por el resto de su vida, y cuando cierto día, curvados por la edad, se hallaban juntos ante los peldaños del altar meditando en su fabuloso destino, Baucis observó a Filemón y Filemón a Baucis convertirse en verde follaje y alrededor de sus caras erigirse sendas frondosas copas.

Y para concluir uno de los mitos griegos para niños, la decente pareja termina, él transformado en roble y ella en tilo indivisibles y felices por la eternidad como lo fueron en vida.

Eros y Psique, la Historia de Amor más Bonita de la Mitología Griega

En esta oportunidad les contaremos uno de los mitos griegos para niños, el cual es una historia de amor, posiblemente la más linda de toda la mitología griega, donde se aúna a Psique (el alma) con Eros (el amor).

Dice la leyenda que muchos años atrás existía un soberano que contaba con tres hijas. Las cuales eran hermosísimas pero la lindura de la menor, Psique, era sobrenatural. Tanto que de todos lados venían a contemplarla y empezaban a venerarla como si se tratara de una reencarnación de la deidad Afrodita.

Se pueden figurar el ataque de envidia de la diosa ante la hermosura de Psique al darse cuenta de que los hombres estaban retirándose de sus altares para ir venerar a una simple mortal. No se le ocurrió otras cosas que solicitar a su hijo Eros que interviniera para terminar con tal ofensa.

La considerado era que Eros, -al que posteriormente en la cosmogonía romana, llamaremos Cupido- le arrojase una de sus saetas que le haría encariñarse del hombre más horroroso y ruin que pudiera existir. Pero cómo se pueden figurar la historia no le salió como lo esperaba Afrodita. ¿Por cual motivo? Es necesario avanzar gradualmente y ver primero cómo era la existencia de Psique.

A Psique su belleza no le había brindado felicidad alguna. Los hombres, como ya se ha comentado antes la adoraban de mil modos, pero nadie se atrevía a pedir su mano, lo cual comenzaba a inquietar a sus padres cuyas otras dos hijas mayores ya habían contraído nupcias

Tal era la angustia que tratando de encontrar la solución correcta no tuvieron mejor idea que preguntar al Oráculo. Pero lejos de hallar alivio lo que el Oráculo pronosticó fue que Psique se iba a desposar en la cima de una montaña con una criatura proveniente de otro mundo.

Y ya que nadie se atrevía a  objetar los vaticinios del Oráculo, Psique admitió su destino y sus progenitores le condujeron a la cima de la montaña en la cual, sollozando, la dejaron. No se preocupen que este relato, uno de los mitos griegos para niños, desde aquí solo puede mejorarse.

Allí la consiguió Céfiro, quien lejos de dejarla a su suerte, la levantó por los aires y la colocó en un hondo valle sobre un lecho de verde césped. Psique cansada por las muchas emociones, se dormito y al despertar se halló en medio del jardín de un grandioso Palacio de increíble opulencia y belleza. Cuando ingresó al interior oyó unas voces que le conducían y le avisaron que el palacio era de su propiedad y que los que allí se encontraban eran sus sirvientes.

El día fue pasando de asombro en asombro y de prodigio en prodigio. Al llegar la tarde, Psique percibió una aparición a su lado: era el cónyuge de quien había vaticinado el Oráculo; ella no lo llegó a ver pero no tenía el aspecto tan monstruoso como pensaba. Su voz era delicada y afable y hacía que se sintiera muy bien a su lado pero nunca permitió ver su cara y le avisó que si la veía lo perdería por siempre.

Así transcurrieron las cosas por las próximas semanas. De día Psique se quedaba sola en Palacio y de noche su marido se juntaba con ella y eran muy dichosos. Un día Psique extraño a su familia e imploró a su esposo que le permitiera visitarlos. Luego de muchos ruegos, y pese a avisarle de todos los riesgos por su partida, su marido accedió y pidió a Céfiro que la llevase a la montaña donde la habían dejado, desde la cual Psique caminó a su casa.

Fue recibida con gran regocijo por todos, pero sus hermanas al verla tan feliz y tras abrir los espléndidos obsequios que les había traído, no pudieron aguantar los celos y no se detuvieron hasta que la infortunada Psique les dijo que nunca había podido ver a su esposo.

Se pueden imaginar que las astutas y envidiosas hermanas no reposan hasta persuadir a Psique de la importancia de descubrir quién era su esposo. Su plan consistía en que Psique debía esconder una lámpara y en la noche, mientras él dormitaba, encenderla para así ver su cara.

Y así lo ejecutó. Psique retornó al palacio en el que moraba con Eros y prosiguiendo el plan de sus hermanas llegó a descubrir que su esposo era un joven de gran hermosura. Llegó a excitarse tanto por el descubrimiento que la mano con la que sujetaba la lámpara le tembló, dejando que una gota de aceite hirviendo cayera sobre su adorado.

Al sentir Eros la quemadura -ese era la criatura monstruosa que tenía por esposo y al que había hecho referencia el Oráculo- se despertó y consumando su amenaza se escapó en el acto para no retornar jamás.

Solitaria e indefensa, sin el amparo de Eros, Psique se consagró a deambular por el mundo acosada por la ira de Afrodita que seguía enfadada ante tanta hermosura. Ningún dios la quiso recibir y al final cayó en manos de la deidad que la confinó en su palacio y le hostigó de todas los modos posibles.

Hasta le llevó a bajar a los infiernos buscando un frasco de agua de Juvencia que debía traspasar sin abrir. La curiosidad fue más fuerte que Psique y cuando se dispuso a abrir el frasco quedó inmersa en un profundo sueño como si fuese la bella durmiente.

Al tanto Eros padecía grandemente pues no era capaz de olvidar a Psique. Al saber que estaba sumida en un sueño fantástico no lo pudo tolerar más, emprendió vuelo hacia ella y la hizo despertar de un flechazo; luego ascendió al Olimpo para implorar a Zeus que le autorizase desposarse con ella aunque fuese una mortal.

Zeus se apiadó de Eros y le concedió la inmortalidad a Psique al hacerle comer Ambrosía. Tras lo cual aplacó la ira de Afrodita y mandó el casamiento de Eros y Psique, que sería eterno. El matrimonio de la pareja de enamorados se efectuó en el Olimpo con gran júbilo.

Mitos Griegos para Niños Cortos

Los relatos hasta ahora mostrados regularmente se encomiendan como mitos griegos para niños de primaria, pero cuando los niños son aún más pequeños y sus cualidades de lectura no son avanzadas se aconsejan los siguientes mitos griegos para niños de mayor brevedad.

Mitos Griegos para Niños: Zeus, Hera y la Pequeña Vaca

En uno de los mitos griegos para niños, se narra que cierto día el dios Zeus emprendió vuelo a la tierra y buscó a su alrededor algo que hacer. Repentinamente vio un resplandor en el río el cual le llamó la atención. Reconoció a “Io”, una cautivadora ninfa del río. – “Qué linda joven“, señalo Zeus quien instantáneamente se enamoró de ella.

Con la expectativa de ocultarse de la mirada de su envidiosa esposa, Zeus envolvió al mundo con nubes verdaderamente gruesas y sombrías. Tras lo cual voló hacia donde se encontraba “Io”. Pero la diosa Hera no era tonta, ya que la inmensa y oscura nube la produjo rápidamente desconfianza. Zeus vio hacia arriba y exclamó:”¡Es Hera!” y él tragó grueso al ver que su esposa estaba en camino.

Velozmente, Zeus convirtió a la ninfa “Io” en una vaca. Al descender y aterrizar la diosa Hera, todo lo que consiguió fue al pobre Zeus inmovilizado con cara de asustado al lado de una blancuzca vaca.

– “Esta modesta vaca surgió de la nada“, le señaló a su esposa, actuando asombrado. Hera no fue burlada. “Qué linda vaca“, indicó ella con sorpresa. “¿Puedo llevarla conmigo como un obsequio?“

Sin tener alternativa, Zeus tuvo aceptarlo y así su esposa pudo llevarse a la vaca cuidada por guardias. Luego Zeus quiso recuperar a la humilde vaquita “Io” de las zarpas de su esposa. Mandó a su hijo Apolo a entonar una canción al guardia para hacerlo dormir, y fue entonces que Zeus pudo aprovechar y liberar a la vaca.

Tras enterarse la diosa Hera, mandó a una mosca a picar en donde se encontraba la vaca. Al ser hallada por la mosca, la vaquita mugió “muuuuuu”.

La infortunada vaca se escapó y nadó por el mar, con la esperanza de que la mosca se ahogara en el agua, pero no ocurrió así. La diosa apesadumbrada por lo que le hicieron a la ninfa, resolvió mandarla a Egipto. En ese momento reconoció Hera que la vaca había sufrido demasiado, por lo que comprometió a Zeus a que jamás vería de nuevo a “Io”. Tras lo cual le devolvió su aspecto humano, y la hizo diosa de Egipto.

Mitos Griegos para Niños: Teseo y el Minotauro

Milenios atrás, se cuenta en los mitos griegos para niños, que en tiempos de prosperidad y abundancia, la isla de Creta era gobernada por un célebre rey de nombre Minos. Su poder se prolongaba por muchas islas del mar Egeo y los otros pueblos eran respetuosos con los cretenses.

Minos tenía ya numerosos años mandando cuando le llegó el horrible anuncio de la muerte de su hijo. Lo habían matado en Atenas. Tal fue la ira del rey que alistó a su ejército y proclamó la guerra a los atenienses.

Atenas, en esa época, era aún una población pequeña y no podía enfrentar al ejército de Minos. Por eso mandó a sus embajadores a acordar la paz con el rey de Creta. Fueron recibidos por Minos quien les dijo que acordaba no destruir a Atenas pero que había una condición: remitir a catorce jóvenes, siete muchachos y siete muchachas, a la isla de Creta, para ser echados al Minotauro.

Dentro del palacio de Minos existía un gran laberinto, con muchas salas, corredores y galerías. Tan grande que si alguien se adentraba en él nunca encontraría la salida. En dicho laberinto moraba el Minotauro, bestia con cabeza de toro y cuerpo  humano. En luna nueva, los cretenses debían enviar a un hombre al laberinto para que el monstruo lo engullera. De no  hacerlo, saldría y llenaría la isla de muerte y dolor.

Al enterarse de la condición de Minos, los atenienses se sobresaltaron, más no había otra opción. De rehusarse, los cretenses arrasaron la ciudad y muchos perecerán. Al tanto todos se afligen, el hijo del rey, el valeroso Teseo, dio un paso al frente y se propuso como uno de los jóvenes en viajar a Creta.

El navío que conducía a los jóvenes atenienses portaba velas negras como señal de luto por el sombrío destino  que les aguardaba. Teseo pactó con su padre, el soberano Egeo de Atenas, que, de lograr derrotar al Minotauro, elevaría velas blancas. De esa manera el rey conocería de la suerte de su hijo.

En Creta, los jóvenes se hospedaban en una casa en espera del día en que el primero de ellos fuese echado al Minotauro. En esos días, Teseo se encontró con Ariadna, la hija de más edad de Minos. Ésta se enamoró de él y resolvió ayudarlo a aniquilar a la bestia y huir del laberinto. Para ello le entregó una espada mágica y una bola de hilo para que lo atara a la entrada y fuese desenrollando por el camino para conseguir después la salida.

Ariadna le imploró a Teseo que, de aniquilar al Minotauro, se comprometieron a llevarla con él a Atenas, ya que nunca sería perdonada por el rey luego de ayudarlo.

Llegado el día en que el primer ateniense debía ser arrojado al Minotauro. Teseo se ofreció para ser él quien fuese hacia el laberinto. Estando allí, amarró una de los extremos del hilo a una roca y empezó a ingresar pausadamente por los pasillos y las galerías. Cada vez era más oscuro y el silencio era tal que, repentinamente, comenzó a oír a lo lejos unos soplidos como de toro. El ruido se acrecentaba.

Por un instante Teseo sintió ganas de evadirse. Pero logró superar su miedo y se adentro a un gran salón, donde se hallaba el Minotauro. Era tan horrible y atemorizante como jamás lo habría imaginado. Sus mugidos colmados de ira eran atronadores. Al abalanzarse el monstruo sobre Teseo, éste pudo hundir su espada, tras lo cual el Minotauro cayó al piso. Teseo lo había derrotado.

Al lograr reponerse Teseo , cogió el hilo y lo siguió hasta la entrada, donde le esperaba Ariadna, quien lo acogió con un abrazo. Al conocer del fallecimiento del Minotauro, el soberano Minos autorizó el regreso de los jóvenes atenienses a casa. Antes de su salida, Teseo llevó ocultamente a Ariadna al barco, para consumar lo prometido. Con ella vino su hermana Fedra, la cual no se separaba de su hermana.

La travesía de retorno fue complicada, ya que una tempestad los arrojó a una isla. Allí se extravió Ariadna y, a pesar de buscarla mucho, no pudieron conseguirla. Los atenienses, en unión a Fedra, prosiguieron viaje hacia su ciudad. Cuando Ariadna, quien se había desmayado, logró reponerse, fue rauda  hacia la costa para gritar con todas sus fuerzas, mas ya el barco se hallaba muy lejos.

Teseo, desilusionado y triste por lo sucedido con Ariadna, olvidó elevar las velas blancas. El soberano Egeo se acercaba cada día a la orilla del mar esperando ver la nave. Al ver las velas negras creyó que su hijo había fallecido, y tan triste se sintió que ya no deseo seguir viviendo y se lanzó al mar desde una altura. Teseo tuvo una recepción de héroe en Atenas, y los atenienses lo aclamaron como rey de Atenas, tomando como esposa a Fedra.

Mitos Griegos para Niños: Medusa y Perseo

Cuenta uno de los mitos griegos para niños, que mucho tiempo atrás, moraban en la zona del monte Atlas unas hermanas horrorosas, denominadas con el nombre de Gorgonas. Esteno, Euriale y Medusa se llamaban y la más terrorífica de ellas era Medusa pero a diferencia de sus hermanas, ella era mortal. En su cabeza, llevaba Medusa, culebras vivas en vez de cabellos. Al ver Medusa de frente a un hombre, un perro o a un ser viviente, estos quedaban transformados al instante en efigies de piedra.

A lo extenso de los años, numerosos héroes valerosos y bien armados se habían acercado a la región del monte Atlas para aniquilar a Medusa, más nadie había logrado matarla. Por todos lados se veían cuantiosos combatientes, en diferentes posturas, pero congelados y tiesos ya que eran ya estatuas.

Fue cuando arribó Perseo, hijo del dios Júpiter, quien sabía cuán peligrosa era la mirada de Medusa, pero llegó bien preparado. Contaba con una espada encorvada, de gran filo, obsequio del dios Mercurio, igualmente tenía un escudo muy fuerte, elaborado con bronce, alisado como un espejo. Y disponía asimismo de unas alas que volaban por si mismas cada vez que él se las ajustaba en los talones.

Arribó, pues, volando. Pero en vez de arrojarse sobre Medusa, se mantuvo algo alejado, sin inquietarse más que de una cosa: no observar jamás de frente, no mirarle a los ojos por ninguna razón. Y como se hacía necesario vigilar todo el tiempo, empleó su escudo de bronce como si fuese un espejo para estar pendiente de lo que hacía.

Medusa de desplazaba de un lugar a otro, tratando de espantar a Perseo. Exclamaba cosas horrorosas, y las culebras en su cabeza se meneaban y silbaban furiosamente. Mas jamás logró que Perseo la viese directamente. Extenuada al fin, Medusa se fue dormitando. Su mirada horrible se ocultó, y lentamente se dormitan igualmente sus culebras. Fue cuando se aproximó  Perseo silenciosamente, cogió la espada y de un solo golpe le cortó su cabeza.

Por toda su vida Perseo preservó la cabeza de Medusa, que en varias oportunidades empleó para transformar en piedra a sus adversarios.

Mitos Griegos para Niños: Hércules y el León

Un terrorífico león está desolando a Nemea, al devorar personas y rebaños, así comienza uno de los mitos griegos para niños. El león cuenta con una piel indestructible y mora en una cueva con dos salidas. Fue engendrado por dos monstruos: Equidna y Ortro y su prole es asimismo monstruosa. Su captura es el primer trabajo que el miedoso Euristeo le asigna a Hércules.

Sin miedo, a pecho desnudo y con la disposición de vencer, el héroe toma rumbo hacia Nemea. Sólo va pensando en su siguiente enemigo. Ya en su destino, comienza a buscar al león por todos lados. Los pobladores no quieren ni siquiera decir el nombre de la fiera, como si al dar su nombre es como hacerla mostrarse en cualquier momento. Hércules se adentra en la floresta, marchando día tras día sin hallar nada.

Al fin, cierto día, consigue una cueva semejante a la descrita por Euristeo. Allí se halla el escondite del animal. Oculto tras un arbusto, observa como el león emerge de su gruta, cargando en el hocico una presa. Hércules se acerca por detrás de la bestia, pero no lo agrede, aguarda a que el enemigo de la vuelta y le enfrente, ojo a ojo, temor a temor. Es el momento en que arroja una flecha, mas no logra herirlo: la piel del león es impenetrable.

El ataque, al tanto, aterroriza a la fiera y la hace esconderse en la cueva. Velozmente, el héroe entra asimismo en el escondrijo y bloquea una de las salidas. Luego arremete contra el adversario, sujetando un mazo. El león se repliega, hasta permanecer completamente recostado a la pared y Hércules, siempre meneando el mazo, se acerca cada vez más, atrapa al animal con sus manos portentosas y se emprende una fiera contienda cuerpo a cuerpo, que Hércules domina.

Al final, lo asfixia y lo lanza al piso. Al convencerse que el león ya no respira, emplea las mismas garras de la bestia para quitarle su piel y cabeza, que después utilizará como armadura y casco. Poseyendo sus nuevas armas, alegre y extenuado, Hércules trasladó el cadáver a la entrada de la ciudad.

El heraldo va presuroso hasta el rey para anunciarle el triunfo del héroe en su primera asignación. Y Júpiter convierte al león en una constelación que señala en el firmamento, eternamente, la gloria de Hércules. Este se conoce como uno de los mitos griegos para niños

Mitos Griegos para Niños: La Hidra

La Hidra de Lerna es uno de los mitos griegos para niños donde se narra de un engendro acuático con apariencia de serpiente que moraba en el lago de Lerna en el golfo de la Argólida. Debajo de sus aguas había un acceso al Inframundo que la Hidra protegía. La Hidra de Lerna era un ser semejante a una serpiente. Este monstruo acuático contaba con cuantiosas cabezas. Adicionalmente, disponía de una respiración venenosa que la mostraba aún más peligrosa.

La Hidra surgió de la unión de la Equidna, una ninfa medio humana, medio serpiente, con el monstruo Tifón, deforme de la Tierra y el Tártaro. Hera, sometió a Hércules, al reto de enfrentar doce complejas pruebas, las doce labores de Hércules, de las cuales, la segunda era derrotar a la temible Hidra de Lerna, cuya primordial característica es que al cortarle una cabeza surgían otras dos…

Al llegar Hércules a la laguna de Lerna, arrojó sus flechas para forzarla a salir del agua. Al salir del agua la Hidra, Hércules logró aplastarle la cabeza con un mazo, pero por cada cabeza cortada le salían un par más. Al hacerse la lucha infinita Hércules concibió una idea.

Fue incinerando las cabezas una a la vez, evitando que se desarrollaran. Al quedarse la Hidra con una sola cabeza, Hércules la cortó y luego la desmenuzó en cuantiosos trozos que luego sepultó. Hércules, previo a su retiro, sumergió sus saetas en la sangre de la hidra. Por lo que ahora sus flechas están envenenadas. A continuación le dejamos algunos enlaces que seguro le serán de sumo interés, sobre temas relacionados:

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