El casamiento es una culta instauración del Todopoderoso para ejecutar su propósito de amor en la humanidad. A través de él sacramento del matrimonio, los casados se afinan y progresan recíprocamente y contribuyen con Dios en la multiplicación de nuevas vidas. Cuando éste se venera entre los cristianados (católicos o no, pues el código no agrega tal requerimiento), es alzado a uno de los siete sacramentos de la Iglesia católica.
El sacramento del matrimonio en el plan de Dios
1602 La Santas Escrituras se inicia con el historia sobre el origen del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se culmina con la enfoque de las «bodas del Cordero» (Ap 19,7.9). De un lado a otro la Escritura narra sobre el matrimonio y de sus «enigmas«, de su creación y del sentido que Dios le dio, de su iniciación y de su consumación, de sus ejecuciones numerosas a través de la prolongación de la historia de la salvación, de sus problemas originados de la falta y de su restauración «en el Señor» (1 Co 7,39) todo esto en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf Ef 5,31-32).
El matrimonio en el orden de la creación
Nuestro Señor Dios es el único creador del matrimonio» (GS 48,1). La inspiración al casamiento se apunta en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según surgieron de la mano del Altísimo. El matrimonio no es una instauración meramente humana a pesar de las excesivas transiciones que ha podido padecer al pasar de los tiempos en las diversas culturas, ámbitos sociales y cualidades subjetivas. Estas variedades no deben desconocer sus características habituales y perdurables.
Aun cuando el recato de esta instauración no se refleje siempre con igual claridad (cf GS 47,2), coexiste en cada una de las culturas de alguna manera en la alianza marital. «La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (GS 47,1).
En el año 1604 nuestro Señor que ha creado al semejante por amor lo ha nombrado del mismo modo al amor, inclinación primordial e congénita de todo ser humano. Puesto que el individuo fue formado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Una vez creado Dios al hombre y la mujer, el amor recíproco entre ambos se transforma en icono del amor incondicional e indeclinable con que Dios ama al hombre
Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Señor (cf Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice está consignado a ser prolífico y a ejecutarse en la labor frecuente del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo: «Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla'» (Gn 1,28).
1605 La Sagrada escritura alega que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: «No es bueno que el hombre esté solo». La mujer, «carne de su carne«, su igual, la criatura más similar al hombre mismo, le es otorgada por Dios como un «auxilio», simbolizando así a Dios que es nuestro «auxilio» (cf Sal 121,2).
El matrimonio bajo la esclavitud del pecado
1606 Cualquier hombre, igualmente en su medio como en su mismo corazón, coexiste la práctica del mal. Esta experiencia se hace notar igual en las conexiones entre el hombre y la mujer. Constantemente, la relación del hombre y la mujer sera amenazada por la discrepancia, el espíritu de dominio, el adulterio, los temores y problemas que consiguen llevar inclusive al rencor y al rompimiento. Este desconcierto consigue mostrarse de forma más o menos agudo, y alcanza a ser más o menos dominado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre surge como muestra de carácter universal.
Sacramento del matrimonio como Institución
En un comienzo dijimos que Dios estableció el matrimonio desde el inicio. Cristo enalteció al decoro de sacramento a esta instauración natural ansiada por el Creador. No se conoce el instante exacto en que lo realza a la integridad de juramento, pero hacía referencia a él en su alocución. Jesucristo expone a sus discípulos el inicio divino del matrimonio.
“No habéis leído, como Él que creó al hombre al principio, lo hizo varón y mujer? Y dijo: por ello dejará a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne”. (Mt. 19, 4-5).
Cristo en el comienzo de su vida notoria efectúa su primer milagro a petición de su Madre; en las Bodas de Caná. (Cfr. Jn. 2, 1-11). Esta representación de Él en un matrimonio es muy reveladora para la Iglesia, ya que figura el signo de que, desde ese instante la manifestación de Cristo será poderosa en el matrimonio.
En su oratoria ilustró el sentido único de esta instauración. “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”. (Mt. 19, 6). Para un cristiano la unión entre el matrimonio como institución natural y el sacramento es total. Por consiguiente, los establecimientos que administran al casamiento no deben ser alterados injustamente por los hombres.
En este vídeo te invitamos a descubrir que dice el sacramento del matrimonio
El matrimonio bajo la antigua ley
1609 En su compasión, Dios no renunció al hombre impenitente. Las condenas que son resultado del pecado, «los dolencias del parto» (Gn 3,16), el faena «con el sudor de tu frente» (Gn 3,19), forman asimismo beneficios que restringen los perjuicios del pecado. Después de la caída, el casamiento ayuda a derribar el repliegue sobre sí mismo, el egocentrismo, la pesquisa del propio goce, e irse al otro, a la ayuda equitativa, al don de sí.
Fines del Matrimonio
Los propósitos del matrimonio son el amor y el apoyo recíproco, la producción de los primogénitos y la formación de estos. (Cfr. CIC no. 1055; Familiaris Consortio nos. 18; 28).
Entre el hombre y la mujer debe haber atracción mutua, procurando complementarse; donde cada uno requiere del otro para así puedan tener un progreso completo, como dos individuos manifestando y viviendo intensamente y en su totalidad la necesidad de amar, de entrega total. Esta exigencia los encamina a juntarse en matrimonio, y luego edificar una nueva comunidad después de la fecunda de amor, que involucra el pacto de apoyar al otro en su desarrollo y así alcanzar la redención. Esta ayuda recíproca se debe hacer contribuyendo lo que cada uno posee y ayudándose el uno al otro.
Lo cual quiere decir que no se debe de imponer la opinión o la forma de ser al otro, tampoco emerjan problemas por no tener distintas opiniones en una ocasión cualquiera. Hombre y mujer deben aceptarse el uno al otro tal cual son y llevar a cabo con las compromisos personales de cada quien.
El amor que lleva a un hombre y a una mujer al matrimonio es un reflejo del amor de Dios y debe de ser fecundo (Cfr. Gaudium et Spes, n. 50)
Cuando platicamos sobre el matrimonio como fundación natural, nos damos cuenta que el hombre o la mujer son individuos sexuados, lo que conlleva a la seducción y de unirse en cuerpo y espíritu. A esta conexión la denominados “acto conyugal”. Este evento es el que permite la continuidad del género humano.
Entonces, podemos concluir que el hombre y la mujer están convocados a dar existencia a nuevos individuos, que deben prosperar en el seno de una familia que se origina en el matrimonio. Esto es algo que la pareja debe admitir a partir el instante que dispusieron entrar en matrimonio.
Cuando uno elige una responsabilidad fuera de ser ineludible a ello tiene el obligación de cumplir con él. Algo similar pasa en el casamiento, cuando los dos libremente eligen casarse, es allí el compromiso y el cumplimiento con todos los deberes que este sobrelleva. No simplemente se practica concibiendo hijos, sino que también hay que educarlos con responsabilidad.
La maternidad y la paternidad responsable son obligación del matrimonio.
¿Es competencia exclusivamente de los maridos resolver la cantidad de hijos que van a engendrar? No se puede dejar de lado que la paternidad y la maternidad es un presente de Dios concedido para contribuir con Él en la acción creadora y redentora. Por ende, antes de decidir sobre el número de hijos que van a tener, hay que colocarse ante nuestro Señor Dios haciéndole una plegaria con una actitud de disposición y con toda integridad para tomar la decisión de la cantidad van a tener y cómo adiestrarlos.
La fecundación es un don del Altísimo en la existencia de una persona, desentenderse de ella implica cerrarse al amor, a un bien. Cada hijo es una bendición, por lo tanto se deben de aceptar con amor.
El Signo: la Materia y la Forma
debemos mencionar que el matrimonio es auténtica eucaristía puesto que en él se hallan los elementos precisos. Por tanto, el signo sensible, que en este caso es la formalidad, la gracia santificadora y consagrada, por último que fue establecido por Cristo.
El único ente que puede hacer juicio es la Iglesia y la única que determinara todo sobre lo concerniente al casamiento. Esto es debido a que es legítimamente un juramento de lo que estamos recitando. La jurisdicción civil únicamente puede proceder en los aspectos solamente civiles del matrimonio (Cfr. Nos. 1059 y 1672).
El símbolo externo de esta eucaristía es el contrato marital, que a su vez consienten el factor y el modo.
- La Materia antigua: son los mismos participantes.
- La Materia contigua: es la ofrenda mutua de los maridos, se conceden toda la persona, todo su ser.
- La Forma: es el Sí que representa la aprobación mutua de ese don propio y total.
Efectos
El sacramento del matrimonio suscita un lazo para toda la vida. Al dar el aprobación libremente los casados se procuran y se absorben solidariamente y esto queda sellado por Dios. (Cfr. Mc. 10, 9). De modo que, al ser el mismo Dios quien instituye este lazo el matrimonio festejado y completo no alcanza ser separado jamás. La Iglesia no debe llevar la contraria de la sabiduría divina. (Cfr. Catec. nos. 1114; 1640)
Este sacramento aumenta la gracia santificante.
Se toma la gracia consagrada propia que aprueba a los maridos perfeccionarse en el amor y fortificar su unidad indisoluble. Está gracia fuente de Cristo refuerza a vivir los propósitos del matrimonio, da la sabiduría para que exista un amor maravilloso y prolífico. Luego de unos cuantos años de comprometidos, la vida habitual puede que se torne más dificultosa, hay que acudir a esta gracia para recuperar firmezas y seguir avanzando (Cfr. Catec. no. 1641)
Matrimonio Civil
El casamiento civil es el que se realiza ante la jurisdicción civil. Este casorio no es legal para los católicos, el único matrimonio legal entre bautizados es el sacramental. En algunas oportunidades es esencial contraerlo depende de las leyes del país ya que es útil en cuanto sus efectos jurídicos. Los católicos ya siendo esposos únicamente por lo civil, están obligados a contraer matrimonio por la Iglesia.
El matrimonio en el Señor
1612 La asociación marital entre Dios y su nación Israel había organizado la nueva y perpetua coalición mediante la que el Hijo de Dios, personificándose y sirviendo su vida, se unificó de alguna forma con toda la humanidad liberada por él (cf. GS 22), organizando así «las bodas del cordero» (Ap 19,7.9).
En este vídeo conocerás parte importante del sacramento del matrimonio
1613 En el principio de su vida pública, Jesús efectúa su primer signo a solicitud de su Madre con ocasión de un banquete de ceremonia (cf Jn 2,1-11). La Iglesia otorga una gran importancia a la figura de Jesús en los casamientos de Caná. Ve en ella la ratificación de la sensibilidad del matrimonio y el aviso de que en adelante el casamiento será un símbolo poderoso de la representación de Cristo.
1614 Jesús en su alocución, expuso sin anfibología el sentido original de la alianza del hombre y la mujer, tal como el Creador la pretendió al inicio: la aprobación, facilitada por Moisés, de despreciar a su mujer era una permiso a la dureza del corazón (cf Mt 19,8); la alianza conyugal del hombre y la mujer es inconmovible: Dios mismo la estableció: «lo que Dios unió, que no lo separe el hombre» (Mt 19,6).
La celebración del Matrimonio
1621 En el acto latino, la festividad del casamiento entre dos devotos católicos tiene lugar corrientemente dentro de la Santa Misa, en integridad del lazo que tienen todos los juramentos con el Misterio Pascual de Cristo (cf SC 61). En el Sacramento se efectúa el memorial de la Nueva Alianza, en la que Cristo se unificó eternamente a la Iglesia, su cónyuge amada por la que se adjudicó (cf LG 6).
Es, por tanto, idóneo que los casados firmen su aprobación en darse el uno al otro mediante la ofrecimiento de sus propias vidas, incorporándose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha presente en el sacrificio eucarístico, y recibiendo la Eucaristía, para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre de Cristo, «formen un solo cuerpo» en Cristo (cf 1 Co 10,17).
1622 «En cuanto gesto sacramental de santificación, la celebración del matrimonio…debe ser por sí misma válida, digna y fructuosa» (FC 67). De manera que conviene que los prometidos esposos estén dispuestos a la festividad de su matrimonio absorbiendo el sacramento de la contrición.
Según la práctica latina en el año 1623, los casados, como representantes de la gracia de Cristo, expresando su aprobación ante la Iglesia, se otorgan recíprocamente el juramento del matrimonio. En las prácticas de las Iglesias asiáticas, los sacerdotes Obispos o presbíteros son testigos del mutuo consentimiento manifestado por los maridos (cf. CCEO, can. 817), pero asimismo su consagración es necesaria para la validez de la comunión (cf CCEO, can. 828).
El consentimiento matrimonial
En 1625 los personajes de la unión marital son un hombre y una mujer bautizados, emancipados para adquirir el matrimonio y así que enuncien desenvueltamente su aprobación. «Ser libre» significa:
- No obrar por imposición;
- No estar inhabilitado por una ley natural o eclesiástica.
1626 La Iglesia estima el reciprocidad de los acuerdos entre los esposos que comprende los mecanismos precisos «que hace el matrimonio» (CIC, can. 1057,1). Si hay desacuerdo esta presente, no hay casamiento.
1627 La aprobación fundamenta en «un acto humano, en la que los esposos se dan y se reciben recíprocamente» (GS 48,1; cf CIC, can. 1057,2): «Yo te recibo como esposa» «Yo te recibo como esposo» (OcM 45). Esta aprobación que enlaza a los esposos entre sí, halla su integridad en el hecho de que los dos «vienen a ser una sola carne» (cf Gn 2,24; Mc 10,8; Ef 5,31).
1628 El anuencia tiene que ser un hecho de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de intimidación o de temor grave externo (cf CIC, can. 1103). Ningún dominio humano no debe y no puede suplir este consentimiento (CIC, can. 1057, 1). Si esta emancipación falta, el casamiento es nulo.
Te invitamos a conocer en este vídeo un poco mas sobre el matrimonio y los sacramento
Matrimonios mixtos y disparidad de culto
1633 En muchas naciones, la disposición del matrimonio variado (entre católico y bautizado no católico) se manifiesta con mucha frecuencia. Reclama un cuidado exclusivo de los consortes y de los eclesiásticos. El tema de casamientos con diferencia de culto (entre católico y no bautizado) reclama una aún mayor cuidado.
En el año 1634 La discrepancia de confesión entre la pareja no forma un obstáculo insuperable para el matrimonio, cuando consiguen colocar en común lo que cada uno de ellos ha recibido en su comunidad, y que cada quien aprenda el uno del otro del mismo modo como ellos viven su fidelidad a Cristo. Aunque los problemas de los matrimonios complejos no deben ser nunca menospreciar. Corresponden al hecho de que el divorcio de los cristianos no se ha superado aun. Los maridos se arriesgan a vivir en el núcleo de su hogar la tragedia de la disociación de los cristianos.
La diferencia de culto consigue empeorar mucho más estos conflictos. Discrepancias en la Fe, en el concebimiento mismo del matrimonio, de igual forma, concepciones religiosas diferentes logran formar un origen de nerviosismos en el matrimonio, primariamente a intención de la instrucción de los hijos. Una instigación que puede mostrarse entonces es la indolencia religiosa.
Según en el año 1635 la facultad moderna en la Iglesia latina, un matrimonio compuesto precisa, para su legalidad, la autorización premeditada de la jurisdicción eclesiástica (cf CIC, can. 1124). Si sucede que hay diferencia de culto se exige una excepción pronunciada de la dificultad para la aprobación del casamiento (cf CIC, can. 1086).
Esta autorización o esta excepción presume que las dos personas tengan conocimiento y no exceptúen las terminaciones y las propiedades fundamentales del matrimonio; y asimismo, que la parte católica confirme los compromisos también haciéndolos conocer a la parte no católica de guardar la buena Fe y certificar el Sacramento y la formación de los hijos en la Iglesia Católica (cf CIC, can. 1125).
Los efectos del sacramento del Matrimonio
1638 «Del casamiento legal se produce entre los consortes un lazo perdurable y especial por su propia naturaleza; igualmente, en el casamiento cristiano los esposos son reforzados y permanecen como bendecidos por un juramento característico para los compromisos y la dignidad de su estado» (CIC, can. 1134).
El vínculo matrimonial
La aprobación por la que los cónyuges se dan y se toman recíprocamente es firmada por el mismo Dios (cf Mc 10,9). De su unión «nace una instauración firme por disposición divina, igualmente ante la sociedad» (GS 48,1). La coalición de los cónyuges está compuesta en la alianza de Dios con los hombres: «el genuino amor nupcial es asumido en el amor divino» (GS 48,2).
Por esta razón, el lazo matrimonial es determinado por Dios mismo, por lo tanto el matrimonio festejado y cumplido entre bautizados no podrá ser dividido nunca. Este lazo que resulta del hecho humanitario libre de los maridos y de la culminación del matrimonio es una verdad ya inalterable y procura un origen a una coalición asegurada por la lealtad de Dios. La Iglesia no tiene dominio para sublevarse frente a esta práctica de la sabiduría divina (cf CIC, can. 1141).
La gracia del sacramento del matrimonio
«En su forma y etapa de vida, (los consortes cristianos) poseen su gracia única en el Pueblo de Dios» (LG 11). Esta gracia única del juramento del casamiento está predestinada a afinar el amor de los desposados, a fortificar su unidad inconmovible. Por intermedio de esta gracia «se ayudan recíprocamente a consagrarse con la vida marital nupcial y en la recibimiento y instrucción de los hijos» (LG 11; cf LG 41).
Cristo es el origen de esta gracia. «Por tanto de igual modo que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su nación por una coalición de amor y lealtad, ahora el Redentor de los hombres y Esposo de la Iglesia, a través del juramento del matrimonio, va hacia el encuentro de los parejas cristianas» (GS 48,2).
Subsiste con ellos, les proporciona el impulso de seguirle tomando su cruz, de levantarse luego de sus caídas, de eximirse recíprocamente, de acarrear unos las cargas de los otros (cf Ga 6,2), de vivir «sometidos unos a otros en el recelo de Cristo» (Ef 5,21) y de amarse con un amor maravilloso, afable y prolífico. En los regocijos de su amor y de su vida familiar les da, acá esta, una satisfacción adelantada del homenaje de las bodas del Cordero:
¿Dónde voy a conseguir la potencia para explicar de forma placentera la ventura del matrimonio que festeja la Iglesia, que ratifica la dedicatoria, que sella la consagración? Los querubines lo pregonan, el Padre divino lo confirma. ¡Qué el casamiento de dos creyentes, fusionados por una sola creencia, un sola aspiración, una sola regla, el misma asistencia!.
Los dos proles de un mismo Padre, sirvientes de un mismo Señor; nada los aparta, ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son efectivamente dos en uno solo. En donde la carne es solo una, también es en el espíritu (Tertuliano, ux. 2,9; cf. FC 13).
En este vídeo te hablaremos sobre la gracia del sacramento del matrimonio
Los bienes y las exigencias del amor conyugal
El afecto nupcial soporta una suma en la que se integran todos los elementos de la persona la exigencia del cuerpo y del corazonada, pujanza de la emoción y de la sensibilidad, deseo del espíritu y de la voluntad; mira una unidad profundamente particular que, más allá de la unión en una sola persona, lleva a no tener más que un corazón y un espíritu; reclama la firmeza y la fidelidad de la regalo equitativo y concluyente; y se abre a fertilidad.
En conclusión: se trata de particularidades corrientes de todo afecto nupcial natural, pero con un significado nuevo que no sólo las depura y fortalece, también las enaltece hasta el punto de crear de ellas la locución de bienes conformemente cristianos (FC 13), unidad y solidez del matrimonio.
El amor de los cónyuges demanda, por su propia naturaleza, la alianza y la permanencia de la sociedad de individuos que incluye la existencia entera de los consortes, están convocados a progresar perennemente en su relación a través de la lealtad periódica a la palabra conyugal de la mutua ofrenda total» (FC 19). Esta relación humana es garantizada, refinada y mejorada por el lazo en Jesucristo, cedida mediante el juramento del matrimonio. Se profundiza por la vida de la Fe acostumbrada y por la Eucaristía aceptada en común.
La fidelidad del amor conyugal
1646 El amor nupcial pide de los esposos, por su misma naturaleza, una lealtad respetable. Esto es efecto del presente de sí mismos que se forjan recíprocamente los cónyuges. El genuino amor tiende por sí mismo a ser algo concluyente, no algo efímero. «Está reservada unión, en cuanto ofrenda mutual de dos individuos, como el bien de los hijos reclaman la franqueza de los esposos y apremian su indisoluble unidad» (GS 48,1).
El impulso más profundo reside en la fidelidad de Dios a su coalición, de Cristo a su Iglesia. Por el sacramento del matrimonio los maridos son preparados para personificar y testificar esta fe. Por el sacramento, la firmeza del matrimonio obtiene un sentido nuevo y más profundo.
1648 de pronto puede parecer dificultoso, incluso insostenible, enlazarse para toda la vida a un individuo. Por lo tanto es más significativo informar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor auténtico e inapelable, de que los cónyuges contribuyen con este amor, que les consuela y conserva, y de que por su lealtad se bautizan en declarantes del amor devoto de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, proporcionan este argumento, con periodicidad en situaciones muy dificultosas, cosechan el agradecimiento y el soporte de la asociación eclesial (cf FC 20).
Concurren, pese a, circunstancias en que la coexistencia conyugal se hace usualmente insostenible por argumentos muy numerosos. En tales asuntos, la Iglesia acepta la disociación física de los maridos y el desenlace de la convivencia. Los maridos no cesan de ser esposo y mujer ante de Dios; tampoco son autónomos para adquirir una nueva unión.
Ante este escenario tan dificultoso, la preferible solución consistiría, si es viable, la mediación. La colectividad cristiana está convocada a socorrer a estos individuos a existir católicamente su situación en la lealtad al lazo de su casamiento que persiste en ser indisoluble (cf FC; 83; CIC, can. 1151-1155).
La apertura a la fecundidad
1652 Por naturaleza propia, la fundación propia del casamiento y el amor marital están obligados a la crianza y a la formación de la descendencia y con ellas son dignificados como su punto culminante (GS 48,1):
Las descendencias son la ofrenda más agraciada del matrimonio y favorecen mucho al bien de sus propios progenitores. El mismo Dios, que dijo: «No es bueno que el hombre esté solo (Gn 2,18), y que hizo desde el principio al hombre, varón y mujer» (Mt 19,4), pretendiendo notificarle cierta cooperación exclusiva en su propia tarea creadora, consagró al hombre y a la mujer expresando: «Creced y multiplicaos» (Gn 1,28).
De ahí que, la labranza auténtica del amor nupcial y todo el método de vida familiar que de él proviene, sin dejar postergar los demás fines del casamiento, tienden a que las parejas estén preparadas con fortificación de decisión a ayudar con el amor del Creador y Salvador, a través de ellos acrecienta y dignifica su propia familia cada día más (GS 50,1).
La iglesia doméstica
Cristo deseó nacer y crecer en el refugio de la Santificada Familia de José y de María. La Iglesia es la que conforma la «familia de Dios». Desde el inicio, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo compuesto por los que, «con toda su casa», habían alcanzado a ser religiosos (cf Hch 18,8). Cuando se convertían ansiaban de igual forma que se amparase «toda su casa» (cf Hch 16,31 y 11,14). Estas familias trasformadas fueron pilares de vida cristiana en una tierra de no creyente.
En los días nuestros, en un mundo continuamente irregular e inclusive desfavorable a la Fe, los núcleos familiares religiosos poseen un valor fundamental en cuantos faros de una fe viva e irradiadora. Por ende el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una viejo enunciado, «Eclesial doméstica» (LG 11; cf. FC 21). En el nucleo de la familia, «los padres deben ser para sus proles los principales anunciantes de la Fe con su mensaje y con su modelo, y han de promover la inspiración particular de cada uno y con un exclusiva atención, la vocación a la vida glorificada» (LG 11).
1657 Aquí es en el cual se instruye de modo predilecto el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de cada uno de los que conforman la familia, «en la recibimiento de los juramentos, en la jaculatoria y en la función de gracias, con el argumento de una vida santa, con la resignación y el amor que se transcribe en obras» (LG 10). El hogar es la primera escuela donde se aprende la vida cristiana y «escuela del más valioso humanismo» (GS 52,1). Aquí se aplica el aprendizaje de la paciencia y la satisfacción de la faena, el amor fraternal, la indulgencia desprendida, inclusive redundante, y ante todo el culto celestial por medio de la adoración y el ofrecimiento de su vida.
A continuación verás en este vídeo una pequeña reflexión bíblica sobre el matrimonio
Resumen sobre el sacramento del matrimonio
San Pablo dice: «Esposos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la Iglesia, Extraordinario misterio es éste, lo comento con respecto a Jesucristo y la Cristiandad» (Ef 5,25.32).
1660 La coalición conyugal, que constituyen un hombre y una mujer en una predilecta comunidad de existencia y del amor, fue instituida y proporcionada de sus estatutos adecuados por el Creador. Por su naturaleza está regulada a lo ajustado para los cónyuges, también a la procreación y formación de las proles. Entre bautizados, el casamiento ha sido alzado por Cristo Señor a la decoro de sacramento (cf. GS 48,1; CIC, can. 1055,1).
El juramento del matrimonio representa la alianza de Cristo con la Iglesia. Proporciona a los consortes la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del juramento optimiza así el amor humanitario de los cónyuges, ratifica su unidad indisoluble y los consagra en el camino de la vida perpetua (cf. Cc. de Trento: DS 1799).
1662 El casamiento se funda en el aprobación de los consortes, manifiesta que, en el empeño de proporcionar recíproca y definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y prolífero. El matrimonio procura implantar a los consortes en un estado público de vida en la Iglesia, la conmemoración del mismo se hace corrientemente de carácter público, dentro del parámetro de una ceremonia litúrgica, ante el clérigo o testigo competente de la Iglesia, los declarantes y el parlamento de los creyentes.
En 1664 La unidad, la firmeza, y la iniciación a la proliferación son fundamentales al casamiento. La poligamia es inconciliable con el compromiso del casamiento; el disolución distancia lo que Dios ha unido; el rehúso de la proliferación despoja la vida conyugal de su «don más excelente», el hijo (GS 50,1).
Consentir un nueva ceremonia por parte de los separados mientras viven sus consortes genuinos refuta el propósito y la ley de Dios instruidos por Cristo. Los que se hallan en este escenario no están apartados de la Iglesia pero tampoco podrán consentir la comunión eucarística. Se permite que vivan su vida cristiana sobre todo enseñando a sus hijos la Fe.
El hogar religioso es el sitio en que los hijos adoptan la primera proclamación de la Fe. Por eso la morada familiar es llamada justificadamente «Iglesia doméstica», colectividad de gracia y de invocación, instituto de integridades humanas y de compasión cristiana.
¿Todos los individuos son llamados al matrimonio?
No todos en el mundo están llamados al sacramento del matrimonio. Jesús les indica a algunas individuos un camino diferente; les induce a coexistir apartando del matrimonio «por el reino de los cielos» (Mt 19,12). También los individuos que viven solos por otras causas distintas consiguen disfrutar una vida íntegra. [1618-1620]
En muchas ocasiones Jesús llama a algunos individuos igualmente a una cercanía exclusiva con Él. Éste es el caso cuando perciben en su interior el deseo de desistir al casamiento «por el reino de los cielos». Esta disposición no intuye jamás un descrédito del matrimonio o de la fecundación. La castidad intencional únicamente puede ser vivida en el amor y por amor, como un carácter vigoroso de que Dios es más substancial que cualquier otra cosa.
El célibe desiste a la correspondencia sexual, pero no al amor; sale deseoso al encuentro de Cristo, el marido que aparece (Mt 25,6). Numerosos individuos que viven solas por otros diferentes asuntos padecen por su soledad, la confrontan exclusivamente como privación e inconveniente. Sin embargo un individuo que no tiene que inquietarse por una pareja o de una familia, goza igualmente de autonomía e emancipación y posee tiempo de crear cosas significativas y colmadas de sentido para las que no tendría tiempo una persona casada. Tal vez sea voluntad de Dios que se ocupe de prójimos por los que nadie más se angustia.
¿Cuáles son los efectos jurídicos de los matrimonios religiosos?
En concordancia a la Ley veinticinco de mil novecientos noventa y dos, los casamientos religiosos obtendrían plenos efectos legales propios y hereditarios:
- Efectos propios: estos son los derechos y los deberes que se forman por ambos consortes. Estos son: convivencia, sinceridad, socorro y asistencia.
- Coexistencia: Esta reside en que los desposados convivan los dos, habitando también la misma vivienda, el comedor y la cama, salvo causa justificada.
- Lealtad: El matrimonio posee una forma absolutista, por lo cual los desposados les corresponden inhibirse de mantener idilios eróticos con una persona diferente a su consorte. Asimismo el adulterio es un causante de desunión y de alejamiento de cuerpos.
- Auxilio: Con el casamiento emerge el compromiso de socorrer con las insuficiencias familiares, esto se efectuara en medida a las capacidades de los esposos, brotando del mismo modo la obligación de asistir al consorte que no pueda cómo solventar estas insuficiencias.
- Asistencia: Se habla del soporte moral, el respaldo y la asistencia que se deben los cónyuges en todas las circunstancias de la vida. Por ejemplo en la vejez.
- Efectos hereditarios: Con el casamiento se da origen a la Sociedad Conyugal, fundación que presidirá todos los argumentos referentes a la propiedad común y perteneciente a los cónyuges. La cancelación de la sociedad nupcial al instante de la desunión o la separación de bienes, será la soporte para la distribución de patrimonios entre los cónyuges.
Definición e institución
El juramento del matrimonio es la alianza nupcial, legítimamente contraída entre dos bautizados, que Nuestro Señor Jesucristo realzó a la decoro del sacramento durante su primer prodigio realizado en Caná de Galilea.
Este sacramento constituye una alianza santa e inconmovible entre el hombre y la mujer, y les otorga la gracia de amarse uno al otro sagradamente y de instruir católicamente a sus proles. Igualmente, otorga a los cónyuges la gracia de efectuar, según convenga, con las obligaciones a los que están subyugados consigo mismos y con sus descendencias.
Esta coalición santa y sólida simboliza la unión de Jesucristo con la santa Iglesia, su señora y nuestra Madre afectuosísima.
«Las mujeres sujétense a sus maridos como al Señor; porque el varón es cabeza de la mujer, como Cristo es la cabeza de la Iglesia, salvador de su cuerpo. Así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres lo han de estar a sus maridos en todo» (Ef. 5, 22-2
Ministros, fórmula e intención
Los funcionarios de este juramento son los mismos esposos que contraen casorio, los cuales otorgan y toman equitativamente el sacramento. La materia del misterio es el presente mutuo que los desposados realizan en igualdad a su mismo cuerpo con propósitos de ejecutar el fin del matrimonio: la fecundación y la enseñanza de los hijos.
La receta es la aprobación recíproca de este presente, llevada a cabo al instante del libre asentimiento que los maridos canjean entre sí, cara al consejero de la Iglesia y dos declarantes. La ligadura marital así acordado restituye el matrimonio en su originaria nobleza, tal como fue establecido por Dios en el paraíso terrenal.
Su indisolubilidad
Reside en el hecho de que los lazos mutuos contraídos en el casamiento solo consiguen romperse con el fallecimiento. Dios lo fundó de este modo comenzando en el principio, cuando estableció el casamiento en el Paraíso terrenal. “Quien desprecia a su esposa y se casa con otra mujer, está cometiendo infidelidad hacia la primera; y si una mujer desprecia a su esposo y se casa con otro, ella comete adulterio” (Mc. 10, 11-12).
A continuación una cita bíblica que nos refiere la importancia de la honestidad y fidelidad en el sacramento del matrimonio: «Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete infidelidad; y el hombre que se casa con una repudiada por su esposo, igualmente ejecuta la infidelidad” (Lc. 16, 18).
El casamiento de dos cristianos bautizados, una vez contraído y concluido, es inconmovible. De manera que fuese contraído, se realiza la disolución de certifique por una carrera religiosa solemne o por una concesión exclusiva de la Santa Sede. El casamiento infiel entre dos individuos no bautizados es naturalmente inconmovible.
La jurisdicción civil de ninguna forma debe romper este lazo del casamiento cristiano, ya que no posee capacidad sobre los juramentos y no puede separar lo que Dios ha unido. El casamiento civil una elemental religiosidad establecida por la ley para conceder y avalar los efectos civiles del matrimonio a los cónyuges y sus descendencias.
Los cónyuges creyentes que conviven juntos pero sólo siguen unidos por un matrimonio civil se hallan en una etapa usual de falta letal, y su unión continúa adulterina ante Dios y la Iglesia.
Las promesas y obligaciones de los esposos
- Para efectuar el casamiento de forma legítima, los consortes tienen que cumplir con la mayoría de edad para juntarse y facilitar su aprobación desenvueltamente.
- Los cristianos les compete alabar su boda ante su párroco u Frecuente particular, o ante un clérigo escogido por uno de ellos, delante de al menos dos declarantes.
- La consagración matrimonial, si bien no es esencial para el juramento, se concede para consagrar la unión de los consortes en designación de la Iglesia y para implorar las bendiciones de Dios sobre ellos más cuantiosamente.
- Si se da el argumento de que uno de los desposados no sea católico, la Iglesia puede llegar a consentir este ejemplo de unión con una excepción para desiguales cultos o devociones mixtas.
Recepción y disposiciones
Para adoptar este juramento, las parejas comprometidas tienen que hallarse en período de gracia, ilustrados en la dogma cristiano, sin obstáculos de ninguna clase, y han de observar las disposiciones de la Iglesia con relación a la conmemoración del casamiento.
La decisión de cambiar un modo de vida y la disposición de comprometerse a crear una familia han tomarse muy en serio ante Dios y contar con la salvación del espíritu.
Luego de reconsiderar seriamente, la determinación de contraer boda comprende dialogar inicialmente con los padres, quienes poseen el derecho y el deber de socorrer a sus proles con sus lecciones inteligentes y pertinentes.
Para estar sobre aviso para el casamiento, los futuros cónyuges deben consagrarse celosamente a la jaculatoria y las caritativas labores, y encaminase incorruptamente.
Los esposos alabarán este gran juramento de boda posteriormente de haberse confesado. Absorberán decorosamente la Sagrada Eucaristía para que Dios consagre su unión y les coopere en obedecer los derechos y deberes del casorio de forma misericordiosa e respetable. Aquí se denota la gran relevancia del sacramento del matrimonio
Otros sacramentos de la iglesia católica
El Bautismo: es el juramento donde se instituye nuestra Fe misma, que nos aplica como integrantes vivos en Cristo y en su Iglesia. Adjunto al Sacramento y a la Confirmación conforma el así nombrado “Noviciado cristiano”, la cual establece como un único y gran evento sacramental que nos establece al Señor y forja en nosotros un símbolo vivo de su representación y de su amor.
No es una exigencia, es un evento que toca a fondo nuestra coexistencia. Un infante bautizado o un niño no bautizado no es lo mismo. No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el Sacramento, somos sumergidos en esa fuente infinita de vida que es la muerte de Jesús, el más magnánimo acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor conseguimos existir en una vida nueva, ya no más en el dominio del mal, del pecado y de la muerte, sino en la eucaristía con Dios y con los parientes.
La Confirmación
Por medio del óleo titulado “sagrado Crisma” yacemos constituidos, con el dominio del Espíritu, a Jesucristo, quien es el único auténtico “ungido”, el Mesías, el Santo de Dios. La expresión “Confirmación” nos hace tener en cuenta que este juramento contribuye en un desarrollo de la gracia bautismal: nos une más sólidamente a Cristo; lleva a su ejecución el vínculo de nosotros para con la Iglesia; nos otorga una potencia exclusiva del Espíritu Santo para propagar y patrocinar la Fe, para declarar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos jamás de su cruz.
Llanamente es sustancial brindar a los confirmados una buena elaboración, que debe estar encaminada a llevarlos hacia una cohesión personal a la Fe en Cristo y a estimular en ellos el sentido de pertenencia del Templo.
La Eucaristía
La eucaristía se ubica en el corazón de la “iniciación cristiana”, conjuntamente con el Bautismo y la Confirmación, y forma el inicio de la vida misma de la Iglesia. De este misterio del amor, en consecuencia, emerge toda legítima senda de Fe, de comunión y de testimonio.
La festividad eucarística no es simplemente un festín; es justamente el memorial de la Pascua de Jesús, el sacramento central de amparo. “Memorial” no expresa únicamente una remembranza, una elemental evocación, sino que pretende decir que siempre que alabamos este juramento anunciamos en el secreto de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
La Comunión compone la cima del ejercicio de salvación de Dios; el Señor Jesús, forjándose pan dividido por nosotros, disuade, en consecuencia, sobre nosotros toda su piedad y su amor, de tal manera que transforma nuestro corazón, de nosotros la existencia y nuestro carácter de relacionarnos con Él y con los hermanos.
Sacramento de la Reconciliación
El sacramento de la Reconciliación es un juramento de restauración del espíritu. Cuando una persona se confiesa lo hace para restablecerse, sanarse su espíritu, curar el corazón y seguramente algo que hizo y no anduvo bien. La imagen antigua o de la biblia que mejor los enuncia, en su lazo más fuerte, es el suceso de la benevolencia y de la sanación del paralizado, en el cual el Señor Jesús se revela al mismo instante cual médico de las almas y los cuerpos.
El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación surge solamente del secreto pascual. Y efectivamente, el mismo día de Pascua el Señor se manifiesta a sus seguidores, reunidos en círculo y después de enviarles el saludo “Paz a vosotros”, exhaló por sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20, 21-23). Esta entrada nos revela la dinámica más profunda incluida en este juramento.
Primeramente, el hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que consigamos proporcionarnos nosotros mismos. A nadie le vale decir: que el mismo perdona sus mismos pecados. Al contrario la indulgencia se solicita a otra persona, y en la Confidencia solicitamos de la indulgencia a Jesucristo. El indulto no es producto de nuestros sacrificios, sino que es una ofrenda del Espíritu Santo.
Unción de los enfermos
El juramento de la Unción de los afectados, el cual nos deja manipular con la mano la compasión de nuestro Señor Dios por el individuo. En tiempos lejanos se le denominaba “Extremaunción”, ya que se pensaba que era como un alivio del alma en la prontitud de la expiración. Decir, en lugar, de “Unción de los enfermos” nos permite aumentar la perspectiva a la conocimiento de la dolencias y del padecimiento, en el lejanía de la compasión de Dios.
Es nuestro Señor Jesús quien se personifica y llega para tranquilizar al aquejado, de esta manera proporcionarle fortaleza, para servirle de confianza, para arrimar el hombro; asimismo para absolverle las faltas. Y esto es hermoso.
No debemos pensar que esto es una prohibición, puesto que es eternamente divino entender que precisamente en el tiempo del sufrimiento y el padecimiento no nos encontramos solos; el clérigo y los que están atestiguando el momento de la Unción de los aquejados simbolizan, en efecto, a toda la colectividad creyente, puesto que es un único organismo nos congrega cerca del afligido y de los familiares, nutriendo en todos la Fe y la confianza, y manteniéndolos en fuerza con la adoración y el calor fraterno.
Orden sacerdotal
Está formado por los tres valores de obispado, presbiterado y diaconado, es el juramento que capacita para el adiestramiento del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, de instruir a su congregación, con la fuerza de su Espíritu y según su corazón. Instruir a los mensajeros de Jesús no con el poderío humano o con el propio poder, sino con el poder del Espíritu y según su corazón, el corazón de Jesús que es un corazón de amor.
El eclesiástico, el arzobispo, el religioso debe pastorear el rebaño del Señor con amor. Si no lo hacerlo con afecto no sirve. Y de este modo, los ministros que son designados y bendecidos para esta gracia alargan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo conciben con el dominio del Espíritu Santo en designación de Dios y con amor.
A los que se le dio la orden de estar delante de la comunidad. Están “al frente” en efecto, pero para Jesús representa colocar la propia jurisdicción al servicio, como el mismo Él Jesús comprobó e instruyó a los discípulos con estas palabras: “Sabéis que los dirigentes de las poblaciones los subyugan y que los magnos los dominan.
No será así entre vosotros; el que quiera ser grandioso entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. Un obispo que al no prestar servicio de la colectividad no está haciendo el bien; un sacerdote, un presbítero que presta servicio a su comunidad de ninguna manera lo está haciendo bien, está fallando.
Otras consideraciones sobre el Sacramento del Matrimonio
Este juramento nos lleva al corazón del propósito de nuestro Señor, lo cual es un deseo de coalición con su población, con todos nosotros, un propósito de comunión. Al principio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como acto de coronación del relato de la creación se dice: “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó… Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gn 1, 27; 2, 24).
La representación de Dios se proyecta en la pareja conyugal: el hombre y la mujer; no solamente el hombre, no solamente la mujer, sino los dos. Esta es la representación de Dios: el amor, la coalición de Dios con nosotros está representada en esa alianza entre el hombre y la mujer. Y esto es perfecto.
Somos nacidos para amar, como imagen de Dios y de su amor. Y en la unión nupcial el hombre y la mujer ejecutan esta disposición en el carácter de la correspondencia y de la comunión de vida plena y concluyente. Cuando un hombre y una mujer festejan el juramento del casamiento, Dios, por decirlo así, se “refleja” en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El sacramento del matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros.
Realidad y desafíos de las familias
El bien de la familia es concluyente para el destino del mundo y de la Iglesia. Son innumerables las investigaciones que se han hecho sobre el casamiento y la familia, acerca de sus problemas y retos presentes. Es saludable procurar cuidado a la situación específica, ya que “las exigencias y llamadas del Espíritu Santo repercuten de igual forma en los eventos propios de la historia”, a través de los cuales “la Iglesia consigue ser manejada a un conocimiento más profundo del ilimitado secreto del casamiento y de la familia”.
No se procura exponer aquí todo lo que puede decir sobre los varios argumentos referentes a la familia en el argumento vigente. Pero, dado que los Padres sinodales han encaminado una ojeada al contexto de las familias de todo el mundo, pienso que la mejor forma es reunir varios de sus contribuciones pastoriles, añadiendo nuevas ansiedades que salen de mi propia mirada.
Algunos desafíos
Las contestaciones recibidas a las dos sugerencias realizadas durante el camino sinodal, indicaron las circunstancias más variadas que sugieren nuevos retos. También de las ya dichas, un sinnúmero se han puntualizado a la oficio pedagógico, que se ve obstaculizada, entre diferentes fuentes, puesto que los padres regresan a sus casas fatigosos y sin deseos de conversar, en numerosas hogares la práctica de comer juntos ya no existe, y expande en una gran diversidad de formas de pasatiempo conjuntamente con la adicción a la tv. Estos factores entorpecen la concesión de la Fe de padres a hijos.
Otros revelaron que muchos de los núcleos familiares suelen estar afectadas por gran ansiedad. Al parecer hay más ansiedad por evitar futuras dificultades que por participar en el presente. Esto, que es un asunto didáctico, aumenta a causa de un futuro profesional precario, a la incertidumbre económica, y la preocupación por el destino de los hijos.
La mirada puesta en Jesús: Vocación de la Familia
Ante las familias, y en medio de ellas, debe volver a resonar siempre el primer anuncio, que es “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”, y “debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora” Es el anuncio principal, “ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra” Porque “nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio” y “toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma”.
Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin vida. Porque tampoco el misterio de la familia cristiana puede entenderse plenamente si no es a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, que se entregó hasta el fin y vive entre nosotros. Por eso, quiero contemplar a Cristo vivo presente en tantas historias de amor, e invocar el fuego del Espíritu sobre todas las familias del mundo.
Jesús recupera y lleva a su plenitud el proyecto divino
Frente a quienes prohibían el matrimonio, el Nuevo Testamento enseña que “todo lo que Dios ha creado es bueno; no hay que desechar nada” (1 Tt 4,4). El matrimonio es un “don” del Señor (cf. 1 Co 7,7). Al mismo tiempo, por esa valoración positiva, se pone un fuerte énfasis en cuidar este don divino: “Respeten el matrimonio, el lecho nupcial” (Hb 13,4). Ese regalo de Dios incluye la sexualidad: “No os privéis uno del otro” (1 Co 7,5).
Los Padres sinodales recordaron que Jesús “refiriéndose al designio primigenio sobre el hombre y la mujer, reafirma la unión indisoluble entre ellos, si bien diciendo que “por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así” (Mt 19,8). La indisolubilidad del matrimonio “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19,6) no hay que entenderla ante todo como un “yugo” impuesto a los hombres sino como un “don” hecho a las personas unidas en matrimonio.
La condescendencia divina acompaña siempre el camino humano, sana y transforma el corazón endurecido con su gracia, orientándolo hacia su principio, a través del camino de la cruz. De los Evangelios emerge claramente el ejemplo de Jesús, que anunció el mensaje concerniente al significado del matrimonio como plenitud de la revelación que recupera el proyecto originario de Dios (cf. Mt 19,3).
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