¿Qué es el infierno? El término o la palabra infierno se refiere a “por debajo de, lugar inferior, profundo”, y está en relación con la palabra Seol (hebreo) y hades (del griego). Según diversas religiones, es el lugar donde posteriormente a la muerte son atormentadas perpetuamente las almas de los pecadores. Es semejante al Gehena del judaísmo, al Tártaro de la mitología griega, al Helheim según la mitología nórdica y al Inframundo de otras devociones.
¿Qué es el infierno?
En la teología católica, el infierno es una de las cuatro declinaciones del hombre. No se le supone un lugar sino una etapa de desconsuelo. En oposición con el infierno, otros terrenos de preexistencia posteriormente a la muerte pueden ser imparciales (por ejemplo, el Sheol judío), o felices (por ejemplo, el Cielo cristiano).
El concepto también se maneja para calificar al estado de falta concluyente de Dios y, en ciertas mitologías, al lugar donde moran los espíritus de los muertos. Un ejemplo: “Si te comportas mal, vas a ir al infierno”, “Ojalá que este homicida se consuma en el infierno”, “No le temo al infierno porque soy un hombre caritativo que siempre pretende auxiliar al prójimo”.
No obstante el infierno no es un lugar físico, la mayoría de las representaciones lo ubican debajo de la tierra (a discrepancia del cielo, que está arriba). Es usual que surja simbolizado como un lugar en medio del fuego, donde Satanás o varios demonios quebrantan escarmientos a los penados.
Muchos autores han abordado la presencia y aspecto del infierno en sus obras literarias y entre todos ellos tendríamos que enfatizar a Dante Alighieri que instituye una serie de peculiaridades de aquel en su acreditado libro “La Divina Comedia”. En él, entre otras cosas, exhibe que el infierno está conformado por una serie de nueve círculos centrados que se van formando más pequeños cuanto más se aproximan al centro de la Tierra.
Asimismo de todo ello simbolizó el infierno con rincones tales como un arroyo de sangre que hierve y que se convierte en el destino de todas aquellas personas que maldicen, que son tacañas o que han cometido algún quebrantamiento. Ciertamente, como no lograba ser de otro modo, utiliza su representación para “espantar” a lo apóstatas y es que implanta que a ese mismo arroyo marcharán a parar los que no crean en Dios.
A todo ese conjunto de elementos tendría que amplificar además que Dante supone que en el infierno se hallan toda una serie de criaturas pertenecientes a lo que fue la mitología pagana como sería el caso de brujas y centauros.
El poeta inglés John Milton también habló en su momento del infierno y él lo personificó como un lugar muy parecido a un enorme fogón pero repleto de oscuridad. Tanto es así que, según expuso, aquel estaría lleno de llamaradas por todas partes aunque además dispone de una zona, la de los inculpados, donde reina el frío pues cuenta con nieve, hielo y viento.
Para algunos cultos, el infierno ni siquiera es un lugar imaginado, sino que se trata de un estado de pesadumbre. Las almas que se hallan en el infierno son mortificadas por toda la perpetuidad.
Más allá de las discrepancias entre cada culto, el infierno suele surgir como la amenaza de castigo para aquellos que se retiran de la voluntad divina. En escasas palabras, los individuos que obedecen a Dios van a la gloria, mientras que los pecadores terminan en el infierno.
Para el lenguaje habitual, el infierno es el lugar o escenario en que existe un gran alboroto, terror o catástrofe: “La calle es un infierno, hay reprensiones en cada esquina”, “Tenemos que convertir a la cancha en un infierno para el equipo visitante”.
En el próximo vídeo podrán oír sonidos que posiblemente demuestren que el infierno sí existe.
Descripciones
Algunas creencias del infierno brindan referencias gráficas y siniestras (por ejemplo, el Naraka del budismo, uno de los seis reinos del samsara). Las devociones con una historia divina recta a menudo imaginan el Infierno como perpetuo (por ejemplo, las afirmaciones del cristianismo), en cambio los cultos con una historia duradera suelen revelar el Infierno como un período mediador entre el renacimiento (por ejemplo, el Diyu, reino de los difuntos de la mitología china).
La sanción en el infierno normalmente pertenece a los pecados realizados en vida. A veces se hacen distinciones determinadas, con almas penadas sufriendo por cada mal cometido, mientras que otras veces el escarmiento es habitual, con arrepentidos siendo olvidados a una o más aposentos del Infierno o niveles de desconsuelo (por ejemplo, según Agustín de Hipona los niños no bautizados, aunque privados del Cielo, sufrían menos en el Infierno que los adultos no bautizados).
En el islam y el cristianismo, de todas maneras, la fe y el remordimiento tienen mayor importancia que las acciones en establecer el destino del alma después de la muerte.
El infierno es comúnmente imaginado como habitado por demonios, quienes abruman a los penados. Muchos son mandados por un rey de la muerte:
- Nergal (dios sumerio-babilonio, señor de los muertos)
- Iama (dios benigno en el hinduismo)
- Satanás (existencia que simboliza la encarnación superior del Mal).
Otras ideas del infierno suelen definirlo abstractamente, como un estado de pérdida más que un tormento en un lago de fuego exactamente bajo la tierra. Además hay grupos evangélicos quienes piensan que los difuntos no están conscientes y el infierno no puede ser un lugar ardiente de suplicio donde las almas malvadas sufran después de la muerte.
¿Para quién fue creado el infierno?
El infierno fue creado para «el diablo y sus ángeles» (Mateo 25:41). Pero debido a que cada ser humano es un tentado, cada individuo ya ha sido penado al infierno. Todos merecemos el infierno como el razonable escarmiento por nuestra rebeldía contra Dios (Romanos 6:23).
Jesús fue claro en cuanto a que «el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). También expuso que el infierno es una condena eterna para quienes no le respeten.
Tesalonicenses 1:8-9 expresa que al final Dios dará «remuneración a los que no conocieron a Dios, ni cumplen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales resistirán condena de perenne pérdida, destituidos de la presencia del Señor y del goce de su poder«. Juan el Bautista expresó esto de Jesús: «Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y acopiará su trigo en el granero, y chamuscará la paja en fuego que nunca se extinguirá» (Mateo 3:12).
En el próximo vídeo se debaten las ideas sobre si el cielo o el infierno existen.
Juan 3:18 expone en conocimientos más naturales quién va a ir al paraíso y quién irá al infierno: «El que en él cree, no es penado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios«. Consiguientemente, aquellos que van al infierno concretamente son aquellos que no creen en el nombre de Jesús.
«Creer» va más allá de un reconocimiento intelectual de la realidad. Creer en Cristo para salvación, pretende una transferencia de honradez. No nos vamos a venerar a nosotros mismos, vamos a renunciar nuestra falta, E iniciamos a idolatrar a Dios con todo nuestro corazón, espíritu, percepción y fuerza (Mateo 22:36-37; Marcos 12:30).
Dios anhela que cada individuo pase la eternidad con él, no obstante Él admite nuestro libre deseo. Cualquiera que lo anhele, pueda ir al cielo. Jesús ya pagó el costo de nuestra salvación, pero estamos obligados a admitir ese obsequio y acarrear la titularidad de nuestras vidas a Dios.
El cielo es perfecto, y Dios no puede transbordar a nadie que reclama en aferrarse a su pecado. Debemos admitir que él nos limpie de nuestro tropiezo y que nos haga justos delante de él. Juan 1:10-12 nos muestra el inconveniente y la solución: «En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recogieron. Mas a todos los que le acogieron, a los que creen en su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios«.
Podemos optar por confiar en el pago que Jesús hizo por nuestro abandono, o podemos elegir pagar por nuestras faltas nosotros mismos; no obstante, debemos recordar que el pago por nuestro pecado es la perpetuidad en el infierno. C. S. Lewis lo dijo de esta manera: «Al final, sólo hay dos tipos de personas: aquellos que le dicen a Dios, «hágase tu voluntad«, y aquellos a quienes Dios al final les dice, «hágase tu voluntad«.
Concepto para las religiones Abrahámicas
El concepto de “religiones abrahámicas” hace referencia a aquellos cultos cuya convicción es monoteísta y que registra una costumbre espiritual cuyas raíces se encumbran a Abraham. El término es utilizado especialmente para referirse conjuntamente al cristianismo, catolicismo, judaísmo e islam.
En la Biblia ¿Qué es el infierno?
La expresión «infierno» se encuentra en muchas redacciones de la Biblia. En unos casos es cambiada por “sepulcro” o “el terreno de los muertos” y en otras se desiste sin traducir, como en el caso de la palabra hebrea she’ol que semeja a la griega hai′des, es decir recipiente de los espíritus, (y no “sepulcro de toda la humanidad”). Además está en este caso la palabra griega ge′en•na que hace referencia al lago de fuego y azufre literal y no a una supuesta ruina perpetua.
Los templos cristianos fundamentalistas objetan que si se hubiese querido dar a pensar que el She’ol es una simple “sarcófago habitual de la humanidad”, se hubiese utilizado sin titubear en la Septuaginta y en el N. T. términos puntuales como (sarcófago habitual de la humanidad) o (zona universal de cadáveres) o (recipiente habitual de entidades humanas) y no uno que diera a deducir que la vida no acaba en el panteón, sino que se alcanza a un Hadēs, expresión griego asociada al lugar de la psychē (el alma), no del cuerpo inerte.
Dicho de otro modo:
- She’ol [gr. Hadēs] “receptáculo de los espíritus”
- Kever [gr. Mnēmeion] “receptáculo de los despojos/cuerpos”, “sepulcro”, “sarcófago”, “precipicio”, “hondo”, “tumba”, “cárcava” y “subterráneo
- El Infierno (heb. Gehinnom; gr. Gehenna) se observa inverso a la consagración de los que alcanzan el Reino de Dios (Nueva Jerusalén)
Venid, benditos… (Mateo 25:34): «Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.»
¿Qué es el infierno? En el cristianismo
El término “infierno” que utilizan la versión católica de Félix Torres Amat, la adaptación de Cipriano de Valera (renovada en 1909) y otras para convertir el término hebreo she’ól y el griego hái•dēs. Torres Amat convierte she’ól a modo que (a veces con complementos en bastardillas): ‘infierno(s)’ 42 veces; ‘sepulcro’ 17 veces; ‘muerte’ 2 veces, y ‘sepultura’, ‘mortuorias’, ‘profundo’, ‘a punto de morir’ y ‘abismo’ 1 vez cada una. En la Traducción Valera de 1909, she’ól se trascribe ‘infierno’ 11 veces, ‘sepulcro’ 30 veces, ‘sepultura’ 13 veces, ‘abismo’ 3 veces, ‘profundo’ 4 veces, ‘huesa’ 2 veces, ‘fosa’ 2 veces y ‘hoyo’ 1 vez. Esta misma traducción siempre convierte hái•dēs por ‘infierno(s)’, versión que siguen las interpretaciones Nácar-Colunga (menos en Hechos 2:27, 31), Torres Amat y Felipe Scío de San Miguel.
Sin embargo, otras traducciones actuales son más semejantes en la redacción. Por ejemplo, la Adaptación Valera (revisión de 1960) translitera la palabra original como ‘sheol’ 65 veces y utiliza ‘profundo’ 1 vez, mientras que maneja ‘Hades’ siempre que surge en el Nuevo Testamento. Otro tanto sucede con la palabra griega gué•en•na, que, aunque algunos la derraman por ‘infierno’ (8 veces en la Versión Valera de 1909) se suele transliterar en la mayoría de las versiones españolas.
Ha ocasionado mucho desconcierto y confusión el que los primeros traductores de la Biblia cambiasen metódicamente el Sheol hebreo y el Hades y el Gehena griegos por la palabra “infierno”. La simple transliteración de esas palabras en ediciones examinadas de la Biblia no ha alcanzado para atenuar de modo significativo esta confusión y equivocación.
En el próximo vídeo podrán escuchar un testimonio donde Dios muestra el infierno.
https://www.youtube.com/watch?v=e25BR7Za_uA
Originalmente, la voz concedía lo que queda situado “más abajo” o “inferior” al espectador. Así pues, el término «Infierno» inicialmente no indicó ninguna idea de ardor o tortura, sino simplemente la de un lugar «más abajo» o «inferior», de modo que su significado era muy similar al del she’ól hebreo. Es interesante que incluso en la actualidad esta palabra interpreta, según la misma enciclopedia, “lugar oscuro en que sienta la rueda y artificio con que se mueve la máquina de la tahona”.
La doctrina cristiana ha discutido la noción de “Infierno” a lo largo de su historia. En un período no tuvo duda de que se trataba del lugar en el que se sanciona perpetuamente a los pecadores, en el que los martirios no lograban ser transformados.
En el siglo III, Orígenes mantuvo la hipótesis que lleva por nombre Apocatástasis o Restauración, que involucraba la idea de que, al final de los tiempos y en seguida de soportar numerosas desgracias, todos los penados al Infierno “incluyendo a Satanás y a los sobrantes ángeles caídos” serían soltados. Esta idea fue penada como sacrilegio por la Iglesia. En oposición, Agustín de Hipona y Tomás de Aquino opinaban que la gran mayoría de las almas se castigarían al Infierno.
De hecho, Agustín se refería a los condenados como la massa damnata o multitud de condenados. El dogmático luterano Karl Barth y su asociado católico Hans Urs von Balthasar mantuvieron que existe una razonable expectativa de que todas las almas serán rescatadas, por el enorme hecho de amor que ejecutó Cristo en la cruz.
En la actualidad, el pastor evangélico Rob Bell sustenta que el Infierno está vacío. C. S. Lewis mantenía que el Infierno asemeja la celda de una cárcel, en donde la puerta del calabozo se cierra desde dentro, no desde fuera, siendo la finalidad del condenado el no querer vivir la eternidad con Dios.
El exorcista católico José Antonio Fortea hace notar que es el mismo Cristo quien describe con más obstinación la existencia del Infierno y que varios serán los penados. Aunque opina que el número de penados será pequeño en comparación con el de todos los seres humanos nacidos desde la Creación, para los condenados “ya sean cien, mil, diez mil o más” el castigo será perpetuo.
También mantiene que la gran mayoría de los presbíteros en la Iglesia Católica trata de restarle importancia al Infierno y a la pena eterna por no espantar a sus fieles.
En el catolicismo
“La fe católica no contradice el presumir que Dios realice, a veces, por vía de alteración, rescatar un alma del Infierno”. No obstante, la misma Enciclopedia expresa que «los teólogos son acordes en instruir que tales irregularidades nunca sucedieron y nunca sucederán».
Acerca del uso del término “ardor” que “no hay suficientes razones para imaginar el término «fuego» como una pura metáfora”. Sin embargo, el 28 de julio de 1999 en el catecismo que distribuyó ante 8000 fieles en la Ciudad del Vaticano, el papa Juan Pablo II dijo:
Las imágenes con las que la Sagrada Escritura nos muestra el Infierno deben ser honestamente descifradas. Ellas muestran la completa pérdida y desabrimiento de una vida sin Dios. El Infierno revela más que un lugar, el escenario en la que llega a encontrarse quien libremente y concluyentemente se aleja de Dios, fuente de vida y de alegría.
Si bien, para algunos, estas palabras de Juan Pablo II incitaron disputa, no se niega la existencia del Infierno, pero se le da un sentido espiritual, antes que preciso y material. Algunos creyentes y dogmáticos, como Hans Küng, han expulsado la existencia del Infierno por considerarla desacorde con el amor del Dios omnipotente.
No obstante, hay consentimiento en creer que no es Dios quien “remite” al hombre al Purgatorio o al Infierno, sino que es el hombre mismo (por las acciones y obras que vivió en su tiempo de existencia terrena), quien decide libremente su destino final; si ha creído en Jesús y vivido misericordiosamente el Cielo le esperará, si ha cometido pecados no manifestados y necesita purificación para adherirse al Cielo, ella misma solicitará un lapso en el Purgatorio para purificarse y entrar a la memorable presencia de Dios, limpia; y si ha vivido en hostilidad con Dios, con los otros y consigo misma, ella misma reclamará el destino que le pertenece como fruto de sus acciones y credos.
El escritor católico contemporáneo José María Cabodevilla trata el tema de por sí complicado en unas pocas secciones:
- Representación de Fra Angélico, por Luca Signorelli. Fra Angélico supuso a Cristo como un juez con la túnica abierta y exponiendo benignamente sus llagas.
- Dios no condena a nadie: “Si alguien atiende mis palabras y no las guarda, yo no lo castigaré. No hace falta ningún arbitraje, ningún juicio. «El que no profesa ya está juzgado. ¿Qué necesidad hay de suponer un Cristo juez? El Cristo de la Capilla Sixtina es un consejero en plena diligencia, practicante él mismo del juicio, colérico, impulsivo.
- No me convence. La definición de Fra Angélico me parece mucho más creíble (y también más aterradora) que la de Miguel Ángel. Pintó un juez que es lo menos semejante a un juez: el Hijo del Dios con la túnica abierta y exponiendo suavemente sus llagas. No hace nada, no dice nada. Los impenitentes aíslan la vista de él y caminan sobre sus propios pasos.
En el próximo vídeo verán las respuestas a muchas preguntas que nos realizamos con respecto al cielo y al infierno.
“Él quiere que todos los hombres se salven”. «No quiere que nadie muera». Salvación y censura no están en el mismo plano, no son acciones continuas. Aquí quiebra aquella comunicación o proporción entre el Cielo y el Infierno. El Cielo es un don omnipotente, pero el Infierno no es una represalia divina. No son verdades del mismo nivel ni incumben al mismo nivel. No hay proporción entre una cosa y otra.
No hay un doble compromiso de amparo y tormento, como si se tratara de dos destinos semejantes. Dios sólo promete la salvación, y el individuo puede aceptarla o impugnarla. Los excomulgados se aislaron de Dios por su propia voluntad, y seguirán perpetuamente distantes de Él por su conforme porfía. La firmeza de este rechazo es la que manifestaría en última petición la perpetuidad del Infierno.
Si se dice que la dificultad del escarmiento responde a la amenaza de la ofensa, hay que decir que su permanencia responde a la duración de la misma. El correctivo no acabará nunca porque tampoco va a acabar el pecado. También aquí la explicación parece muy retenida, hecha involuntariamente por ese capricho apologético de evidenciar o eludir a Dios.
No obstante, si aceptamos la posibilidad de una elección libre y dominante contra Dios, debemos reconocer que el Infierno se confina a ratificar esa opción. Lo que llamaríamos desviamiento inalterable de Dios respecto del pecador se debe exclusivamente a que éste así lo quiso cuando dio carácter absoluto y, por tanto, inevitable a su rompimiento con Dios. Concluyentemente, aunque parezca insólito, aunque parezca escandaloso, habrá que decir que el pecador continúa en el Infierno porque quiere. La puerta del Infierno está cerrada para siempre, pero está cerrada por dentro.
Esta perdurable aversión hacia Dios, perpetuamente renovada, no deja de ser discordante. Por propia voluntad el réprobo se apartó de Él, pero ha permanecido lesionado por la visión de su rostro para toda la perpetuidad. Lesionado y fascinado. Ni siquiera allí lo espantoso revoca lo fascinante.
Para que el penado pueda sufrir por la ausencia de Dios es necesidad que la aprecie: hace falta que se sienta fascinado por Dios a la vez que expulsado. En correspondencia, él debe percatarse, junto a esa irresistible atracción, un odio sólo comparable a ella.
Y esta refutación lo traspasa, lo arruina. En la medida en que tal afinidad lograra entenderse como una dramática forma de amor instintivo, la contestación divina no sería un gesto de rabia, sino algo peor, un rehusarse arrogante: «No os conozco».
Como marca el padre José Antonio Fortea, el Infierno no es un lugar sino un estado. Solo al momento del Juicio final, con el renacimiento de los muertos, tanto el Cielo como el Infierno se convertirán en un lugar en donde los redivivos penados pagarán con torturas físicas y espirituales, así como las personas rescatadas resucitarán físicamente para disfrutar eternamente de la Gloria de Dios.
En el protestantismo
El Infierno es exhibido como un lugar de punición y ausencia perpetua de la presencia y goce de Dios. La concepción antropológica de la religión opositora exhibe a todos los individuos penados desde su nacimiento (por el pecado original) a sufrir este apartamiento eterno y por tanto faltos definitivamente de la compasión de Dios para poder restaurar la relación con Dios, es decir, ser rescatados mientras viven en este mundo. La adquisición de esta salvación es entendida como un regalo de Dios a aquellos hombres que se lamentan de sus pecados y creen de corazón.
Con respecto a que es el infierno,igual que la mayoría de iglesias cristianas el protestantismo proverbialmente viene profesando igualmente:
- Que tras la muerte, el alma de quienes se han rescatado va al Cielo y la de los que no al Infierno (aunque con la particularidad de que el protestantismo niega el Purgatorio).
- Que tras la resurrección de la carne, alma y cuerpo volverán a juntarse tanto para quienes están en los Cielos como para quienes están en los Infiernos.
- Que el escarmiento del Infierno es perpetuo y sensato.
- Que quienes no han sido absueltos van al Infierno y se castigan eternamente sin que se espere ninguna redención por ellos.
- Que Dios no censura al hombre sino que tal cosa es resultado justo de su pecado.
En otras divisiones también tenemos los siguientes:
Testigos de Jehová: El infierno es el sarcófago agrupado, un lugar alegórico donde no existe ninguna actividad. El infierno de fuego como lugar de tortura no forma parte de las doctrinas de los Testigos de Jehová, quienes aseveran que tal credo sería una calumnia de Dios al refutar el hecho de que Jehová es un Dios de amor. Dogmatizan que la idea del infierno de fuego como lugar de sacrificio es precristiana y que proviene de la mitología de Mesopotamia.
Los Testigos de Jehová creen que el infierno es el sepulcro habitual de la humanidad. Señalan que en la revisión de 1909 de la traducción de la Biblia por Reina-Valera el término griego hái•dēs (Hades) se trascribe como «infierno» o «infiernos» las diez veces que aparece en las Escrituras griegas cristianas. También enseñan que la expresión hebrea sche’óhl (Sheol) aparece sesenta y cinco veces en las Escrituras hebreas, y que en la revisión antes mencionada se traduce como «infierno», «sepulcro», «sepultura», «precipicio», «cárcava», «agujero».
Opinan que se trata de un lugar simbólico y no de un lugar preciso de condena y suplicio. En el próximo vídeo podrán escuchar como es considerado el infierno según las creencias de los Testigos de Jehová.
Santos de los Últimos Días: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días enseña con respecto a que es el infierno, que es un lugar dispuesto desde la fundación del mundo y en él hay espíritus que no hallan respiro y están en estado de desdicha y sollozo, conscientes de su estado desfallecido y desolación espiritual.
Es una especie de cárcel de «espíritus inmundos». No debe esto confundirse con la «cárcel espiritual», lugar que es frecuentado y profesado por ángeles que preparan a aquellas almas que tienen opción de volver a la presencia del Padre Celestial.
Millerismo Adventista: Según la Iglesia Adventista del Séptimo Día y la Iglesia de Dios (Séptimo Día), el Infierno no existe como un lugar físico en el que los perdidos sufren por la perpetuidad.
Tal definición se fundamenta en la secuencia de acontecimientos ominosos referidos en el capítulo 20 del libro de Apocalipsis, los que narran de qué manera el Infierno será el modo que se manipulará para castigar una concluyente y terminante capitulación al mal (la segunda muerte), describiéndolo como un fuego del cielo y un lago de fuego, al cual serán echados Satanás y sus discípulos. Para esta designación los muertos continúan en un estado involuntario hasta la segunda venida de Cristo, momento en el cual serán resucitados.
¿Qué es el infierno para el Judaísmo?
El judaísmo, al menos primeramente, creía en sheol, que se describe como una presencia oscura a la cual todos eran enviados tras la muerte. El Sheol pudo haber sido poco más que una alegoría poética de la muerte, de la ausencia de vida, y no se describe a una vida después de la muerte. En el Antiguo Testamento no se amenaza a los tentados con ninguna vida de desconsuelo después de la muerte.
La escatología judía diferenció después entre un lugar exclusivo para los razonables y otro para los penados o excomulgados. Desde el siglo II el Sheol corresponde, para los rabbanitas, al Gehena. También se conoce como Sheol-Abbadón, por este ángel del precipicio que simboliza el mundo de ultratumba (Job 28:22) y se trascribe como “destrucción”.
La devoción judía negaba cualquier vida después de la muerte. También la Biblia en el libro de Números 16:30 habla de Coré y sus discípulos quienes fueron enviados vivos al Sheol cuando se hostigaron contra Moisés y Aarón. Consecutivamente emprendió a introducirse la idea de resurrección.
Había en el judaísmo dos corrientes: los fariseos creían en la resurrección y los saduceos la refutaban. Pero la resurrección se creía en una forma terrenal: se renacería para volver a llevar una vida terrenal. Solo revivirían los buenos. El escarmiento de los pecadores era la “muerte eterna”, que no era el Infierno ni ningún desconsuelo de ultratumba, sino la separación de resurrección.
La perspectiva judía mayoritaria actual es que el Infierno es un lugar de purgación para el indigno, en el que la mayoría de los desterrados permanece hasta un año, aunque algunos están eternamente.
En el Islam
El islam predice el Juicio Final para todos los religiosos, como el cristianismo, y las referencias al fuego del infierno rebosan en el Corán. Durante la vida, los ángeles notarios, uno a cada lado (el de la derecha apunta las buenas acciones, mientras el de la izquierda registra las malas) apuntan las acciones de los hombres, y éstos serán juzgados de acuerdo con esos libros.
El puente Sirat, delgado como un cabello, debe ser atravesado por los que se destinan al Paraíso, y aquel que caiga irá a parar a las llamas del Infierno. En cuanto a la distribución del Infierno islámico, el Yahannam, el libro más característico es Las mil y una noches. En la Noche 493, este libro habla de un edificio de siete pisos, apartados uno de otro por «una distancia de mil años».
El primero es el único que se puntualiza. Está consignado a los que agonizaron sin lamentarse de sus pecados y en él hay montañas de fuego, con ciudades de fuego, las que a su vez sujetan castillos de fuego, los cuales tienen casas de fuego, y éstas tienen camas de fuego en los que se ejercen las torturas, todo en número de setenta mil.
Concepto para las religiones orientales
Se refiere a las religiones nacidas en Oriente (el oriente de Europa), como son: hinduismo, budismo, jainismo y sijismo. «Religiones del este asiático» (religiones del Extremo Oriente, religiones chinas o religiones taoístas), forman un subconjunto en las religiones orientales, como son: taoísmo, sintoísmo, confucianismo.
En el Hinduismo y Budismo ¿Qué es el infierno?
La descripción que hace Voltaire no es puntual en lo que se refiere a las filosofías orientales. El hinduismo y el budismo creen en el Infierno, aunque sólo como espacio temporal en el período de resurrecciones. El hinduismo cree en 21 infiernos en los que se pueden resucitar los que han cometido injurias mortales.
El Bhagavad Guitá (adjunto en el poema épico sánscrito Majábharata, dice: «El Infierno tiene tres puertas: la lujuria, la cólera y la avaricia». Y en él derriban «los hombres de naturaleza demoníaca» hasta ser deshechos.
El budismo reelaboró la doctrina hinduista y su ortodoxia predice esferas diabólicas en las que pueden resucitar los mortales cansados por un mal karma (problemas vitales, elecciones incorrectas…): la esfera de los espíritus atormentados por el hambre y la de los demonios en lucha. El Reino de los Narakas es el Infierno budista.
En el próximo vídeo observarán como recrean los budistas el infierno.
En el Gehena
La puerta del sudoeste de Jerusalén, abierta hacia el valle, vino ser acreditada como “valle del hijo de Hinom” (Jer 7:31,19:2-6); el libro de Jeremías habla de los habitantes que veneraban a Moloch, profetizando la ruina de Jerusalén. En épocas antiguas, en el Tofet según el Antiguo Testamento, los cananeos ofrecían a niños al dios Moloch, quemándolos vivos; una práctica que fue desterrada por el rey Josías (2Reyes 23:10).
Cuando la práctica desapareció, se convirtió en el vertedero e horno de la basura de Jerusalén. Luego pasó a ser apreciado el Infierno o Purgatorio judío, así como el Infierno cristiano.
Politeísmo
El politeísmo es un ideal religioso o ideológico apoyado en la presencia de diversos entes celestiales o dioses. En la colectividad de los cultos que admiten el politeísmo, la gran diversidad de dioses y diosas son símbolos de ímpetus de la naturaleza o principios ancestrales
Pueden verse como independientes o como aspectos o irradiaciones de una omnipotencia innovadora o principio dominante significativo (estudios monistas), que se revela de forma inseparable en la naturaleza (estudios panteístas y panenteístas). Muchas representaciones politeístas, a excepción de las omnipotencias egipcias o hindúes, son creadas en un plano corporal más que volátil.
El politeísmo es un ejemplar de teísmo. Entre el teísmo, disiente con el monoteísmo, la afirmación en un Dios único, en la generalidad de los temas eminentes. Los politeístas no perennemente veneran a todos los dioses de la misma forma, ya que pueden ser henoteístas, que se dominan en la devoción de una omnipotencia en específica. Otros politeístas pueden ser katenoteístas, idolatrando a diferentes representaciones en diferentes momentos.
A exponer de David Hume, el politeísmo “fue la primera adoración de los seres humanos”. En verdad fue una forma distintiva de devoción durante la Edad del Bronce y la Edad del Hierro hasta la Era Axial y el perfeccionamiento de las adoraciones abrahámicas, la última de las cuales amparaba el monoteísmo.
Está bien argumentado en las devociones fidedignas de la antigüedad clásica, principalmente la antigua devoción griega y la antigua devoción romana, y después de la declinación del politeísmo grecorromano en devociones primitivas como el ateísmo germánico, eslavo y báltico.
Otros paradigmas auténticos son las antiguas devociones egipcia, griega, romana, celta o nórdica, en la zona europea y norteafricana, como tampoco hay que desconocer las devociones amerindias como inca, maya o azteca, por indicar algunas precolombinas.
Antiguo Egipto
Voltaire en su enciclopedia filosófica, apunta que los egipcios y griegos sepultaban a sus difuntos y aceptaban sencillamente que sus espíritus permanecían con ellos en un sitio tenebroso.
Los indígenas, mucho más arcaicos, que habían ideado la perspicaz doctrina de la metempsicosis (reencarnación) fundamentada en la concepción habitual de la estructura triple del ser humano (espíritu, alma y cuerpo), que manifiesta la transmisión de variados componentes psíquicos de un cuerpo a otro después de la muerte., nunca aceptaron que las almas se hallaran en las profundidades de un túnel oscuro, señala Voltaire. Y añade:
“Los japoneses, los coreanos, los chinos, los pueblos de la vasta Tartaria oriental y occidental, refutaron la filosofía del subterráneo”.
Acá prevalecen unos libros sagrados donde relatan argumentos de hacía donde van las almas de los humanos una vez fallecidos.
Duat: Duat el inframundo de la mitología egipcia, el espacio donde se consagraba el veredicto de Osiris, y donde el alma del fallecido debía vagar, eludiendo perversos espíritus y otras amenazas.
En el Imperio Nuevo ya se suponía que la Duat era el inframundo, establecido abajo de la tierra, por donde el dios solar Ra se trasladaba del oeste a este en la oscuridad de la noche. Los antiguos egipcios distribuían cada día en veinticuatro horas, doce en el lapso de luz solar, en las que Ra surcaba el cielo en su barca diurna, y otras doce nocturnas, concernientes al mundo del Más Allá, cuando el dios sol Ra, en su barca nocturna, traspasaba las zonas oscuras de la Duat, y donde batallaba continuamente contra Apep.
Era además el sitio donde se trasladaban las almas de los egipcios después de muerte. La organización del Duat y los riesgos que aguardaban a las almas de los fallecidos se reseñan en escritos tales como el Libro de las puertas y el Libro de los muertos.
Al ser la Duat un mundo complicado, atestado de espacios inexplicables y de índoles perjudiciales o favorables a partir del Imperio Nuevo se organiza un escrito llamado “Libro del Amduat” donde se planteaba su geografía y sus seres para disponerlo a modo de guía.
Libro de Amduat:
Reseña el recorrido a seguir por el fallecido y el Libro de los Muertos revela toda clase de encantamientos para llevar a buen fin el recorrido al otro mundo.
Es la estructura practicante más antigua de las tres que se emplearon en el Imperio Nuevo en las fosas reales sobre la vida del enigmático. Su sabiduría daba al fallecido la probabilidad de resurgir cada día modificando en un Aj (espíritu), ya que explica los detalles del camino a seguir, y algunos sacrificios y ceremonias.
Se encuentran dos interpretaciones, una sólo con escritos y otra con escritos e ilustraciones simbolizados en fosas reales de las XVIII y XIX estirpes. La más antigua está en la fosa de Tutmosis I (KV38) y la más atiborrada en la fosa de Tutmosis III ( KV34), que ha sido interpretada al español por el Museo Arqueológico Nacional de España. La mejor interpretación se localiza en la fosa de Sethy I (KV17), sin embargo hay acontecimientos y escritos sin cumplinar.
Libro de las cavernas:
Se le califica de esta manera porque en él Duat (Más Allá) está distribuido en cavernas. El fallecido recorre en su trayecto una variedad de cuevas, y se exponen las recompensas que puede obtener, así como las penitencias que se soportan: tiene la mejor explicación del Infierno que nos han delegado los egipcios.
Está fraccionado en dos partes por dos bocetos del dios sol con cabeza de carnero, que consisten a su vez de tres partes en total seis fracciones compaginando el escrito con las ilustraciones, en lugar de las horas en que se distribuyen los otros libros: Libro del Amduat y Libro de las Puertas.
Hay una serie de óvalos que simbolizan urnas, y en el registro inferior los contrincantes del dios Sol son simbolizados cabeza abajo, en colores rojo y negro, con las manos sujetadas a la espalda. La peregrinación progresa paralelamente al camino del dios por las cavernas, hasta que son calcinados en fogones en la división quinta mientras el sol nace desde la Duat.
Libro de las puertas:
Escrito que relata el recorrido del alma de un fallecido en el otro mundo, y está vinculado con el desplazamiento del Sol, sin embargo avanza durante las horas nocturnas, en la Duat. El espíritu requiere pasar una serie de «entradas» en variadas fases del viaje. Cada puerta se relaciona a una diosa distinta, y requiere que el fallecido admita la condición determinada de cada divinidad. El escrito da a comprender que algunos individuos transitarán indemne, mientras que otras padecerán sufrimientos en un lago de fuego.
La parte más conocida del Libro de las Puertas se apunta a las variadas razas de la humanidad notadas por los egipcios; fraccionando las en cuatro jerarquías que son habitualmente exhibidas como «egipcios», «asiáticos», «libios» y «nubios». Se les simboliza en peregrinación, entrando en el otro mundo.
El escrito y las ilustraciones incorporadas con el Libro de las Puertas se manifiestan en muchas fosas del Imperio Nuevo, incluso en todas las fosas de los faraones desde Horemheb a Ramsés VII. Además se exponen en la fosa de Senneyam, un operario del pueblo de Deir el-Medina, la vieja población de artesanos y artistas que fabricaron las fosas de los faraones del Imperio Nuevo
Cada diosa del Libro de las Puertas tiene una denominación distinta, y llevan vestidos de color distinto, pero son definitivamente iguales en todo lo restante y también portan estrellas sobre sus cabezas. La gran parte de las diosas son determinadas del Libro de las puertas, y no se manifiestan en otros escritos de la mitología egipcia, así que se ha manifestado que la narración se ocasionó sencillamente como un medio para precisar el ciclo nocturno, con una diosa en cada puerta, siendo estas una personificación de la principal estrella que aparece en cada hora.
Libro de los muertos:
Escrito funerario combinado por un grupo de expresiones maravillosas o encantamientos, que auxiliaban al fallecido, en su permanencia en la Duat (inframundo), a aventajar el juicio de Osiris, y viajar al Aaru.
El Libro de los muertos era lugar de una costumbre de escritos fúnebres emprendidos por los más antiguos Textos de las Pirámides y Textos de los sarcófagos, que se asentaban sobre murallas de fosas o en los sarcófagos, y no sobre papiros.
Cualquiera de los encantamientos del Libro de los muertos fueron sacados de estos escritos antiguos y datan del III milenio a. C., mientras que otras fórmulas mágicas fueron compuestas más tarde en la historia egipcia y proceden del Tercer período intermedio (siglos XI-VII a. C.).
Algunos de los capítulos que constituían el libro se continuaron registrando en paredes de fosas y sepulcros, tal y como habían sido los encantamientos desde sus inicios. El Libro de los muertos se inmiscuía en el sepulcro o en la cámara sepulcral del muerto.
No se hallaba un exclusivo y preceptivo Libro de los muertos. Los pliegos sobrevivientes abarcan una diversa recopilación de escritos religiosos y maravillosos y distinguen considerablemente en sus dibujos. Algunos individuos encomendaban sus propias copias del libro, tal vez con una recopilación de los encantamientos que observaban más significativas para su propia progresión en la otra vida. El Libro de los muertos fue sencillamente redactado con símbolos o redacción inalterable sobre rollos de papiro, y a menudo instruido con emblemas que simbolizan al fallecido y su viaje al más allá.
En el próximo vídeo podrán observar con más claridad cuál es el significado del libro de los muertos, su origen y la fe de los Egipcios.
Antigua Grecia
Averno era la denominación antigua que se le otorgaba, tanto por griegos como romanos, a un cráter cerca de Cumas, Campania. Se pensaba que era el ingreso al inframundo, a los infiernos. Según el narrador griego Diodoro de Sicilia, el Averno sería un lago tenebroso e incalculable.
Los griegos suponían que las almas de los fallecidos se mantenían en el Hades, al que se asistía luego de pasar la laguna Estigia. Allí no toleraban otro suplicio que el de su destierro y alejamiento de sus seres amados. Algunos obtenían exhibirse lamentados de sus pecados, como lo ideaba Homero, en su poema Odisea que hace bajar a su héroe al Hades. Odiseo habla allí con sus compañeros fallecidos en la guerra de Troya y con su propia madre.
El Hades de los griegos está dirigido por el dios del mismo nombre, hijo del titán Crono. Aunque puede ser despiadado, Hades no es malvado. Los romanos le admitieron como Plutón, y además de concederle el reino de los muertos, le entregaron la protección de los metales preciosos bajo la tierra. Los griegos colonizaron el Hades de otros seres mitológicos, como las Furias y las Moiras.
Las primeras residían bajo la tierra pero acostumbraban torturar a los malvados en vida. Eran mujeres con cabellera de serpientes, descritas también Erinias. En cuanto a las Moiras (llamadas en Roma Parcas), su labor era hilar el hilo de la vida de cada mortal y cortarlo en el momento justo. Hades estaba acompañado también por Cerbero, perro de tres cabezas, y por Caronte, el barquero que conducía las almas hacia el mundo subterráneo.
Inframundo Griego
La explicación más antigua del inframundo griego puede hallarse en la Ilíada y la Odisea de Homero. Otros poetas como Hesíodo también lo detallan de modo semejante. Aunque la Eneida de Virgilio es la creación que cuenta con mayores rasgos al respecto, donde las variadas divisiones de la tierra de los difuntos son explicadas como un todo. Los Himnos homéricos y el poeta lírico Píndaro incluyeron el reino paradisíaco de los Campos Elíseos donde eran enviados los difuntos honestos.
En la Odisea, el Inframundo se halla más allá del espacio marítimo, a partir de Eea. Odiseo llega allí en barco desde la isla de Circe, y luego continúa. Los fantasmas de los acompañantes son trasladados por Hermes Psicopompo (el guía de los difuntos) a través de los hoyos en la Tierra, más allá del río Océano y las puertas de Helios o del Sol, hasta su rumbo final de descanso en el Hades.
Diversos ritos especificos griegos manifestaban tener entradas al inframundo y tenían cultos dogmáticos particulares afiliados con ellas. Estas entradas fueron explicadas por los antiguos escritores y geógrafos tales como Pausanias y Estrabón.
Los filósofos como Platón, los órficos y los pitagóricos incorporan el pensamiento del juicio a los fallecidos. Las almas eran enviadas a uno de estos tres reinos: Elíseos para los consagrados, el Tártaro para los excomulgados, y el Hades para el resto. Además, dogmatizaban la reencarnación y la transmigración de las almas.
Mitología Nórdica
En la antigua mitología nórdica, se encontraba un mundo sombrío para el espíritu de aquellos a los que no se les permitía entrar en el Valhalla. Solo los guerreros más sobresalientes eran enviados a esa casa techada con escudos de oro. Los que no eran enviados para allá, eran otorgados a Hela, diosa del mundo subterráneo y pobladora del llamado Helheim (textualmente, domicilio de Hela). En el poema de la Edda mayor llamado La profecía de la vidente se dice que en el reino de Hel el lobo despedaza los cadáveres de los asesinos, los renegados y los que cautivaron mujeres de otros. Es la única referencia a torturas en esa complicada mitología.
Es una recopilación de dogmas e historias distribuidas por los pueblos germanos nórdicos. Es considerable indicar que esta mitología no era compartida por los pueblos nórdicos de etnia urálica (fineses, estonios y lapones) ni báltica (lituanos y letones), ya que estos tenían una particular, aunque similar (en especial los bálticos ya que también son una rama de pueblos indoeuropeos).
No era una religión declarada, pues no había una evidencia demostrada por los dioses a los mortales (no obstante a todo esto, la mitología nórdica cuenta con narraciones sobre individuos habituales que han profundizado las historias de los dioses, tras ser asistidos o tras haberles asistido).
Además, no tenía un libro sagrado; esta mitología era difundida oralmente en forma de una larga y regular poesía. Esta transmisión continuó durante la época vikinga, y nuestro entendimiento sobre ella está fundamentado especialmente en las Eddas y otros textos medievales escritos durante o después de la cristianización.
Mitología Mexicana
La mitología mexica es una expansión complejo cultural mexica desde antes de la aparición de los aztecas al Valle de México, ya se encontraban antiguos ritos al espíritu que ellos estamparon en su deseo de obtener un rostro.
Al incorporarlos también modificaron sus propios dioses, intentando de situarlos a la misma nivelación de los antiguos dioses del panteón Nahua. De este modo, emergieron sus dioses protectores, Huitzilopochtli y Coatlicue, al nivel de las antiguas divinidades, como Tláloc, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca.
Una vez comentado esto, se halla un rito autoritario sobre los demás dioses azteca el de su dios del Sol y la Guerra, Huitzilopochtli. Los aztecas se apreciaban como el pueblo escogido por el Sol, ocupados de respaldar su trayecto por el cielo, alimentándolo. Este sentimiento fue fortalecido por la transformación social y dogmatica de Tlacaélel bajo el reino de los emperadores Itzcóatl, Moctezuma I y Axayácatl a mitad del siglo XV.
El mito de la creación del mundo de los aztecas propaga esta idea. Las religiones prehispánicas se formaron a través de una lenta evolución y asimilación de los dioses prehispánicos, no tanto como seres de poder indeterminado, sino muchas veces como materialización de las fuerzas de la naturaleza con personalidad humana, por ello varios estudios escogen interpretar el pensamiento prehispánico de Téotl como ‘señor’ y no como ‘dios’.
Contrariamente a lo que sucede con el entendimiento que tenemos sobre las procreaciones del inframundo de otras culturas, el testimonio que se encuentra sobre los destinos postmortem de los pueblos mesoamericanos, comprendidos también los grupos nahuas y entre ellos el pueblo mexica, ocurre de fuentes coloniales y de las apreciaciones que de ellas se ha hecho. Por tanto el sesgo cultural que ésta manifiestan es un factor importante a considerar.
Según variados análisis del tema, los grupos nahuas pensaban que los difuntos conseguían ir a variados lugares al morir: el Tonatiuhichan para los guerreros que fallecían en el campo de batalla y las mujeres que morían en trabajo de parto. El Tlalocán, a donde iban los fallecidos cuyas muertes estaban vinculadas con el agua, ya sea muerte por ahogamiento, rayos o enfermedades como la hidropesía, lepra, la gota y el herpes. Los bebés iban al Chichihualcauhco donde un árbol maravilloso los amamantaba. Y el Mictlán al que llegaban los muertos comunes sin importar su rango social, siendo el paraje más popular.
Debido a la evolución evangelizadora del siglo XVI en toda América, específicamente en lo que actualmente es México se equiparó al Mictlán con el Infierno judeocristiano, para así permitir la percepción de este último a los indígenas. No obstante esta equiparación es poco acertada. Si bien ambos destinos se conciben como lugares ubicados en las entrañas de la tierra, la característica más representativas del Infierno, el castigo sufriente causado por el pecado, es inexistente en el Mictlán.
El Mitraísmo
Es una creencia mistérica divulgada en el Imperio romano entre los siglos I y IV d. C. en que se doblegaba veneración a una deidad llamada Mitra, que gozo de peculiar creación entre los soldados romanos.
El rito al dios Mitra sostenía la fe de que el fin del mundo llegaría seguido de una gran guerra entre las fuerzas de la luz y de la oscuridad. Los creyentes de las religiones de los sacerdotes de Mitra podrían unirse en este enfrentamiento del lado de las almas de la luz, con lo que se ampararían; los no seguidores, irían al Infierno junto con Ahriman (espíritu maligno adversario del dios persa Mitra) y los ángeles caídos.
Escultura de Mitra asesinando al toro (actualmente expuesta en el Museo Británico).Según la narración que ha podido reconstruirse a partir de las imágenes de los mitreos y los pocas declaraciones escritas, el dios Mitra nació cerca de un manantial sagrado, bajo un árbol sagrado, de una roca (la petra generatrix; Mitra es llamado de petra natus).
Esto se une con las costumbres armenias de la cueva de Meher (Mitra). En el momento de su nacimiento llevaba el gorro frigio, una antorcha y un cuchillo. Fue adorado por pastores poco después de su nacimiento. Bebió agua del manantial sagrado. Con su cuchillo, cortó el fruto del árbol sagrado, y con las hojas de ese árbol confeccionó su ropa.
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